Capítulo 27: “Una Mano Lava a Otra Mano”.
Primero que nada, favor leer este capítulo escuchando la canción “No Queda Sino Batirnos”, de la banda Mägo de Oz.
Aún no me llaman de la entrevista, quizás nunca me llamen, quizás me ilusioné por las puras, pero no importa… Mientras haya un sol en lo alto yo seguiré luchando y escribiendo.
Sin más dilación, el capítulo con ustedes.
Hacía un par de horas que Esperanza estaba despierta, pero aún así estaba cien por ciento segura de que no quería abrir los ojos. Sabía claramente que lo que había sucedido la noche anterior era grave, muy grave, por decirlo de una manera y, que lo que estaba sucediendo, por lógica, no podía ser lo más feliz de su vida.
Aún así, una voz la llamaba en la lejanía y los gritos frenéticos se acercaban con fuerza.
Se sentía atada, tanto psicológicamente como físicamente.
Las voces continuaban acercándose, volviéndole a la realidad, una realidad que ella no quería conocer. Pero, ahí estaba, abriendo los ojos para darse con todo de una buena vez.
De haber sido una persona más débil, le hubiese entrado el pánico nada más ver lo que acontecía.
Movió los ojos hacia todas las direcciones, como queriendo recorrer aquel basto lugar con la vista.
Estaba dentro de una caverna milenaria, con rocas salientes por doquier. La mencionada cueva tenía forma de bóveda.
Ella estaba en el centro del enorme lugar, de pié, atada en un palo de madera bajo el cual había multitud de pastos secos. Eso tenía un nombre y uno muy feo, uno que no le agradaba en lo absoluto: Hoguera.
Observó a su alrededor extasiada, tanto como por su situación como por el lugar en el que estaba desarrollándose todo. Por primera vez en su vida se sentía cohibida ante tanta majestuosidad.
A su lado, había un Jothun que no necesitaba para nada un micrófono para hacerse escuchar. Estaba en que hablase con la mitad del volumen que le permitía su voz y sería escuchado en toda la caverna.
Alrededor de ambos había una multitud de Jothuns que se agolpaba para ver lo que sucedería a continuación.
Todos gritaban en un murmullo, observándola con curiosidad, pidiendo que su sangre se derramase, la sangre de aquella valiente muchacha que no demostraba temor ante la muerte, eso era lo que querían ver.
Esas eran las voces que ella había escuchado.
-Y ahora, en nombre de Loki, nuestro señor, ella ha de morir-anunció el gigante que hablaba.
-¡Sí!-gritaron frenéticos los demás.
-Ha de morir por interrumpir nuestra causa de dominar el mundo-exclamó como el gran orador que era.
-¡Sí!-respondieron los otros.
-Y por las injustas muertes de nuestros compañeros, que esta asesina causó cuando ellos trataban de cumplir su misión-dijo una vez más aquel Jothun.
-¡Sí!-exclamó la multitud.
Entonces, uno de los gigantes que hacía las veces de verdugo de la muchacha se acercó a la hoguera con una enorme antorcha, dispuesto a encender el fuego en el cuerpo de la muchacha.
Al mismo tiempo, el orador se volvió con sus compañeros.
Grande era la sorpresa de todos al ver que la chica no se amilanaba ante la adversidad, que ninguna lágrima caía de sus ojos, que no gritaba por su vida, que no imploraba perdón, que no hacía nada, que seguía ahí, impávida, como si todo aquello fuese un sueño.
El verdugo, con la antorcha en la mano izquierda, le propinó una bofetada con la diestra, la cual le quebró algunos dientes. Pero aún así sus intentos de cohibirla fueron nefastos.
Cuando el Jothun iba a dejar caer la antorcha en el pasto seco, un grito proveniente del otro extremo de la caverna, una entrada de piedra, quebró el espacio y los dejó aún más pasmados.
-¡Nos atacan!-rezaba el grito de un Jothun que no pasaba los dieciséis años de edad y estaba en el puesto del vigía.
Todos estaban sorprendidos, excepto Esperanza.
Algo le decía que al fin habían llegado los refuerzos, que al fin había llegado a rescatarla.
Y no se equivocó, por la entrada en altura vio aparecer a Arturo con una gran turba que no podía ser sino de piratas. Sonrió para sus adentros. Sólo su compañero de travesía podía ser tan temerario.
