El agujero negro
El agujero negro. (relato verídico, salvo por algunas cositas)
—¡Señoras y señores! Tengo el placer de presentar un nuevo número, traído de las lejanas estepas siberianas por Iván, un mujik de los campos cubiertos de nieve. Este campesino ruso, de origen humilde, que no habla otra cosa que el dialecto de su aldea, me ha mostrado este acto increíble, que no he vacilado en contratar a un precio increíblemente alto, que por poco no me ha dejado en la ruina total.
Sin embargo y por el inmenso cariño que tengo a mi público que me acompaña, temporada tras temporada, he hipotecado la carpa principal de este circo, para poder completar el pago total a este ignorante campesino que desconoce lo que significa la confianza y el crédito.
Sin más palabras que añadir, dejo con ustedes a este artista, para que juzguen ustedes mismos la calidad del espectáculo que presento.
No pude evitar un bostezo, que mi sobrinito aprovechó para introducirme en la boca un puñado de palomitas de maíz.
Le había prometido llevarlo al circo, en cuanto viniera al pueblo alguna compañía que no trajera animales. Este era un circo chico, pobre y muy mal entrazado, pero era lo que había en ese momento y mi sobrinito me exigía que cumpliera mi promesa.
Así que haciendo de tripas, corazón, nos fuimos al circo.
Un enorme cartel recién pintado, anunciaba que ese día era el estreno de un nuevo y sensacional número. El Mago Iván, un campesino ruso que con su bolsa maravillosa, provocaría el asombro del distinguido público.
Yo me había prometido que en cuanto mi sobrino comenzara a aburrirse, aprovecharía para salirnos de ahí y trataría de convencerlo de ir a tomar un helado.
El espectáculo era francamente deplorable. Dos o tres payasos y un enano hacían lo posible por divertir a los niños, ya que a los grandes no lograban que esbozaran una sonrisa.
Mi sobrino seguía firme en su interés por ver el espectáculo completo.
Miré la hora y calculé que el acto del mago ruso no podría durar más de media hora. Así que me dispuse a ver al ruso de marras.
Luego de la presentación del animador, se apagaron las luces y apareció el supuesto campesino siberiano.
Lo habían vestido con botas y un alto gorro de piel, para dar la impresión que todos tenemos de un cosaco. Lo acompañaban dos perros siberianos de ojos de distinto color. Traía arrastrando una bolsa vacía de tela gruesa o lona, muy similar a los forros de los colchones, casi del tamaño de un colchón de dos plazas.
Junto con él, los tres payasos y el enano entraron empujando un carro de cuatro altas ruedas. Esta carreta venía colmada de las más diversas cosas.
Alcancé a ver dos escaleras de ocho escalones, varias maderas, un montón de cajones llenos de frutas y otros con tomates, varios tambores de plástico, escobas, tres tarros lecheros grandes y un sinnúmero de cosas más.
El ruso se subió a una de las escaleras, sujetando el borde de la bolsa que llegaba hasta el piso.
Los payasos comenzaron a arrojar dentro de la bolsa, entre saltos y contorsiones, todos los objetos que estaban en la carreta.
Traté de imaginar el truco y la forma de realizarlo, ya que salía perfecto.
La bolsa estaba apoyada en la arena y no se llenaba nunca.
Con asombro vi que los payasos estaban desarmando la carreta y comenzaban a meter en la bolsa las enormes ruedas, los ejes de acero, las barandas y el fondo de la carreta que entraron con facilidad.
Esto era simplemente imposible.
Para colmo, el ruso bajó de la escalera y comenzó a doblar la bolsa que creámoslo o no, se notaba completamente vacía. Quedó sólo un pequeño bulto que el ruso se puso debajo del brazo y se fue entre pocos y tímidos aplausos.
El público se notaba defraudado, seguramente porque el mago no tenía ninguna bella asistente como tienen casi todos los magos, con el sólo objeto de desviar la atención.
Mi sobrinito tironeaba de mí, porque quería volver a casa. Decidí llevarlo y regresar enseguida porque estaba dispuesto a averiguar el funcionamiento de este sensacional acto de magia.
No me podía quedar con semejante intriga…
*******
Volví al circo casi de inmediato. Algo sucedía allí en ese momento. Muchas luces estaban apagadas y los trabajadores estaban desarmando las gradas en forma apresurada. Me dirigí al carromato que uno de los peones me indicó como perteneciente al dueño. Se escuchaban voces airadas. Eran, según pude deducir, el dueño y el ruso. Entreabrí la puerta y miré al interior. El ruso estaba sentado en una silla bebiendo de una botella y parecía borracho. Contestaba con monosílabos a los gritos furiosos del dueño.
—¿Dónde fue a parar la carreta, campesino miserable? —gritaba el patrón del circo
—¿Y dónde dejaste la escalera y los tarros de la leche, maldito? ¡Todo eso cuesta plata…
El mago ruso sonreía tontamente mientras bebía y le contestaba en su idioma, algunas palabras que evidentemente el dueño no comprendía.
Estaba verdaderamente enojado y tuve que carraspear tres veces para que se diera cuenta que alguien más estaba en el carromato.
—Y usted ¿qué quiere aquí? —me espetó amenazante
Lo miré fijamente y entonces recordó que yo era el Jefe de Policía que lo había autorizado a armar su circo en el baldío al lado de la plaza.
—¡Oh, perdone usted, camarada comisario! Discutía con este rústico hombre de la Rusia atrasada, que no quiere entender que debe devolverme los objetos que le facilité para su deplorable acto. Lo que más me duele es la carreta y los tarros de la leche que son muy caros porque son de cobre…y pagué muy caro por ellos a los gitanos…
—¡Seguramente los hizo desaparecer de verdad! —le dije
—¡Imposible! Hasta el mago Gavrila que hacía desaparecer un elefante, después lo hacía aparecer en el mismo corral…
—¡Sí! Recuerdo a ese mago. Estuvo aquí el año pasado, pero era un truco muy bien hecho. Trabajaba con un sistema de espejos que engañaban totalmente al espectador.
