|                                  ENTRE  TRENES
 Año 1952“Siempre voy a la estación después de la escuela. Por un rato nada más, hasta que pase algún tren. Mi mamá no lo sabe. Pero el jefe de la estación, aunque  mucha gracia no le hace verme esperando solo y sentado en el andén, igual me deja. Este es un pueblo muy chico y no hay mucho con qué entretenerse. Para colmo de males, son  pocos  los trenes de pasajeros que paran, casi ninguno diría. Pero yo con verlos pasar, me conformo. Me gusta saludar a la gente que se asoma  por las ventanillas también con las manos en el aire… Cuando alguna máquina  para a cargar agua, entonces sí, ahí me subo unos minutos y  hablo con esa gente que viene de lejos. Que  me cuentan cosas de por allá...                                  .                                                                                                                                                           Últimamente estoy esperando con mucha más ansiedad que antes. Porque no me había dado cuenta que los  maquinistas nunca  saludan. Y porque alguien que los conoce bien me dijo que uno de ésos, es mi papá.                                                                         .                                                                                                                                                                        Mi mamá, desde chico  me decía que había muerto en un accidente. Me estuvo mintiendo, vaya a saber uno por qué. Y yo le creí. Pero ahora que sé que está vivo, y que yo soy más grande terminando la primaria, quiero conocerlo. Al menos saber cómo es su cara. Y si es posible, hablar un poco con él.                                                            .                                                                                                                                                            También sé que los dos se conocieron acá mismo, en una parada por agua. Que se veían bajo aquellla cisterna, pero muy de vez en cuando. Y que él  nunca   vino a visitarla a casa. Ni cuando nací.
 Por eso ayer, cuando vi que se acercaba un tren, me puse contento y el corazón se me salía. A lo mejor  maneja él, pensé. Pero llegó muy ligero y frenando con todo. Y el maquinista y el fogonero bajaron muy apurados. Estaban fastidiados  y enseguida conectaron la manga y abrieron el grifo. Fue cuando esperaban que   me  acerqué, y les  pregunté directamente:
 -¿Alguno de ustedes, conoce a mi mamá? Se llama  Ana María y...
 -Mirá pibe, enseguida  me interrumpió el fogonero – Perdoná, pero no tenemos tiempo para charlas, cargamos y nos vamos enseguida... Pero  igual te digo que  no  conocemos a nadie  de acá. No es nuestra parada...
 -Pero ahora pararon...
 -  Sí, esta vez forzosamente, porque estamos muy atrasados  y nos conviene hacer esta  escala nomás..   Pero, ¿ porqué nos  preguntás eso?.
 --Por preguntar nomás, señor...  Porque siempre que para algún tren, hablo con alguien...
 -Bueno está bien, ya te contesté. Pero si  seguís entreteniéndonos, el que viene atrás nos va a alcanzar por la cola...
 Fue todo lo que pude  hablar con esos  hombres, que se fueron lo más pronto posible..
 Las ruedas de la máquina patinaron entre las chispas, el vapor me tapó por completo, y el pitazo final me dejó aturdido cuando arrancó...                                                          .                                                                                                                                                             Y me quedé mirando cómo se hacía chiquito en la vía, pero con la gran  duda de que si no sería  mi padre el que se alejaba así de apurado... Pero ya sin respuesta no me quedó otra cosa que esperar al que seguía…Y en este sí viene, me dije.                                                              .                                                                                                                                                 - En ése, puede ser... - me avisa el jefe.                                                                         .                                                                                               Y como que le di la razón cuando  apenas lo vi venir, era  distinto. La máquina no era negra, era anaranjada o amarilla, y no largaba humo blanco, sino  negro nomás. Y también  echaba chispas, pero de  ligero que venía…
 - Son las máquinas nuevas, me dijo; Las 606, a gasoil... con motor  Disel o diesel, algo así se llaman... Que no cargan agua...
 Eso, no me lo imaginaba. Entonces me preparé para ver pasar  a mi papá, bien rápido, y conformarme como siempre.
 Era  el primer tren moderno que vería. Con coches cama holandeses, me explicaba el jefe. Que van  con todas las ventanillas cerradas para que no se escape el  aire  fresco de adentro. Y que tampoco los pasajeros pueden  sacar los brazos para saludar,  miran nada más...Y así como llegó, pasó; como una bala, con la  sirena silbando  fuertísimo. Con una sola cara en las ventanillas, alargándose por la velocidad, interminable delante de mis ojos...                          .                                                                                                                                                                   Y para la primera, la esperada, la de mi papá, ni un parpadeo. Y otra vez me quedé mirando cómo se alejaba. Ahora,  el tren y él ...                               .
 Pero igual lo seguí con la vista hasta donde pude. Hasta que su humo negro alcanzó al blanco de la vieja locomotora que había pasado un rato antes... Hasta que escuché como un ruido fuerte  pero apagado por lo lejos. Entonces vi una  nube sola y gris subiendo al cielo. Y al jefe de la  estación salir gritando  - Un accidente, por Dios, un accidente! agarrándose la cabeza. Sí, un   accidente - me dije yo agarrándome el corazón... porque sentí que mi ilusión se había ido para siempre...
 No pude conocer a mi padre, pero quise. Y conocí a una madre que me lo ocultaba. Ahora  lo único que sé de él, es que  tiene la cara borrosa. Como todas esas juntas que  pasaron detrás de los  vidrios sin saludar... Sólo éso será mi recuerdo.
 Pero no todo puede darse por perdido, me dije al otro día. Había oído decir  que la esperanza es lo último, y que no hay que dejar pasar ninguna oportunidad... Como a este  tren, pensé  cuando vi que se acercaba uno. Venía del  mismo lado donde fue el accidente. Con una máquina negra igual, despacito y resoplando... Sonando el pito largo como sirena para llamar la atención...   No, no la voy a dejar pasar, me dije, menos cuando el jefe me alienta diciéndome así: Ése que viene,  para seguro, y es por vos...
 En el cuaderno:
 - “Mamá, ahora estoy un poco triste pero muy contento a la vez. Y apurado porque me voy.  Acá te dejo mi cuaderno sobre el banco. En las últimas hojas escribí las cosas que me fueron pasando en estos días esperando en la estación. Entre tren y tren...  Y si  ahora te  interesa algo de mí,  lo podés  mirar...” -
 
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