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Decidieron irse de viaje, o por lo menos eso era lo que deseaban desde hace un tiempo. Así lo recordó Irina, nuestra protagonista, la actriz principal de las escenografías móviles e inconexas.
No sabía cómo partió todo –nunca se sabe cuándo comienza-- pero ya iban en un bus, le pareció. La idea era viajar a algún lugar que tuviera playa. Fue así como llegaron a La Ligua. Había familiares de su papá que no precisamente tenían que ver con las personas que asociaba a ese lugar. Daba igual, nadie se lo cuestionó.
Ese día, sabían que habría un concierto del famoso Roger Waters. En un estadio pequeño, pero con buena ubicación para ellos por estar enfrente de la casa de allegados, se escuchaban el sonido de la música y el ambiente festivalero. Ahí estaban los gritos multitudinarios. Mientras, los dos se ordenaban en el lugar. Sabían que había una casa oficial, en donde vivían quienes les invitaron a quedarse. Nunca los vieron. En su patio estaba una casa prefabricada, pequeña, muy pequeña, con lo justo. Las paredes lisas, color beige, sin luz, tenía una lavadora y el baño era como los típicos públicos, en donde cada caseta se separa de la otra a través de una pared de madera o lo que sea. El punto es que cubre sólo la parte central, pues los pies y la cabeza quedan al aire, delatando cada sonido que no quisiese emitirse. Pero a pesar de sospechar que la casa era pública, sabían que estaba solo para ellos…pero, ¿quiénes eran ellos? De pronto ya no era su primo Alfredo, el ciego, con quien suele salir a todos lados, pues le auspicia con los gastos; ahora parecía ser su hermano menor, Felipe. Sólo parecía, ya no estaba segura.
Decidieron irse al concierto. Llegaron a la puerta, había mucha gente, pasaron los boletos rojos y alargados del evento. Sólo los miraron, nadie les quitó parte de ellos, aunque el papel haya estado prepicado para sacar ciertas partes. Qué sabía ella, pensó que sería útil para el control de asistencia.
Estaba ahí cantando Don Roger. No le vieron, sólo escuchaban su música entre los gritos y coros de la masa humana. Cuando estuvieron dentro, pudieron ver que el estadio era gigante. Sólo la entrada era minúscula o se imaginaron que era así por la relación prejuiciosa con un pueblo tan pequeño.
Como el primo Alfredo se complica con las multitudes, decidieron salir. Cruzaron la calle, pasaron por el pasto que seguía la forma alargada de la vereda, igual que un estadio cerca de la casa de la abuela de Irina en Santiago. Del mismo modo, la casa, la entrada, le recordaba a la casa de su tía-abuela en Maipú. Entraron en ella y su acompañante cambiaba sin que se diera cuenta. Quien fuera, ya se transformaba en otra persona, como si fuese ese lugar parte de otra película, incluyendo a los personajes. La actriz de planta no cambiaba, era nuestra Irina.
Quisieron avisar en la casa oficial que eran ellos los que llegaban desde el concierto, o quizás verificar que los dueños se concentraban en sus preocupaciones para que no oyeran sus gemidos de placer. Se quería esconder por ahí, con Felipe o quien fuera, para satisfacer un deseo animal repentino. Irina sentía que lo necesitaba, casi como se requiere comer o dormir. Pese a todo, por algún motivo desconocido, ningún ser humano pronunció alaridos satisfaciendo sus necesidades corporales. De pronto, nuestra actriz principal estaba en el baño, en una de esas separaciones mal hechas y aparece una mujer de su edad más o menos -veinte y algo- que hacía sonar un chorro sobre más líquido. No le miró el rostro, sólo vio su pelo claro, largo y liso deslizarse por la espalda y luego en el brazo cuando trabajaba en subir su ropa, sospecha.
Cuando se vieron sumidos en el fracaso por encontrar placer y calcularon que el concierto había acabado, decidieron cruzar y volver. Cuando llegaron, había un pasillo humano con gente que esperaba la salida del artista por ahí: la misma puerta de entrada y salida para todos, ¡qué tal! Se sumaron a la estructura, pero no pasaba nada. Ya no escuchaban música y las luces estaban encendidas, por lo tanto, asumieron que había acabado todo. Esperaron un rato y de pronto apareció el hombre. Alto, con el pelo blanco, muy delgado, con la cara arrugada, pero se veía imponente, a pesar de las características de anciano. El Rockero medía casi cuatro metros y fue cuando Irina se percató de que era un holograma de su imagen proyectada sobre él. Claro que era alto, pero nunca de tal magnitud. El viejo setentero se sentó con las piernas cruzadas en el suelo, “a lo Indio”, mientras su imagen se desinflaba hasta llegar a su estatura natural. La aglomeración llegó corriendo a su alrededor, pero eran mucho menos de lo que esperaba. La gente era precisa, como para estar de un modo más íntimo con él y poder conversar, pensó Irina. Le puso contenta la idea de que su primo, que estudió y sabe inglés, practicara conversando con Roger.