—Así es. Todos son trucos. Algunos mejores que otros, pero este animal se emborrachó y no me dice donde están mis cosas…Quizás a usted se lo diga, camarada comisario, si lo encierra un par de horas o le aplica unos buenos latigazos. Sólo así obedece esta gentuza…
Me rasqué la cabeza, pensativo, mientras el dueño del circo se apresuraba a servirme un vaso de vodka.
—A las seis de la mañana nos vamos, camarada comisario. Me encantaría recobrar mis cosas, sobre todo la carreta. Y también usted se sentirá encantado con el regalo de agradecimiento que le voy a dar…
—¡Está bien! Me lo llevo junto con la bolsa. Si no llego antes de las seis de la mañana, significará que no he podido sacarle nada y usted deberá dar por perdidas sus cosas…
—Y usted deberá dar por perdida su recompensa —masculló en voz baja.
Agarré al borracho de un brazo y traté de arrastrarlo a la salida, pero era un robusto mujik y se resistió. Me vi obligado a desenvainar mi sable y darle un planazo por el lomo. Se le oscurecieron aún más los negros ojos y me vi cuenta que era un pájaro de cuidado. Le apoyé la punta del sable en los riñones y lo obligué a caminar en dirección al cuartel.
******
Ya en la comisaría tuve que despertar de un patadón a Boris, mi asistente y único personal subalterno a mi cargo.
Ser Jefe de Policía en este pueblo es como ser rabino en el Vaticano.
Ya llevo dos años y jamás nadie ha ocupado el único calabozo del cuartel, salvo por Boris quien aprovecha el jergón de paja para dormir sus largas siestas.
Me mandaron a este pueblo perdido de la mano de Dios, porque en el Comisariato sabían que acá vive mi hermana y seguramente pensaron que yo no iba a protestar por el traslado. Claro que no protesté. Después del extenuante juicio, había quedado sin ánimos para ninguna protesta y acepté mi destino.
Para matar el tiempo, en este solitario pueblo, adquirí un libro de trucos de magia y me había entusiasmado tanto que cada vez que venía al pueblo algún circo trashumante y traía a algún mago, lo invitaba a que me enseñara sus trucos y engaños.
Con Boris logramos hacer sentar en el jergón al mago ruso, quien seguramente estaba acostumbrado a los calabozos de campaña, porque se acostó en el camastro y enseguida se quedó dormido.
Boris me interrogó con los ojos y me encogí de hombros:
—El dueño del circo lo acusa de robar algunos objetos y meterlos en su bolsa…
—Revisaré la bolsa, porque es una bolsa muy grande, pero parece estar vacía —contestó el bueno de Boris
—Revise bien, camarada Boris, porque puede haber alguna joya —le dije mientras me dirigía hacia la enorme chimenea a calentarme las manos. De noche la temperatura en este pueblo baja a menos de cero grado, incluso en verano, como ahora.
Me serví una copa de cognac de una botella que me regaló hace más de seis meses, un Inspector de Trabajo y Producción quien vino al pueblo por una queja que alguien presentó allá, en el Sub-comité, exponiendo que en este pueblo no había producción alguna. El camarada Inspector solamente encontró a dos hombres en la aldea. Yo y el camarada Boris.
El resto de la población estaba compuesta por ancianas y niños y una treintena de muchachas. Quizá haya sido esto lo que me mantiene aún en este pueblo. Parece ser que todo hombre que viene, siente unas ganas de quedarse para siempre. El camarada Inspector se quedó dos semanas aduciendo el mal estado de los caminos y la enorme cantidad de nieve acumulada en ellos. Tuve que mandarlo de vuelta a la ciudad, mejor dicho al Comisariato, atado como un arrollado de carne de carnero.
Solo le faltaba revestirlo de páprika para que pareciera un goulash.
El bueno de Boris extendió la bolsa en el suelo y de rodillas sobre ella, la palpó íntegramente con sus palmas abiertas.
—Parece que está vacía…pero… aquí en el fondo hay algo duro —dijo
Siempre de rodillas abrió la abertura superior de la enorme bolsa y se deslizó dentro de ella
Agregué unos leños a la chimenea y me acerqué cognac en mano a ver que encontraba Boris dentro de la bolsa. Estaba completamente metido dentro de la enorme bolsa y notaba sus movimientos dentro de ella.
De pronto la bolsa pareció desinflarse y quedó extendida en el suelo, como una alfombra de mala calidad.
Quedé sorprendido. A simple vista se notaba que la bolsa estaba vacía y para corroborarlo me puse a caminar sobre ella hundiendo con fuerza los tacones de mis botas, tanto que las pequeñas espuelas tintineaban con argentina cantinela.
Quedé horrorizado. El buen Boris había desaparecido dentro de la bolsa. No lo podía creer. Para asegurarme desenvainé el sable, abrí la bolsa y moví el brazo en varias direcciones, dando sablazos a diestra y siniestra y de pronto sentí que alguien o algo me tiraba el sable hacia adentro y me lo quitaba de la mano.
Di un salto hacia atrás y corrí a la pared de la chimenea, donde tengo colgado como adorno mi fusil Máuser, siempre cargado y disparé toda carga contra la maldita bolsa. Quedaron unos lindos agujeros pero nada más. Ni rastros del camarada Boris.
*****
No pude dormir en toda la noche y sentado en el viejo sillón de mi escritorio y arropado con una piel de oso y un gorro de piel de marta cibelina, recuerdo de tiempos mejores, me terminé de beber el cognac que pensaba hacer durar un par de meses más.
