El día tiene hambre de nocturnidad,

De correr el sufíbulo de la vestal para disfrutar el asombro,

De buscar los tiempos sin memoria ni remordimientos,

De recobrar la lluvia de aquella tarde que nos acompaño a los dos.

El día tiene hambre de la rosa impoluta contemplada al amanecer,

De la bruma del crepúsculo despedida con un beso,

Y la tersura de tus piernas vencidas por el deseo,

De las sombras de los sueños reflejadas en el espejo.

El día tiene sed de oscuras libaciones

De los reinos que cayeron bajo el fuego y el olvido,

De tus manos agitadas en señal de despedida y agonía,

Del patio circular empedrado y su fuente,

De los plazos que nos dimos para buscarnos luego como fieras en celo.

El día tiene sed de la pócima sagrada que nos hunda en el olvido,

De la serena amistad y de una guitarra que bordonea un poco de cariño,

Del eco de los pasos que suben por la cuesta de tu casa,

De la maravillosa sensación que te llega el saberte vivo

Después de innumerables años vestido de tanta soledad.