Arturo la vio desde los altos de la caverna y, haciendo todo lo humanamente posible para ingresar por esa entrada en altura, corrió hacia una de las escaleras de piedra caliza que estaban a cada lado de la entrada.
Una vez que estuvo en la planta baja no alcanzó ni siquiera a correr hacia la hoguera para desatar a la muchacha.
Afortunadamente, Esperanza ya se encontraba fuera de peligro, pues, dentro de su sorpresa, uno de los Jothun, específicamente el que sostenía la antorcha con la que se prendería la hoguera, comenzó a correr y el roce del aire apagó el fuego.
Uno de aquellos gigantes se acercó al muchacho con el propósito de rebanarlo en dos con su lanza, pero el chico pudo arrojarse a sí mismo lejos del alcance del arma antes de que fuese demasiado tarde.
Para defenderse, desenvainó la espada de Esperanza, la cual llevaba atada al cinto.
El Jothun inició la pelea entre ambos con un firme mandoble que nuestro protagonista detuvo con el sable.
Lamentablemente el gigante comenzó a utilizar toda su fuerza sobrenatural y, cuando ya iba a quebrar el brazo del tozudo muchacho, se escuchó un grito resonando en la caverna:
-¡Lo único que puede matarles es la lanza!-gritó Esperanza en su prisión.
-¡Pero matar es pecado!-replicó el chico, defendiéndose a duras penas de su oponente, deteniendo tan sólo con el sable los ataques.
-¿Y prefieres morir, acaso?-inquirió la chica irónicamente.
Mientras eso transcurría en el lúgubre último peldaño de la escalera izquierda, el cual era alumbrado con una pobre antorcha, la entrada se había vuelto un campo de batalla por completo. Aún así, no había muertos de ninguno de los dos bandos.
Sin embargo, uno de los piratas más experimentados había conseguido robarle una lanza a un furioso Jothun, el cual lo perseguía por todo el lugar, destruyendo los pasamanos de cuerda de la escalera derecha, arrancando de cuajo las antorchas para lanzárselas a su ágil blanco móvil y desgarrando la piedra que pisaba.
El inteligente pirata ya estaba causando estragos entre los Jothuns que estaban en la parte baja de la caverna, consiguiendo asesinar a varios. Ninguno, ni con su mayor fuerza lo podía derrotar, pues eran tan poco astutos que la audacia del hombre de mar les era demasiado grande como para poder superarla.
Varios de los marineros y ex taberneras habían seguido sus pasos y la acción se trasladó desde la entrada hasta muy cerca de donde estaba Esperanza en la parte baja de la caverna.
Pero la felicidad le duró al pícaro, astuto y ágil filibustero hasta cuando el Jothun, herido en lo más profundo de su orgullo de guerrero, le propinó un golpe con todas sus fuerzas, dándole muerte.
Pero el gigante robado no alcanzó ni siquiera a alzar su arma que yacía en tierra o, mejor dicho, roca, pues una mujer de aproximadamente veintidós años le ensartó con todas sus fuerzas una lanza que había “pedido prestada” y se alejó tan ufana como si nada hubiese hecho, dejándolo ahí, muerto.
Los disparos y ruidos de fierros chocándose estaban a la orden del día, siendo la especial música de fondo, lo único que se encargaba de quebrar el profundo y atemorizante silencio que reinaba en el lugar.
Arturo, mientras se batía con su oponente que lo triplicaba en tamaño y en fuerza, alcanzó a divisar al Jothun caído gracias a la joven y, al lado de éste, al marinero que se había atrevido a robarle.
Entonces, haciendo acopio de toda su velocidad, se dedicó a correr hacia ambos cadáveres, cuidándose de no caer, pues si veía la roca de cerca significaba que pronto sería su fin.
El Jothun con el que peleaba lo seguía de cerca, profiriendo horribles gritos de guerra y rugidos infrahumanos.
Cuando hubo estado al lado del cadáver del marinero, además de rezar porque Dios se apiadase de su alma, le arrebató la lanza y, con el dolor de su corazón, se la ensartó al Jothun que le perseguía.
El gigante se derrumbó a su lado completamente tieso, muerto.