Debería comunicar todo esto a la Comandancia y pasaría meses explicando esto y aquello a un grupo de burócratas, que terminarían no creyéndome y seguramente enviándome a cumplir funciones a Siberia.
A todo esto el Mago ruso había despertado y gritaba como loco en el interior de la celda. Yo no entendía su dialecto, que parecía ser el de una ciudad llamada Wjernoleninsk o de Jekaterinodar.
Como continuaba aullando frenéticamente y su físico recio de campesino constituía un peligro para mi humanidad, le apliqué un culatazo con el Máuser a través de los barrotes. Le tuve que aplicar un segundo golpe para derribarlo. Abrí la puerta de la celda y lo arrastré hasta la bolsa. A duras penas comencé a empujarlo al interior de ella. Para terminarlo de introducir me senté en el suelo y poniendo un pie en cada hombro lo comencé a empujar. De repente con una mano me agarró el pie derecho y antes que me hiciera nada, una fuerza extraña lo succionó al interior y su mano se llevó mi bota que tenía agarrada. Rodé por el piso para alejarme de la boca de la bolsa.
Ya no tenía dudas. La maldita bolsa estaba embrujada. Volví a pisarla como si fuera una alfombra, pero no había nada en su interior.
Busqué otro par de botas que tengo para las ocasiones solemnes, y doblando la bolsa con mucho cuidado, la escondí detrás de la leñera de la chimenea.
¿Qué diablos haría ahora? No tenía a quien consultar y mis antiguos amigos de los Cuerpos expedicionarios en Etiopía, Angola y Mozambique, me habían dado la espalda para salvar sus pellejos. Tengo todavía algunos compañeros en Georgia, de los que debo destacar a Vassily Dmitriovich, pero no tengo forma de comunicarme al exterior desde este sitio. Y si viajo en el coche que pasa por acá todos los jueves,
seguramente el postillón contaría que dejé abandonado el cuartel, ahora que no está Boris y eso podría costarme la vida.
Golpean con fuerza a la puerta a la que le he echado llave. Voy a abrir con la mano sobre el revólver, porque ¿quién puede venir a esta hora?
Es el dueño del circo, quien está a punto de partir a otro pueblo y viene a ver si conseguí que el Mago ruso le devolviera su carreta y los tachos de la leche. Le digo que el Mago Ruso se comprometió a llevárselos al otro pueblo de la gira so pena de ir preso por diez años.
Rechazo la recompensa que me quiere entregar y le digo que solo he cumplido con mi deber, pero que necesito que me haga un favor. Que cuando vaya por el Cáucaso trate de encontrar a mi amigo Vassily Dmitriovich, quien vive criando carneros en un pueblito (cuyo nombre me reservo) a orillas del Volga en Astraján. Todo el mundo lo conoce porque tiene una personalidad muy amistosa y su familia hace 200 años que se vino de Reval, de Estonia, en la frontera con Finlandia.
Tiene que decirle que lo necesito y que se ponga en marcha lo antes posible. Que le explique que soy el comisario de policía de este pueblo.
—Creo, camarada Comisario, que estaré por allá de aquí a seis meses, pero tenga la seguridad que lo buscaré y le daré su mensaje.
Nos dimos un fuerte apretón de manos y nos besamos en ambas mejillas, al estilo francés. Este polaco es un hombre de mundo.
******
Seis meses para que Vassily Dmitrovich se entere que lo estoy buscando y otro par de meses para que se venga para acá. Justo se viene el invierno y los caminos estarán intransitables por la nieve y el hielo. Y dicen que será un invierno de los más fríos que haya sufrido este país. No habrá carruaje que pueda transitar y menos aún allá por el Cáucaso.
En fin, Dios dirá. Creo que mientras tenga a la bolsa escondida y nadie se le acerque no habrá ningún peligro.
Recuerdo que cuando era un niño, escuché una leyenda a mi querido tío Fedor Zepol Ivanovich, a quien Dios tenga en la gloria, sobre una cartera mágica que se tragaba objetos, pero si uno la daba vuelta como a un calcetín, la cartera eructaba tres veces y devolvía lo tragado.
Tengo ganas de probar con esta enorme bolsa, pero tendré que ordenar a algún siervo de mi hermana que lo haga, porque no quiero correr el riesgo que me trague a mí. Ahora que lo pienso y como no está Boris para prepararme la comida, iré a visitar a mi hermana para comer algo caliente. Antes de irme añado algunos troncos a la leñera para que nadie que entre, vea la bolsa.
Beso tres veces el ícono que está en el borde de la chimenea y me dirijo a lo de mi hermana no sin antes sacar algunos kopeks para repartir a mis sobrinos.
¡Demonios! Tendré que pasar por el frente de la isba de las hermanitas Dostojensky. Hace tres noches que no las visito, pero a veces tres mujeres jóvenes son demasiado, incluso para un Comisario de Policía.
Si doy la vuelta por el cementerio me demoraré mucho más y es muy probable que me cruce con la viuda Olga Dnjepropetrowsk, la cosedora de pieles para abrigo, quien si me ve, correrá nuevamente a maldecirme y a desearme la más espantosa de las muertes. Me odia tanto y todo porque un día junto con su marido, que era el tercer habitante masculino del pueblo, nos bebimos una caipirinhas de más y se nos metió un oso al cuartel y yo queriendo matarlo de un solo sablazo en el corazón, para no arruinar la piel, me enredé en los pantalones, que tenía abajo y sin querer lo pinché al camarada Dnjepropetrowsk. Antes de caer al suelo ya estaba muerto. El oso huyó y las muchachas que nos acompañaban también. Desde entonces la viuda Olga me odia y me desea terribles males a grito pelado, en donde me encuentra.