Volviendo, se ordenaron a su alrededor sentados como él y si uno se acercaba más cerrando la circunferencia, el otro de por allá, lo hacía también. Así que Irina prefirió quedarse a un metro de él sentada. Observó que el piso tenía marcadas las líneas de las circunferencias, una dentro de otra, cada vez más grande. Incluso, piensa que lo habían planeado todo desde producción y que dibujaron esas líneas para que la gente tomara sus límites y ordenamientos al sentarse alrededor del Rockero. En fin, se dispusieron a conversar. Había solamente mujeres, excepto su primo. De pronto ya eran menos, algo así como siete personas.
Había mujeres de su país y otra, al lado del bajista británico, que se veía diferente. La actriz de esta extraña película no se atrevió a declarar que la chica era extranjera, pero luego habló con Roger y asumió que venía con él y que hablaba un perfecto inglés. Incluso, notó cierto coqueteo en su hablar y movimiento, coqueteo al que él respondía del mismo modo.
Repentinamente, estaban todos sentados alrededor de una mesa, en una sala pequeña que tenía unos tres metros cuadrados, más un baño al costado derecho de la sala, mirándola desde la entrada, que daba hacia la casa de enfrente. Nuestra protagonista se sentó mirando hacia el baño. Ahí estaba Roger, la chica coqueta a su derecha y su primo por ahí. No supo si entre ellos o a su derecha y la izquierda de Roger… da igual, estaba cerca de ella y de Roger, en un buen ángulo. Después el resto, que no le importaba mucho.
Waters hacía preguntas como: qué preferían, si conversar o las piedras. Las chicas respondían de a una que preferían conversar y blá. De vez en cuando, el artista se paraba y salía mientras las tipas hablaban. Ella, nuestra actriz multiescénica, entre las cortinas de encaje miraba hacia fuera y veía a la chica coqueta, extranjera, colgada desde brazos en el cuello de Roger. Era casi tan alta como él. Pelo largo, liso y color castaño, lo llevaba tomado en una cola. Tenía además ropa deportiva o de alpinista. Un par de besos por aquí, un par de besos por allá. Entraron otra vez y ya le correspondía hablar a Irina. Quería que su primo se luciera, pero es tan acomplejado que podría asegurar que prefirió ir al baño y evadir el interrogatorio. Mientras ocurría la escena, había movimiento en la pequeña sala. Escuchaba salir a alguien a su derecha y miró un par de veces a las demás a su izquierda, a quienes nunca les vio sus rostros.
Le dijo al Rockero, tratando de modular lo que más podía, que prefería las dos cosas. En algunos casos es necesario hablar, comunicarse, esa es siempre la idea primordial. Pero en otras ocasiones, cuando el diálogo ya no tiene paso, es necesario hacerse escuchar o protestar por aquello. En ese caso, necesita las piedras para amedrentar, respondiendo a la vida violenta del día a día.
Estúpidamente, se sintió como una heroína rebelde. Como sea, Waters le tomó atención y parece que le gustó lo que le dijo, diferente a lo que le habían respondido las tipas pacíficas de más allá. Mientras, su primo salió del baño, pero cuando se sentó se percató de que ya no es él-él, sino otra persona, que se parecía al tipo de la casa. Era su amigo Luciano, un tipo excelente, hombre tranquilo y bajo perfil con quien había tenido un romance pasajero tiempo atrás. En ese momento hace el ejercicio mental y cree que el tipo de la casa no era su hermano, sino que se parecía en algo. En realidad no se parecen en casi nada -pensó- si es que nada, definitivamente. Entonces, Irina llega a un consenso con sus recuerdos y asegura que el tipo de la casa era una mezcla entre Luciano y Felipe, qué más da. A través de la expresión de su cara, el ser humano múltiple, le dice que no quería conversar con Waters. Se extendió conversando un tema que ni a ella le interesaba. Sin embargo, Roger le respondía interesado, pero brevemente, pues su español no le permitía ampliar sus explicaciones, o eso quiso pensar Irina.
Alguien estaba escribiendo con un lápiz mina y se le quebró la punta. Preguntó a todos si tenían saca puntas u otro lápiz. Irina sacó de su bolso un lápiz al que le faltaba la punta completa. Un par de cuestionamientos al aire, murmullos de su idiotez quizás, y ya estaba tomando entre sus dedos la punta. Lo puso y lo entregó, sonrojada.
Eso fue un paréntesis y continúa…no, ahora todo es inconexo. Sólo recuerda que algo muy difuso sucedió y que se despertó. Su mamá fue a la pieza para dejar alguna cosa, o de intrusa. Escuchó su exclamación “¡No fue a la U!” en voz baja, pero suficiente como para que se despertara, después de oír sus pasos de duende en la madera vieja del piso.

Texto agregado el 21-01-2013, y leído por 149 visitantes. (0 votos)


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