Sin más ceremonias, el chico le quitó la lanza al Jothun que acababa de matar y se dedicó a correr con todas sus fuerzas, tratando de eliminar de su mente lo que acababa de hacer.
Cuando divisó a Esperanza, el corazón le dio un enorme vuelco. ¡El Jothun que antes había estado de vigía estaba a punto de dejar caer la antorcha en la hoguera! Si no actuaba, en cosa de segundos su capitana sería cadáver.
Sin detenerse a pensar mayormente, arrojó la lanza con todas sus fuerzas en dirección a la espalda del gigante.
Apenas la lanza entró en contacto con su piel, el joven Jothun profirió un grito de horrible dolor y se dejó caer de espaldas con el gesto del sufrimiento en su rostro. La antorcha cayó sobre su cuerpo y entonces ya no hubo dudas acerca de su muerte.
Arturo, en el intertanto, corrió lo más rápido que pudo hacia Esperanza. Le quitó al Jothun la lanza que en vida había utilizado y, ayudándose de ésta, cortó las ligaduras que unían a la joven al tronco de la hoguera.
Sin dirigirle ni siquiera una palabra le tendió una de las dos lanzas que llevaba en las manos, la cual fue recibida por Esperanza con gusto.
-Me alegra que ya no seas un débil-dijo la chica, en observancia a los dos asesinatos cometidos por Arturo en apenas unos minutos.
Y, tras dirigirle una mirada entre que cómplice y sarcástica, se alejó de ahí, dispuesta a luchar por su libertad, dejando a su compañero en un estado de aletargada tristeza.
Cada vez eran más los Jothuns muertos, que apenas sus propias lanzas impactaban con su carne caían para no volver a levantarse nunca más.
Después de unos minutos de luchar, los piratas huyeron de la cueva, dejando a un grupo de enfadados y envidiosos Jothuns en su interior, llevando consigo las lanzas que habían conseguido ahí, por si las dudas.
Media hora después, muelle de Tortuga…
-Bien, ustedes vayan a alistar el Rosa Oscura, dentro de media hora vamos a zarpar-dijo Esperanza entrecerrando los ojos.
Aún a la chica le molestaba el sol, en especial si se trataba del sol de mediodía, pegando con toda su fuerza en las paradisiacas playas de ese paraíso caribeño.
Todavía no se acostumbraba al sol, que había visto hace apenas media hora en lo alto, en el medio del cielo azul, rebotando su luz en las verdes hojas del extenso y tupido follaje que rodeaba la entrada de aquella enorme caverna ubicada en uno de los acantilados de la isla.
Tras eso había reclutado a su tripulación entre los valientes que habían ido a rescatarla, pues todos estaban dentro del grupo que navegaría en su flamante nave amotinada.
-Debería usted ir a colocarse dentadura postiza en los dientes que perdió, sino la encía se le infectará, capitana-sugirió Arturo sutilmente, sentándose al lado de Esperanza en las rocas.
La chica se puso de pié, considerando seriamente aquella sugerencia. Además, se puso a andar con dirección a las intrincadas calles que daban desde el centro de la ciudad hacia el puerto, siempre seguida por Arturo, quien no la dejaba sola ni a sol ni a sombra.
A los diez minutos llegaron a una puerta de madera bellamente barnizada que tenía un letrero que indicaba que allí se hacían tatuajes.
La joven, sin siquiera avisar a su compañero, entró a aquel lugar que él consideraba pecaminoso, seguida por un molesto Arturo.
-Disculpe, ¿aquí se colocan dientes postizos?-preguntó.
-Sí, a dos francos la pieza-indicó el obeso y maloliente locatario, que llevaba una pechera blanca.
-Instáleme dos-indicó la chica.
-Déjeme ver cuáles son-pidió el hombretón.
La chica se sentó en una de las sillas que estaban para atender clientes luego de que vio que los dientes de oro eran de buena calidad y que el hombre tenía buenos hábitos de higiene, a pesar de que su olor dijese lo contrario.
Dentro de media hora, sus piezas dentales nuevas estaban completamente instaladas, ella había pagado y el hombre le había indicado los cuidados que debía tener con su dentadura falsa.