Tuve suerte y no me vió pasar. Mi hermana estaba feliz que la visitara y como recién había terminado de hornear, me sirvió un pedazo de carnero frío con pan caliente y un vaso de vino tibio con azúcar.
El pan y el azúcar son un lujo prohibido en este lugar, por el alto precio y por la enorme escasez que hay en el país. Pero como ella es Comisaria de cuarta categoría de la secretaría de recursos Autóctonos, consigue algunas cositas, fuera de la cuota que le corresponde al pueblo. A pesar de todo, este pueblo está bien abastecido por el Gobierno, debido a la responsabilidad y culpa que sienten en el Polit-bureau por lo acontecido a la población masculina del lugar.
—Estás metido en un lío, hermanito. ¡Otro más y van…!
—Creo que si la leyenda que me narró nuestro tío Fedor Zepol Ivanovich
es cierta, no tendré ningún problema. Tu sabes hermanita, que lo que verdaderamente me preocupa es la pérdida de mi sable. Era un obsequio del Rey Zaher Shah de Afganistán y me lo codiciaba hasta el camarada Comisario General del Partido.
—¿Te quedarás a dormir, hermanito?
—No, pasaré a visitar a unas amistades. Te ruego que me mandes a tu siervo Jerzy Kosinsky para que me ayude en algunas cosas en el cuartel
—Pero el pobre viejo es casi un inútil. Ya está muy anciano…
—Por eso, hermanita, por eso…
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Me retiré de la isba de las hermanitas Dostojenskycomo a las 6 de la mañana. Me fui al cuartel caminando y enterrando mis botas hasta casi la rodilla en la nieve. No se porqué la prohibición de tener caballos para uso personal en este pueblo. Yo, como Comandante de policía debería saberlo, pero lo ignoro. Cuando alguien me pregunta la razón de este úcase, solo contesto que por razones de Estado, pero yo interiormente pienso que es para que haya más relaciones entre los pocos hombres sobrevivientes y las damas del lugar, ya que el índice de natalidad ha descendido mucho. Entonces al pasar un hombre caminando, extenuado por el frío y la nieve, todas las mujeres se apiadan y lo invitan a quitarse el frío frente a la chimenea mientras toma un té bien caliente recién salido del samovar. O hay otras chicas más generosas y piadosas todavía que…bueno… es largo de contar…
Cuando llego al cuartel veo pisadas en la nieve y son recientes porque de lo contrario estarían borradas, ya que está nevando copiosamente. Como no soy buen campesino, no logro distinguir si son pisadas de lobo, de oso o de ser humano. Por las dudas, hecho mano a mi revólver y abro la puerta de golpe…:
Allí, desnuda, junto al calor de la chimenea está Karinna Steponovch García, la chica más linda del lugar. Debe su belleza, seguramente porque su madre es española. Aunque está junto al calor, su dorada piel está algo erizada y veo los rubios vellitos de sus brazos paraditos como esperando ser acariciados. Me quito el capote mojado y cubierto de nieve y tomo una hermosa piel de carnero de Astrakán que está colgada en el perchero y la cubro delicadamente.
—¿No quiere desayunar, camarada Comandante? —me pregunta con simpática intención.
¡Maldición! Si supiera que ya desayuné tres veces con las hermanitas Dostojensky no me preguntaría esto.
—Mire que traje medialunas y unas bolas de fraile que están de rechupete…
Me río forzadamente mientras me pregunto de qué me voy a disfrazar para salir del paso, y ella aprovecha para colgarse de mi cuello y decirme al oído, entre mordisquitos:
—Mientras buscaba leña para el fuego, encontré una bolsa de dormir y quiero que ya nos metamos en ella…
No alcancé a sujetarla y ya se había introducido en la maldita bolsa que había puesto en el piso.
Juro que todavía se me estruja el corazón al recordar.
La bolsa se la tragó e incluso me pareció escuchar un sonido como ¡Sglupp!.
Sólo le faltó eructar a la bolsa del demonio.
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Decidí que esto ya era demasiado y busqué la tijera de podar la ligustrina y corté a la bolsa por la mitad. Como ví que no pasaba nada, la recorté un poco más y ahí fue cuando al tomarla de una punta toqué algo duro que había dentro.
Con mucho cuidado y siempre por fuera de la bolsa, palpé el objeto varias veces hasta que me convencí que era como una canica, una bolita como las que tiene los niños para jugar. Como en el resto de la bolsa no había nada extraordinario, deduje que la fuerza que succionaba todo, era la bolita. Me convencí que lo mejor sería guardar la bolita en una bolsa más chica y saqué de mi escritorio la bolsita de cuero donde guardo los kopeks de la caja chica. La vacié y tomando extremas precauciones metí la bolita en la bolsita de cuero. Para probar que mi teoría era correcta, tomé una escoba e introduje en la bolsita la punta del mango. Empujé un poquito y pude introducir toda la escoba. Cerré la bolsa de cuero atándole su cordón y me la metí en el bolsillo.
Ahora estaba decidido. Me iría a la Capital y hablaría con el Camarada Presidente del Partido. Algún provecho le tendría que sacar a esto.
Quizá me nombraran General o Super-secretario de algo. En un Estado burocrático como éste, siempre habrá algún buen cargo que ocupar.
En cuanto llegara Jerzy Kosinsky lo dejaría a cargo del cuartel y partiría a encontrar mi destino.
Sólo me hace falta un buen caballo o tendré que tomar la troyka que pasa los jueves.
Me puse a preparar mi baúl de viaje. En el fondo, bien dobladitas, puse mis camisetas de frisa con manga larga y en la manga de una de ellas escondí la bolsa de cuero con la bolita.
