La visita
Un cigarrito, un cigarrito, arrastrando los pies, dice, un cigarrito, un cigarrito, yo soy bueno, no me pegues y sin esperar que le respondas se va, a él no lo has podido ver, lo buscas con la mirada entre aquella gente que se mueve de manera incesante, preguntas pero nadie sabe, y viene otro, por la noche no se grita, dice y lo repite, por la noche no se grita, viene uno muy joven y te agarra del brazo y te quiere llevar a un sitio y tú no quieres ir y le dices que te suelte y entonces emite un sonido como si fuera un animal furioso, como si quisiera morderte porque no quieres ir con él, pero al final te suelta y se va al fondo del patio y ves que se pone contra la pared y se agarra los brazos y se balancea, hay muchos que se balancéan, y sigue gruñendo, y un grupo de mujeres viejas con el pelo cortado vestidas con un camisón enorme, tú las miras y ves que hablan y una tiene en los brazos algo de tela y lo arrulla y luego ya no lo arrulla sino que le da vueltas y vueltas como si fuera un trapo y tú quieres saber de qué hablan y te acercas pero no hablan sino que cada una dice cosas en voz alta hablando consigo mismas y se quejan y lloran y maúllan y se aruñan y se ríen y se ovillan sobre sí mismas y lo único que te dicen de forma inteligible es, dame un cigarrito y suena un timbre y tienes que irte porque ha terminado el tiempo de las visitas y a él no lo has visto y ninguno de los celadores te dice por qué no ha bajado hoy y te vas con aquellos trozos de voz pegados en la cara.
Juan Yanes |