Cuando estaban ad portas de retirarse, la chica vio los colores de la tintura de los tatuajes. Entonces, ante el pasmo de Arturo pidió al hombre que le tatuase en la plena espalda corazón rojo pasión del cual surgía, enterrado con toda su fuerza, el mástil que sujetaba la Jolly Roger de Jack “Calicó” Rackham, la cual ella ahora había reciclado en su navío.
Una vez terminado aquello volvieron al barco y se alistaron para zarpar con su tripulación de treinta y tres hombres y diecisiete valientes mujeres, aunque no eran el único navío que dejaba las bellas costas de la hermosa y paradisiaca Isla Tortuga a aquellas horas.
Tres semanas después…
El Mar Caribe había superado honestamente las expectativas de Esperanza, a pesar de que desde siempre había tenido fe en aquel pequeño paraíso.
Ahora un buen viento les acompañaba con rumbo a las Islas Canarias, las cuales eran su destino o, al menos, eran el destino de su tripulación de cincuenta intrépidos marineros.
La tripulación estaba en las entrañas del barco descansando, pues ninguna necesidad justificaba su presencia obligada en cubierta.
El Contramaestre Gómez conducía con sus manos el timón. A pesar de que sus manos no eran tan diestras como las de Espe, era bastante ágil en el manejo del rumbo.
Aún así, ella podría haber estado a cargo de la rueda esa tarde. Sin embargo, estar en el puente de mando, manejando el timón, sintiendo el cálido viento revolotear en su rostro, el salino aire llegar hasta sí y el resplandeciente sol iluminando su camino, le relajaba, le mantenía vivo, le hacía sentir la paz de la que carecía hace muchísimo tiempo.
Y necesitaba bastante esa paz. Aún no se reponía del todo del doble asesinato que había perpetrado en la caverna de Isla Tortuga. Ese era un pecado por donde se le mirase y lo tenía de hecho muy angustiado. Sentía que jamás encontraría el perdón y que, al fin y al cabo, no se lo merecía.
Ese no era el único de sus pecados. Había dejado que Esperanza se tatuase, había bebido alcohol, había reclutado una tripulación de malvivientes y había traicionado a su mejor amiga. No, de verdad que no se merecía el perdón, no se merecía vivir, pero sin embargo no podía morir, tenía que pagar por lo que había hecho.
La Capitana Rodríguez estaba por primera vez en su vida quieta, tranquila. Sentía el dolor que Arturo sentía, pero sin embargo se obligaba a sí misma a no sentirlo. Al fin y al cabo, no sufría ni la mitad que lo que sufría su tripulante.
Estaba de pié en la proa, lo más cerca que se podía estar del palo trinquete, mirando el bello horizonte marino que se disponía a despedir aquel día con un maravilloso ocaso, con una espléndida puesta de sol.
Se había quitado el paliacate negro y sostenía con la mano derecha la punta inferior derecha, mientras que la izquierda hacía su tanto, pero con la superior izquierda, haciendo así una vela improvisada con la que sentía todo el viento que era capaz de llegar hasta donde estaba ella.
Había cerrado los ojos para percibir con mayor sensibilidad la deliciosa brisa marina que reinaba aquel atardecer.
Pero, de un momento para otro, el viento le arrebató el paliacate, amenazando con lanzarlo por la borda de estribor.
Abrió los ojos de golpe y corrió a buscar el pañuelo. Afortunadamente, Arturo estaba ahí como para sujetarlo.
Iba a preguntarle qué hacía ahí si estaba dirigiendo el rumbo, pero las palabras murieron en su boca.
Con toda la suavidad de la que fue capaz, la giró hacia la proa, haciéndola mirar el bello atardecer. Y le abrió las manos para que cogiese las mismas puntas que había sujetado con anterioridad, apoderándose de la otra diagonal, haciendo una figura similar a la del famosísimo “Titánic”.
Ambos cerraron los ojos, disfrutando de aquel hermoso momento medianamente romántico. Pero no importaba si era un momento romántico o no, sino que importaba lo pacífico y emocional que era, la tranquilidad que sentían, que por primera vez no se sentían anclados a nada.
El viento soplaba con toda su majestuosa y relajante intensidad en la “vela” improvisada.
Después de unos segundos, Arturo fue el primero en abrir los ojos, sólo para darse con una interesante sorpresa.