Mañana jueves partiré, aunque todavía no estoy muy decidido.
Acá en el pueblo tengo todo lo que un hombre puede pedir a la vida.
Un buen sueldo, un trabajo en el que no hay que hacer nada, buen y abundante alimento, mujeres para amar, una hermana que me quiere y sobrinos que me admiran. Cuando quiero salgo de caza y puedo matar todos los lobos y osos que se me ocurra y nadie puede decirme nada, porque yo soy la autoridad y además no hay nadie que se pueda quejar.
Si me voy a la gran ciudad, siempre seré el subalterno de alguien y tendré que correr detrás de una mujer, cuando acá son ellas las que corren detrás de mí. Lo único que no tengo acá es compañía masculina. Un amigo, con quien tener charlas de hombres o jugar a la billarda.
La verdad es que extraño al camarada Dnjepropetrowsk.
El siervo de mi hermana, el camarada Jerzy Kosinsky llegó poco antes del mediodía, cargado con dos grandes canastas con alimentos que me mandó mi hermana.
Le hablé de la importante misión que le encomendaba. Cuidar del cuartel y ayudar a los vecinos en lo que fuera posible.
Tal vez a mi regreso lo podría hacer miembro del Partido.
El pobre viejo casi se murió cuando le dí la noticia. Ser miembro del Partido era elevarse a la cúspide de la sociedad. El Partido veía más lejos que el mejor de los francotiradores.
*******
Parece ser que el Destino se había confabulado en mi contra. Esa tarde llegó al poblado un Comandante militar, airoso en su caballo y seguido por una docena de militares de bajo rango.
Entró al cuartel con su capote sobre los hombros, una pequeña fusta bajo en brazo y quitándose los guantes me dijo:
—No hace falta que se presente. Sé todo sobre usted.
—Pero yo no sé nada sobre usted, capitán —le retruqué
—No necesita saber nada sobre mí. Sólo que soy un Capitán del Ejército y está usted bajo mi mando.
—Le recuerdo capitán que soy un miembro del Partido y soy el Comandante Civil de la Región y usted está en mi jurisdicción…
—Si, pero yo tengo doce hombres armados, señor Comandante
Le iba a contestar al engreído Capitán que yo tenía una bolsita mágica, pero me contuve y decidí demostrárselo.
—Por favor, señor Capitán, revise el contenido de esta bolsita y después hablamos —le dije
No lo dudó ni un instante. Desató el cordón de la bolsita de cuero e introdujo la mano. Inmediatamente desapareció de mi vista y la bolsita cayó al suelo.
La levanté con cuidado, anudé el cordón y me la guardé nuevamente en el bolsillo.
Entonces vi que Jerzy Kosinsky me miraba con los ojos desorbitados. Había visto como la bolsita se había tragado al Capitán. Me llevé el índice a la boca indicándole silencio. Le indiqué que me acompañara a la calle.
Los soldados estaban afuera del Cuartel. Habían desmontado y esperaban al Capitán para seguir viaje.
—¡Soldados! Por orden del Capitán deberán regresar por donde vinieron. El Capitán se quedará unos días y después retornará.
El que quiera tomarse unos días francos, puede hacerlo, pero no más de diez días. No abusarse eh!!!
El griterío de alegría de los soldados hizo que todas las chicas del pueblo se asomaran a sus puertas. Hacía mucho tiempo que no se escuchaban voces varoniles en el poblado.
Los soldados montaron sus caballos y salieron al galope gritando y agitando sus rifles. Creo que no alcanzaron a llegar a la salida del pueblo.
El caballo del Capitán era de un negro azabache espectacular. Pero era un caballo del Estado. Con dolor de mi corazón se lo dejé al anciano Kosinsky, aclarándole que era propiedad del cuartel, pero que podría usarlo cuanto quisiese.
El viejo me preguntó:
—Cuando yo pertenezca al Partido…¿Me darán una bolsita como la suya?
—No lo sé, padrecito. Si los del Comité ven que eres un hombre prudente y reservado y que sabe guardar secretos, es muy posible que así sea.
Nos interrumpieron los gritos de los niños del pueblo y de algunas mujeres que gritaban
—¡La troyka, la troyka! ¡Viene la troyka!
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Efectivamente, la enorme calesa tirada por tres caballos, se divisaba a lo lejos. En vez de las ruedas del verano, le habían puesto los largos esquíes para la nieve. Varios perros corrían delante de los caballos.
Me dio un poco de pena. Iba a dejar el pueblo donde tuve tanta paz, pero las cosas se me estaban complicando demasiado…
El postillón de la troyka me saludó con afecto, aunque un poco sorprendido que yo viajara.
—Saldremos al amanecer, señor Comandante. El coche partirá desde la casa de la viuda Olga Dnjepropetrowsk donde dormiré un poco y cargaremos agua y cada cual debe llevar sus alimentos para el viaje. Con un poco de suerte estaremos en una semana en destino. Le aconsejo traer un almohadón, porque los asientos de la berlina son algo duros y el traqueteo de los caminos a veces hace el viaje insoportable.
Esa noche no pude dormir. Mil pensamientos cruzaban por mi mente. Sentado en mi escritorio y envuelto en la piel de astraján que aún conservaba el delicioso aroma del cuerpo de la hermosa Karinna Steponoch García. Escuchaba los relatos que me hacía el viejo Jerzy Kosinsky. Todos eran relatos truculentos de la estepa rusa.
La nieve caía copiosamente y me hizo temer por el comienzo del viaje, ya que la troyka tirada por sólo tres caballos, difícilmente iba a poder vencer a la importante cantidad de nieve que había en los caminos.
—Le aconsejaría Camarada Comandante, que llevara el caballo del cuartel (al decir esto me guiñó un ojo) porque la calesa puede quedar atrapada en alguna parte del camino y pueden pasar semanas hasta que consigan seguir viaje.
