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Éxtasis


Rafael Alberti llamó, “súbito arder”, a lo que Idea Vilariño llamaba, “la dádiva dulcísima de esa miel inmediata y sin sentido”, o “ese liviano pájaro de luz que arde y se nos escapa en un gemido”. Pero Coral Bracho, pensaba que era mejor denominarlo, “estupor de seda que se derrama”, mientras que Xavier Vilaurrutia, prefería decir “morir otra vez la misma muerte provisional, desgarradora, oscura”. Mario Trejo, lo veía como “breve vida feliz, breve muerte feliz”; Dina Posada, como “ángel de dura delicia, erizado temblor, pólvora vulnerable”. ¿Puede ser quizá, el “centro puro, inmóvil, de ti misma”, de Pedro Salinas, o “los dulces cansancios” de Ana Milena, o “un punto apenas de explosión”, de Carilda Oliver?

En todo caso, Pedro Shimose alude al “barro… de pronto, iluminado por íntimos relámpagos”; y Óscar Hahn, piensa que “entonces fuimos barridos por el huracán y caímos jadeantes en el ojo de la tormenta”. “Ojo de agua en su primer hervor”, prefiere llamarlo José Roberto Cea; “derrumbado aliento y forma última”, Eunice Odio. Fernando Nieto Cadena, dice, “sientes sientes sientes te liberas te aligeras te desligas de la tierra”; y Félix Grande, añade, “busca, abrasa, brama, gime. Atérrate, mete la mano en el abismo”. José Ángel Valente, habla de la “raíz del temblor”; y nuevamente Dina Posada, de “relámpago carnal” que “me rodea me cava me lame, una dicha sin tamaño ni fondo”. Y suplica, “regresa a mí y aniquílame”.

¿Es la “suprema efusión de geografías”, de Carmen Conde; o quizá “el minuto azul” de Delmira Agustini en “la eléctrica corola”, en “todo un enjambre de palomas rosas”, en “un surco ardiente”? Susana March, parece gritar, “¡ah, esta sed! No quiero más que morirme, dejar mi cuerpo atrás, destruido”; mientras que Alejandra Pizarnik, susurra, “mi cuerpo mudo se abre a la delicada urgencia del rocío”; y sigue conversando del “lugar de la herida en donde hablamos nuestro silencio”; y sugiere que ahí es donde se “apaga el furor de mi cuerpo elemental”. O Gioconda Belli, exultante, cuando habla de “descargas de fusilerías y truenos primitivos”; “Aspira, suspira, muérete un poco. Dulce lentamente, muérete”.

Orietta Lozano, describe cómo por su “carne fluye sudor de hierro y me prendo como alga marina a tu confuso mar”; y Verónica Volkow, habla de que en él “conocemos el abandono de las víctimas, el placer como una fauce, nos lame, nos devora”. Susana Cerdá, habla de “espera con espasmos, con ira, con sollozos, el momento justo, enfocado, fatal”; y Flor Alba Uribe, lo señala como “mi resplandor más hondo, momentos de agonía, en que mi vida huyó para tu vida”. Juan Gelman parece “oír un pajarerío en el bosque de vos”, y no hay culpa alguna en las “delectaciones soñadas” de Cavafis, pues todo está fundado de una serena y dulce inocencia. Minúsculos fragmentos carnales que descentran el orden de los sexos, textos elusivos, alejado de cualquier prosaísmo, para rozar lo inefable, la proximidad de la muerte.


Juan Yanes

Texto agregado el 23-01-2013, y leído por 104 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
23-01-2013 Las delicias desentranable y complejas de hacer el amor***** esclavo_moderno
23-01-2013 La magia del cuerpo, que hace levitar, hacia un vacío de delicias. Buen texto feliciades queretaro
23-01-2013 yo le llamo ECHAR UN POLVO, HAY CONFIANZA. valoro el curro elisatab
23-01-2013 La pequeña muerte, que dicen los franceses (La petite mort), es la expresión que mas me gusta. Lekapi
 
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