-Capitana-dijo sobresaltado.
-¿Sí?-inquirió ella, sin abrir los ojos aún.
-Barco a babor-afirmó el muchacho.
-¡¿Qué?!-preguntó de nueva cuenta, pero ahora completamente alarmada.
Abrió los ojos de golpe y porrazo. Efectivamente, a su diestra había un navío, pero no era ese un navío cualquiera.
-Es un navío muy extraño, ¿no le parece, capitana?-preguntó Arturo, perdiendo toda la formalidad de hace unos instantes.
-Extraño no, mágico sí-replicó la chica.
-¿Mágico?-expresó toda su duda el muchacho.
-Ese, es un Drakar vikingo, el navío que todo Jothun debe tener el placer de tripular alguna vez en su vida-indicó la muchacha.
No tuvieron más tiempo de hablar. Unas potentes lanzas incendiadas pasaron silbando por sus cabezas, pero, como los arqueros tenían la fuerza mal calculada, se hundieron en el fondo del mar.
-Voy al timón, capitana-dijo el muchacho, corriendo hacia el puente de mando.
La chica se anudó el paliacate negro, mirándolo un tanto consternada, segundos antes, y se colocó el tricornio sobre su cabeza.
-No. Yo dirigiré el rumbo y tú irás a hablar con la tripulación. Quiero todas las manos posibles en cubierta y que porten sus armas, con las lanzas incluidas, ¿comprendido?-preguntó amenazante.
El chico la miró consternado. Esa no era la misma Esperanza Rodríguez con quien había compartido unos momentos hace unos instantes. No, ella no era esa. Ella era la temible pirata, la Capitana del Rosa Oscura.
-Por supuesto, capitana-respondió enérgicamente. Lo negase o no, estaba aprendiendo a ocultar sus sentimientos o, al menos, lo trataba.
Mientras el chico se escabullía bajo cubierta con el propósito de dar aviso a la tripulación de lo que sucedía y del plan de acción que tenía su capitana en mente, ella se dirigió al timón y lo hizo girar diestramente, fuera del alcance de las flechas del enemigo.
-¿Para qué huyes, capitana? ¡Tenemos mejor armamento que ellos, podríamos superarles fácilmente!-exclamó enérgicamente Antonelle, una de las tripulantes del Rosa Oscura, siendo secundada enérgicamente por toda la tripulación.
-Antonelle, Antonelle, Antonelle-dijo Esperanza irónicamente, sin perder de vista el Drakar-, no aprendes, ¿verdad? Nuestras armas no pueden dañarlos, sólo pueden dañar a su barco y eso no… nos sirven de nada-dijo la muchacha, dudando de sus palabras.
Esperanza y Antonelle se miraron en fracción de segundos, ambas reticentes a aceptar la realidad. Una era demasiado realista como para aceptar una idea ajena a la suya y la otra era demasiado belicosa como para negarse a luchar.
-Wells, cargue todos los cañones y dele de lleno al drakar-ordenó Esperanza a un anciano que aún se negaba a dejar sus andanzas de juventud.
-Sí, capitana-confirmó el hombre.
Las balas dieron en lo más profundo del navío comandado por los Jothuns, rompiendo gran parte del casco, pero eso no sirvió para saciarles y hacerles huir.
Por el contrario, el Drakar comenzó a avanzar amenazadoramente hacia el Rosa Oscura, lanzando más de sus lanzas incendiadas.
A los cinco minutos estaban el uno al lado del otro.
Antonelle hizo amago de lanzar su lanza, pero una mano le sujetó con fuerza el brazo.
-Ni se te ocurra-le susurró Esperanza con voz sibilante cuando ambas se miraron cara a cara.
-Ellos están haciendo eso con nosotros, capitana, se merecen esto-replicó la chica sin entender a Espe.
-Pero nos quedaremos sin armas, se las regalaríamos y nosotros moriríamos. Tenemos que obligarlos a abordarnos, es la única estrategia que tenemos-dijo la muchacha.
Y, añadiendo acción a la palabra, giró el timón con una fuerza tal que casi se incrusta la proa del Rosa Oscura contra la baranda del Drakar. El navío germano comenzó a hacer agua y su capitán hizo exactamente lo que Esperanza quería: abordar el barco pirata, pues, si no lo hacía, no conseguiría cumplir su misión de eliminar a la capitana Rodríguez y se perdería y ahogaría en el fondo del mar junto a toda su tripulación.