Le encontré razón al viejo. Me llevaría el caballo.
Al amanecer sentimos ruidos de cabalgaduras que venían al galope. Me asomé con el Máuser preparado. La nieve ya había dejado de caer y el tímido sol asomaba sin decidirse a calentar.
Era un jinete con dos caballos de tiro. A pesar de la nieve que salpicaba su espesa y enrulada barba colorada, lo reconocí al instante. Era mi buen y único amigo Vassily Dmitriovich. Mi sorpresa fue enorme. Recién lo esperaba para dentro de siete meses por lo menos, en el supuesto caso que el dueño del circo lograra encontrarlo y darle mi mensaje.
Luego que vaciamos una botella de vodka para que Vassily recobrara sus fuerzas, el viejo siervo de mi hermana se retiró prudentemente para dejarnos conversar a solas, no sin antes dejarnos el samovar lleno de té.
Vassily me explicó que venía en camino a mi pueblo a visitarme, porque sentía curiosidad de verme vivir como un ermitaño en un pueblo sin habitantes. Vassily Dmitriovich era un machista empedernido y consideraba que la mujer no contaba. Cosas de la crianza que había recibido en las salvajes tierras Caucásicas. Nunca se había enamorado.
Saqué la bolsita de cuero y entreabriéndola hice que viera la bolita negra que en ella había.
—¿Sabes lo que es esto, Vassily Dmitriovich?
La miró ceñudo y sorprendido.
—Para mí es una bolita negra —me contestó y sacando de su bolsillo interior una bolsita de cuero para el tabaco, la entreabrió para que yo mirara.
—¿Sabes lo que es esto, Nicolai Kirsanoff? —me preguntó
—Para mí es una bolita blanca — le dije tembloroso de expectativa
—Parece ser una bolita blanca, pero en realidad es un “Agujero blanco” y esa que tú tienes debe ser sin duda un “Agujero negro”
Nos abrazamos, alegres como dos chicuelos, sin saber bien porqué.
En ese momento no imaginamos que se avecinaba un cambio mundial y que ambos seríamos los artífices de esa evolución…
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Un tiempo después…
Mi estómago me dice que son las 9 de la noche. Tengo un hambre atroz. No tengo apetito. !Tengo hambre!
La noche alumbra con sus lunas sepias. Todo es de color sepia como esas viejas fotografías de años pasados.
Recuerdo todavía las noches oscuras de antes, cuando una blanca luna nos alumbraba y nos ponía románticos. En la puerta de mi caverna está una hembra que espera que lleve el alimento.
No sé como se llama y tampoco recuerdo mi nombre, si es que tuve nombre alguna vez. Todos me nombran como “hombre de un solo ojo” y
a mi hembra la llaman “la de la trenza larga”.
Sé que es mi hembra porque cuando entramos a la caverna, nos embargan antiguos deseos y nos poseemos con ferocidad, cosa que no me sucede con otras hembras.
He traído un pequeño animal de largas orejas y cuando la de la trenza larga lo ve, estalla en gritos de alegría.
—¡Un conejo, un conejo —grita con entusiasmo
Al escuchar estos gritos, viene de la caverna contigua otra hembra, abundante en carnes y con pelos sobre la boca.
—¡Bah, apenas alcanzará para dos! —gruñe
Ignoro porqué pero detesto a esta hembra. A veces tengo ganas de darle con el garrote por la cabeza y cocinarla a fuego lento para que la carne tenga mejor sabor. Algún día que no consiga traer algún alimento, lo voy a hacer y comeremos por varios días. Invitaré a mi camarada “el que escupe siempre” y cantaremos esas músicas que sólo él conoce y que se esfuerza por hacerme recordar.
Lo único que recuerdo, es que con el que escupe siempre, hicimos chocar unas bolitas, una negra y una blanca y todo cambió.
El que escupe siempre me dice que pasaron diez años de todo aquello y que mejor es olvidar todo y empezar de nuevo.
No sé que es lo que me conviene olvidar y que significa comenzar de nuevo.
A veces cruzo el cráter verde y allí junto al desierto me pongo a gritar y a hablar en un idioma que desconozco. El tedio me enloquece y ver pasar los días iguales, rutinarios y que tienen treinta horas, según dice “el que escupe siempre”, sumado al horrible color sepia del universo me hace enloquecer. La de la trenza larga viene entonces a buscarme y trata de calmarme dándome refugio entre sus brazos mientras me canta una canción de cuna, según dice.
Me pasa el garrote y me envía a buscar alimento.
Me encuentro con “el que escupe siempre” quien me dice con burla:
—¡Te tiene cagando la esquimal!
No sé que significan sus palabras, pero no logran hacerme enojar. No lo odio como odio a la hembra gorda. El que escupe siempre me ha dicho que debo llamarla “culo de chancho” pero me causa un poco de temor.
Debe ser por que no se exactamente que es un chancho. Culo, sí que conozco su significado. Jajaja me hace reír este “que escupe siempre”.
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Soy un hombre sin pasado y lo que me pregunto es si tendré futuro.
Creo que ningún sobreviviente del pequeño big bang tiene futuro aquí.
No sabemos quienes somos ni donde estamos. Tenemos vagos recuerdos de un mundo con un cielo azul y cosas que llamábamos vegetación, según dicen los afortunados que conservan algo de memoria.
“El que escupe siempre” tiene memoria de muchas cosas y trata de compartirlas conmigo, porque dice que fuimos muy amigos. Me ha hecho prometerle que cuando yo recuerde algo, se lo comunique inmediatamente para tratar entre los dos de aclarar algo de nuestro pasado, que nos pueda ser útil en este presente.
