Perífrasis insoportables sobre la vida sexual

Nosotras parece que no somos ni tan cursis ni tan bestias como los tíos, no sé. No me gustan nada esos tipos que dicen: «Cariño, ¿te apetece hacer el amor?». Pues claro que me apetece –pienso yo para mis adentros–, pero no precisamente contigo, que te tengo más visto que el TBO, cariño. Hacer el amor, hacer el amor, me suena un poco ridículo y como de tíos plastas. Por supuesto que la terminología referida al amor es bastante cursi o bastante cutre, torpe y vulgar, ya de por sí. El panorama es desolador. A los de "hacer el amor", me los imagino yo con una rodilla en el suelo, con las manos en el corazón diciéndolo y yo recostada en mi chaise longue, de traje largo, con una pluma de marabú en el pelo, fumando con una boquilla larguísima de cuerno de rinoceronte y mirando para otra parte, indiferente… Me gustan, sin embargo, los que dicen: «Pero mujer, vamos a echarnos un polvete, que llevamos ya mes y medio de ayuno y abstinencia, ¡hija por Dios!». Eso del “polvo” o “polvete”, como que es más desinhibido y natural ¿no? Como que nada más oírlo parece que le entra a una el jolgorio ¿no? Pero, ¡ojo!, no confundir este “polvo” o concúbito con esos corpúsculos o partículas que flotan en el aire y se posan en los objetos de la casa dejándolo todo perdido, llamado también “polvo”. Yo a este último polvo le tengo declarada la guerra. En eso salí a mi abuela que cuando limpiaba hacía auténticas excavaciones arqueológicas. Era un brazo de mar, la vieja. Tampoco me gustan demasiado los que están hablando del “follar” todo el santo día. Cuando yo estudié, se “follaba”, lo reconozco, no se hacía el amor ni se echaba una un polvo… Pero aquellos eran tiempos atroces de racionamiento y dictadura cuartelera y éramos, quizá, más corajudos pero bastante más horteras. Ya entonces la RAE decía que “follar” era un vulgarismo y que había que decir, “practicar el coito” o “cópula sexual”. Bueno, yo encuentro a alguien que me pregunta si quiero practicar el coito y salgo corriendo, así de claro. Tampoco me gusta demasiado la palabra “joder”, aunque reconozco que la estamos diciendo todo el jodido día, hasta en las más altas instancias del Estado. La semana pasada, sin ir más lejos, una diputada de buenísima familia, adinerada ella y de colegio de monjas, gritó en el Congreso cuando estaba diciendo el Presidente que le iba a quitar las ayudas a los parados: “¡que se jodan!”. Pero no que se jodan entre ellos haciendo el amor, no, sino que se jodan bien jodidos (así de jodida es la [ultra]derecha de este país)… Voy a cortar ya el rollo. Menos mal que aquí la gente no dice “coger”, para lo del asunto este del polvo, porque una es de las que está cogiendo cosas todo el día y lo mismo coges una botella, que un cartucho, que un sillón, que una excavadora, que una guagua, que coges las de Villa Diego y tampoco es plan. Lo que sí me parece una soberana gilipollez es lo de “querer sexo”, y lo de “intercambio de fluidos”. No los soporto. Tampoco soporto a esos tipos arcaizantes que citan al Arcipreste y lo de “facer ayuntamiento con fembra placentera” o “facer allegamiento” o “coyunda”. Que no. Esas cosas me suenan a mí como de la remonta de caballos y de mamporreros y me dejan fría como un témpano. Conocí a uno que a todo lo relacionado con el sexo lo llamaba “estupro”, "débito", "acoplamiento", "apareamiento". ¡Por favor! Dónde vamos a llegar. Habría que poner, quizá, un poco de imaginación en el asunto. Supongo que es una cuestión de educación y de nivel cultural, pero me imagino que es casi imposible hacer una reforma profunda del léxico insufrible en el que vivimos. Se me ocurre que cada pareja debería inventarse su propio código de señales y ruidos. Por ejemplo, silbar. Entonces yo le preguntaría a él: «cariño ¿tú silbaste?», y nos dejamos de perífrasis y de tonterías.

Juan Yanes