Los Jothuns comenzaron a saltar uno a uno hacia el Rosa, abollando la cubierta algunas veces con su peso.
Esperanza, por su parte, dividió su tripulación en dos grupos. Uno sería comandado por ella y el otro por Arturo, su segundo de abordo.
Ella se quedaría en el Rosa, peleando con los Jothuns que decidiesen abordarles y que, para mal de sus remates, no podían dañar el barco, pues si no, no tendrían como volver a tierra.
Y Arturo abordaría el Drakar y robaría junto a su grupo todo lo que pudiese servir de algo en el Rosa Oscura, llámese velas, madera, un timón de repuesto, comida, agua, entre muchas otras cosas.
El capitán de los Jothuns una vez que estuvo en cubierta enemiga se dirigió sin dilación hacia el puente de mando con el propósito de apoderarse de la nave. Lo que él no sabía, era que estaba siendo vilmente utilizado por la capitana Rodríguez, quien, curiosamente, era la persona que venía a buscar y asesinar.
Entonces, la muchacha fue capaz de demostrar a los cuatro vientos sus capacidades como navegante y guerrera, pues tuvo que dirigir un rumbo, cuidar del timón y luchar contra el capitán de los gigantes y sus secuaces quienes venían a ayudarle en la idea de adueñarse del navío.
Y eso no fue todo, consiguió dirigir el rumbo, consiguió que ningún Jothun se aprovechase de que ella estaba peleando para adueñarse del timón y consiguió eliminar de su camino al capitán del navío vikingo.
Los cuerpos de los Jothuns se esparcían en toda la cubierta, pues, a diferencia de los piratas, ellos no tenían manejo de estrategias y eran incapaces de pelear en equipo.
Y la sangre comenzó a apoderarse de toda la cubierta del barco pirata, las estocadas con aquellas lanzas mágicas iban y venían, el ruido de los fierros chocándose era el único sonido que con el acompasado sonar del mar se podía escuchar, los gritos, los cadáveres, todo era un rotativo que surgía y se arrojaba al agua de inmediato sólo para dar paso a otro grito y otro cadáver.
Arturo, al ver que todo iba bien, dentro de lo que se podía decir bien, claro, cogió una de las jarcias con el propósito de arrojarse en la cubierta vikinga lo antes posible para cumplir su cometido, uno que no le agradaba pero que debía cumplir de todos modos.
Pero, cuando estaba a mitad de camino entre una baranda y la otra, un Jothun le arrojó de un manotón al agua.
Si el golpe le había quitado el aliento de una buena vez, cuando su cuerpo entró en contacto con el agua el aire era algo que no existía en sus pulmones.
Abrió los ojos desmesuradamente. Sentía cómo se estaba ahogando sin poderlo evitar. Trató, en medio de su desesperación, de respirar, pero sólo consiguió que le entrase más agua en los pulmones.
Entonces comenzó a manotear hacia todas las direcciones posibles con el propósito de mantenerse a flote, pero sólo conseguía hundirse más en el vasto mar.
Veía cómo pasaba litros y litros de agua y se acercaba con dirección a los arrecifes de coral, entre los cuales merodeaban los temibles tiburones.
No alcanzó a tener más tiempo de sentir miedo, ni de ver cómo se hundía y cómo el sol y la superficie se alejaban cruelmente de él, dejándole a la deriva. Pues, cuando su cuerpo impactó con los arrecifes nada más pasó por su mente, ni el mito ni la realidad. Sus ojos se cerraron y no supo más de nada.
Esperanza, al ver lo que había sucedido y que el grupo que se suponía que tenía que comandar el caído ya había ingresado en el otro navío, maquinó rápido, tan rápido como jamás lo había hecho.
Viró con fuerza el timón del barco, tanto así que consiguió desequilibrar al Jothun que había lanzado al agua a Arturo, teniendo éste el mismo destino que el pirata, sólo que el peso de su cuerpo jamás le permitiría volver a salir a flote.
Varios Jothuns se lanzaron al agua a rescatar a su compañero, pero más que nada a rendirle honores, teniendo el mismo destino que éste.