Me dice que está seguro que estamos en otra dimensión y no en el lugar de nuestro origen.
“La de la trenza larga” tampoco recuerda nada, pero cocina muy rico y ya van varias veces que he tenido que pelear por ella con alguno de los “invasores” que son un grupo de sobrevivientes que hablan un lenguaje raro. Tienen los ojos rasgados y por lo general son de baja estatura. Cada tanto vienen a nuestro lugar a llevarse a las mujeres y hemos descubierto que le temen al encierro. Así que nos metemos en las cuevas bien profundamente y no se atreven a seguirnos. Una vez tres invasores fueron más valientes y entraron muy adentro, donde los cazamos y los guisamos. Comimos en abundancia y descubrimos que guardando la carne en un agujero cubierto con el hielo del lago interior, dura muchísimo más.
“El que escupe siempre” mueve la cabeza con desaprobación cuando logro traer a un sujeto de otro lugar para alimentarnos. Me dice que yo no hacía esas cosas cuando vivía en la otra dimensión y asegura que yo era un refinado escritor y que me había hecho comunista, lo que me marginó un poco de la vida social de entonces.
Pero le contesto que debemos comer y nuestros enemigos nos comerían a nosotros si pudieran.
Nosotros somos treinta y dos personas entre hombres y hembras. Somos 20 machos y 12 hembras. Muchos hombres comparten a su hembra con sus amigos, pero yo no. Y mi único amigo, “el que escupe siempre” no puede usar su sexualidad, porque en la otra dimensión fue torturado y lo dejaron inútil.
Mi amigo me dice que en esta dimensión no envejecemos jamás y que tampoco podemos reproducirnos. Hay un hombre a quien llamamos “El que quiere un hijo” que desea ser padre y llora al no lograrlo.
“La de la trenza larga” me llama a comer y me pasa un pesado plato de piedra. Los platos de piedra que usamos, los ha fabricado “El escultor” que junto con su hijo trabajan la piedra abundante en este lugar.
El plato que me da “La de la trenza larga” contiene una mano a la que le falta un dedo.
—Comete la carne que después te doy una sopa —me aconseja
—¡Ufa! ¡Otra vez sopa! —me quejo
—Tenemos que terminar a este invasor, porque ya se está poniendo un poco abombada la carne. Si consiguiéramos sal… —suspira
Sé donde hay una playa de sal, pero está guardada por unos hombres grandes de color negro, que no tienen hembras. Creo que conté 10 machos. “El que escupe siempre” cree que podríamos negociar si les diéramos a una mujer de color blanco. Cuando interrogamos a nuestras hembras, me sorprendió ver que todas querían ir de voluntarias.
¿Les gustará tanto la sal?
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Anoche “la de la trenza larga” me dijo algo al oído. No alcancé a escuchar bien, sólo entendí algo de ojos.
—¿Qué? ¿Necesitas anteojos?
—Pero nó, hombre del testículo grande (boludo), no te dije eso…
—¿Qué me dijiste entonces?
—Te dije que tengo un antojo…
¡La gran flauta! En otros tiempos y en la otra dimensión, cuando una mujer decía que tenía un antojo, era porque estaba embarazada.
Por eso le pregunté:
—¿No estarás en la dulce espera?
Me miró con sorpresa. Nunca había usado estas palabras y no las entendía. Debo estar recobrando la memoria
—Estoy antojada de comer negro —me aclaró
—¡Yo también! —se entrometió Culo de chancho — Si tuviéramos un hombre en casa, estos bocadillos no nos faltarían…
Claro, me tocaron el amor propio. Pero no se trata de ir al Supermercado y pedir un par de kilos de carne de negro. Tendré que ir a cazarlo yo mismo y eso no es lo más difícil. Lo peor es traerlo hasta la cueva, ya sea al hombro o arrastrándolo y encima luchar con otros depredadores que querrán arrebatarme mi presa.
La madre de la de “la trenza larga” seguía parloteando.
—Primero hay que adobarlo y luego darle una marinada y agregarle las especias. Si es muy peludo o lo afeitamos o le chamuscamos los pelos con una antorcha. El fuego, en lo posible, hay que hacerlo con algo que produzca mucho humo, así agarra la carne, ese saborcito tan especial…
¡Malditas brujas Me han convencido. De tanto escuchar hablar de la comida me ha dado hambre. Trataré de convencer al “que escupe siempre” para que me acompañe en la cacería.
“El que escupe siempre” no estaba muy convencido. Me decía algo de que nosotros éramos intelectuales y todas esas cosas, pero cuando recordó lo bien que cocinaba mi hembra decidió acompañarme, siempre y cuando lleváramos también a “El que mea lejos” que es un cazador avezado y nos servirá para traer un poco de sal.
Miré al cielo y les dije:
—Cuando el sepia cambie al rojizo saldremos. Los quiero a todos aquí al enrojecer. Y cada uno con su macana.
—Yo llevaré un cuchillo que •”el escultor” me fabricó con una piedra pedernal —dijo “el que mea lejos”
—Ni se te ocurra “hombre del testículo enorme” (pelotudo) —le contesté —No podemos derramar nada de sangre, así las hembras nos fabrican morcillas o prietas.
Aclaradas las cosas nos fuimos a preparar nuestras armas y a dormir un poco. Nos esperaba un largo día.
No pude pegar un ojo. Bueno, solo tengo un ojo y la cuenca vacía me la tapo con un trapo negro. Pero no está tan vacía y nadie sabe que allí oculto la bolita blanca o agujero blanco. Recuerdo que el choque entre esta bolita y una bolita negra nos condujeron acá.. No sé como actuará el agujero blanco. Algún día me decidiré a experimentar.