Entonces, la chica se acercó a la borda dispuesta a saltar. Un Jothun se le acercó con la firme intención de acabar con ella. Entonces, con tan sólo clavar su lanza en el pecho del gigante, la vida de éste llegó a su fin.
La acción se trasladó al puente de mando.
Una vez que Esperanza vio que varios de los suyos estaban cerca del timón y podrían defender el mando del barco con su vida, juntó y estiró sus brazos, lanzándose así al agua con un elegante clavado.
Cuando estuvo en la superficie del agua cogió todo el aire que le fue posible en sus pulmones y se dispuso a bucear.
No tuvo que andar mucho hasta cuando vio a Arturo yacer en los arrecifes, completamente inconsciente.
Entonces, haciendo acopio de toda su fuerza lo sujetó lo más firme que pudo y nadó hasta alcanzar la superficie.
Uno de sus tripulantes que estaban en el Drakar le vio nadar y, tras hacerle señas, le lanzó al agua uno de los botes salvavidas del navío.
La muchacha subió en él, portando a su inconsciente compañero de travesía y fue izada a cubierta.
El mayor alivio de su vida fue cuando, tras varios intentos de reanimarle, Arturo abrió los ojos, completamente confundido, ahogado, pero vivo.
Entonces, todos los tripulantes del Rosa Oscura se dispusieron a volver a su barco de origen, exceptuando dos que se quedaron a hacer una pequeña y muy cómica treta a los ilusos gigantes.
Cuando aterrizó en cubierta, lo primero que Esperanza hizo fue enviar a Arturo directamente a su camarote. Todo eso mientras veía, con sus refuerzos recién llegados que iban y venían de las bodegas dejando y recogiendo víveres, cómo Antonelle se batía con dos gigantes que querían obtener el mando de la nave el cual estaba a cargo del señor Wells, el principal artillero de abordo.
Con energías renovadas enterró su lanza a los dos Jothuns, los cuales cayeron pesadamente, uno en cubierta y el otro al agua.
Sólo al sentir el ruido, aquellos seres se recordaron que provenían de un barco y, al mirarlo, vieron cómo éste tenía las velas abiertas y se disponía a navegar.
-¡Nos roban la nave!-dio la voz de alarma uno de ellos.
Todos comenzaron a coger sogas y cosas para volver a la nave, sin recordar, por supuesto, que estaba en pésimas condiciones de zarpar.
Una vez que todos los Jothuns hubieron abordado y los dos atrevidos piratas hubieron regresado al Rosa, Esperanza prendió una de las lanzas que estaban esparcidas por cubierta.
-¿Por qué lo haces, capitana? Tú misma me lo prohibiste-la trató de hacer entrar en razón la frenética Antonelle.
-Nunca es tarde para empezar, ¿no?-replicó Esperanza dedicándole su sonrisa más sarcástica.
Y entonces, uniendo la acción a la palabra, la capitana pirata hizo puntería sobre el casco del navío enemigo y arrojó con todas sus fuerzas la lanza.
A aquella acción siguió un fuerte estruendo y una pequeña explosión.
Segundos después, una lluvia de flechas se precipitaba por el Drakar que otrora estuvo comandado por los Jothuns y ahora no era nada más que un pedazo de madera que flotaba a duras penas en el hermoso mar Caribe.
-¡Nos incendian!-gritó uno de los Jothuns.
Pero ya era demasiado tarde como para poder salir del infierno que significaba aquella nave en ruinas.
Un círculo de fuego rodeaba la baranda del Drakar, impidiendo que sus tripulantes pudiesen salir de ahí. Pero, al fin y al cabo, ¿a qué iban a salir? ¿A ahogarse? ¿A buscar la muerte en el agua? Mejor quedarse ahí.
Y mientras uno a uno se quemaba de aquellos horribles e ilusos Jothuns, que habían tenido la osadía de ir tras un blanco móvil difícil de atrapar con la decisión de matarle, el Rosa Oscura levaba anclas e izaba su hermoso velamen.
Entonces, mientras el Rosa se alejaba y ponía agua de por medio en aquel paraíso, una estrella falsa, llena del fuego del odio y la envidia, emergió en el horizonte que sólo ellos podían ver… Era el final de una de sus mayores aventuras.
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