Ahora a dormir…
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En cuanto el día empezó a enrojecer salimos de caza. Ahora éramos siete los cazadores. En cuanto se corrió la voz de que iríamos a cazar un negro, sobraron los voluntarios. Naturalmente tendrían que ser dos los negros a cazar, para que alcanzara para todos.
Por la ubicación de las lunas, vimos que era cerca del mediodía cuando llegamos a la playa de sal, que los negros defendían porfiadamente, pero aceptaban trueques a cambio de un puñado del precioso elemento.
Cuando nos vieron llegar, salieron a recibirnos con mucha cordialidad y con trozos de sal como regalos.
El jefe de ellos, un negro enorme (en todo sentido) se dirigió a mí, entregándome un trozo de carne asada. La comí con avidez y me supo a gloria. Ese sabor me produjo un clic en el cerebro. Era un sabor conocido por mí. De pronto se me hizo la luz ¡Era carne de cerdo!
Levanté los brazos y ordené a los cazadores que dejaran los mazos y macanas a un costado.
Se suspendía la cacería por ahora.
Mientras los míos descansaban de la larga caminata, observé que los negros los miraban con admiración.
El jefe de ellos pareció leerme el pensamiento y me dijo:
—Debe entender ¡oh Gran jefe del único ojo! que sin hembras los muchachos están un poco alborotados…
—¡Comprendo, comprendo! Pero lo que yo quiero saber es de dónde sacaron la carne que probé recién.
—Los animales que tienen esa carne están del otro lado del desierto amarillo. Son muy peligrosos porque atacan en grupo y tienen unos colmillos enormes. Nosotros somos muy pocos para ir a cazarlos, pero ustedes parecen ser cazadores acostumbrados al peligro y si usted nos hiciera el honor de dirigirnos los acompañaríamos gustosos.
—Haremos un trato. Los dejaremos ir con nosotros y repartiremos la caza equitativamente, con la condición que nos digan todo lo que saben sobre este mundo y sobre el pasado.
El jefe negro se maravilló de lo que yo le decía:
—¿Qué? ¿Acaso ustedes no están aquí por su propia voluntad?
Ante mi negativa, continuó:
—Nosotros vinimos a esta dimensión, porque creímos que solamente en este lugar encontraríamos lo que buscábamos allá. Y eso era paz, armonía y vida casi eterna. También conocíamos de la escasez de alimentos y de la nula existencia de enfermedades. Todo lo que queríamos era meditación y elevación espiritual. Encontramos este salar y decidimos vivir de él, intercambiando con otras personas sal por un poco de comida. No somos violentos y por eso es que no hemos ido a cazar estos jabalíes.
Ha habido días en que no tuvimos alimento y eso puso a prueba nuestra fortaleza. Algunos no lo lograron y decidieron regresar. ¡Allá ellos!
—Pero…¿Pueden regresar si quieren?
—¡Por supuesto! Es muy sencillo… —me respondió —Cualquiera puede regresar si lo desea…
Esta afirmación me dejó atónito. Yo quiero regresar a mi dimensión, recobrar mi memoria, volver a la vida de allá y ahora que lo he comprobado, cambiaría muchas cosas. Sería una mejor persona y no cometería los mismos errores que trajeron tanta infelicidad a mi vida y a las de otros.
Esto tengo que charlarlo con mi amigo “el que escupe siempre”.
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Debo resumir lo ocurrido después de mi charla con el señor Negro en Jefe. Debo decir que este señor tampoco recordaba su nombre y tenía un apodo que debo omitir, para no herir susceptibilidades, ya que he recibido numerosas críticas sobre una supuesta discriminación de mi parte. Decía que el señor Negro en Jefe, me había indicado el modo de regresar a nuestra dimensión. Decidí consultarlo con los otros de mi grupo, después de realizar la cacería de jabalíes o señores jabalíes si lo desean.
Fuimos a cazar y la excursión fue todo un éxito. Cazamos 4 robustos y gorditos jabatos y decidimos dejar tres de ellos, a los señores negros. Ellos van a salar la carne y luego nos invitarán con algo de ella.
Les prometí que les iba a enviar algunas féminas voluntarias pera que les explicaran los rudimentos de la cocina blanca. Los señores negros saltaban de alegría.
Ya, cómodamente instalados en nuestras cavernas, les expliqué la situación. Yo había decidido regresar y me llevaría al que quisiera acompañarme. Estaban en libertad de decidir.
Naturalmente, “la de la trenza larga” se quería regresar conmigo, pero un furibundo codazo de su mamá, la “culo de chancho” la hizo desistir y yo no sé si fue por amor a su madre o por la perspectiva de ir a enseñar a cocinar a los negros, fue lo que la hizo quedarse.
Mi amigo, “el que escupe siempre” también optó por quedarse, ya que ahora que conocían el lugar donde podían proveerse de abundante carne, dejarían de pasar hambre y además había hecho muy buenas migas con un señor negro y quería probar si podría continuar con esa relación. Juro que esto me dolió, pero como en realidad no me gusta discriminar a nadie, aunque sea gay, me sobrepuse a mi natural bronca y después de putearlo un par de veces, me olvidé de esta traición al género masculino.
No recuerdo los pormenores, pero me desperté en el cuartel de la Comisaría del pueblo. Me acerqué a la ventana. Nevaba copiosamente y allá a lo lejos se divisaban las luces de un circo. Observé mi rostro en el empañado cristal de la ventana y no ví nada extraordinario. Tenía mis dos ojos y el bigote un poco largo.
En ese momento golpearon a la puerta. Abrí…
Era mi sobrino, el hijo de mi hermana que me venía a recordar mi promesa de llevarlo al circo, en cuanto viniera uno que no tuviera animales.
Pues bien. Este circo no tenía y además anunciaban un nuevo número con el Mago Iván y su bolsa mágica…
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