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Carta dirigida a su Sacra, Católica, Real Majestad Juan Carlos I de Borbón, por la que se solicita la pronta restitución a sus legítimos dueños del tesoro de la fragata “Nuestra Señora de las Mercedes”, sustraído por el Reino de España a los pueblos originarios del continente americano.

Según es público y notorio y su majestad sin duda no ignora, el mencionado tesoro, compuesto por medio millón de monedas de oro y plata, forma parte del patrimonio del Estado español desde enero de 2012, una vez desestimados todos los recursos presentados por la empresa Odyssey Marine Exploration contra la resolución judicial que en este sentido había dictado el juez de Tampa Mark Pizzo. Quisiera recordarle, por si asuntos de más acuciante actualidad le tuvieran un tanto distraído de este negocio, que dicha compañía, comportándose conforme a vulgares piratas, se hizo con el tesoro tras reflotarlo de aguas del golfo de Cádiz, adonde había ido a parar después de que la fragata española “Nuestra Señora de las Mercedes” fuera hundida traicioneramente por una flota inglesa corriendo tiempos de paz, en el año de gracia de 1804. Y también quisiera recordarle, en caso de que no lo supiera y, en caso contrario, hacerle conocedor de ello, que dicha embarcación española provenía del puerto del Callao, perteneciente al Virreinato del Perú, y que las monedas que componían el tesoro habían sido acuñadas en las casas de la moneda de Santiago de Chile, Popayán, Lima y Potosí. Una vez al corriente de estos pormenores, me permito concluir que sería un hecho de estricta justicia que se devolviera el tesoro a Chile, Colombia, Perú y Bolivia, quedándose el Estado español, si acaso, con una cantidad simbólica, suficiente para ser exhibida en los distintos museos nacionales para ilustración del pueblo. Perú y Bolivia ya han reclamado su propiedad. ¡Qué sórdido sería dejar que los tribunales internacionales tuvieran la última palabra en este asunto! ¿No somos la Madre Patria? ¿No existe la Comunidad Hispanoamericana? Los asuntos de familia han de arreglarse en familia. Qué hermoso y edificante sería que, de forma libérrima, sin que mediara sentencia alguna de tribunal alguno, España, en un acto de amistad y confraternización del que pudiera sentirse orgullosa, accediera a compartir este tesoro. Todo este embrollo se nos presentaría, así, como un hecho providencial para la consolidación de los vínculos afectivos que nos unen a los países hermanos del otro lado del mar. No podemos consentir, no puede su majestad consentir de ninguna manera, que los vínculos que nos unen a ellos sean sólo vínculos comerciales y financieros, los cuales, siendo importantes, no son los más importantes. Una vez reintegrado la mayor parte del tesoro a sus legítimos dueños, la parte que permaneciera en España no sólo sería un recuerdo glorioso de la época dorada de nuestra historia nacional, de aquella época en la que, según es célebre, el imperio era tan extenso que en él nunca se ponía el sol, sino que además sería un recuerdo de que el pueblo español es un pueblo noble y grande que antepone su deberes históricos a sus derechos jurídicos y sus sentimientos a sus intereses. Y no sé deje su majestad embaucar por esos malos consejeros que nada le quieren y que sólo pretenden su propio interés y beneficio, esos que, como Ginés de Sepúlveda en los albores del Nuevo mundo, afirman que la justa guerra contra los indios llevó a su justa esclavitud y al justo despojo de sus bienes, porque yo me pregunto si entra dentro de lo humanamente razonable que una nación digna y soberana acceda por propia voluntad a ser sometida por otra, por muy noble y elevada que la razón de esta última sea, ya se trate de la expansión de la civilización occidental o de la salvación de las almas. ¿No se rebeló acaso el pueblo español en 1808 contra el infame corso Napoleón Bonaparte a pesar de que su intención era traer la luz de la Ilustración a un país atrasado e inculto como la España de entonces? No, no fue justa la guerra de conquista contra los indios, como no fue justa su esclavitud. El oro y la plata extraídos de las minas americanas pertenecen legítimamente a los herederos de aquellos que se los hicieron suyos con su esfuerzo y su sudor, ya fueran estos esclavos u hombres libres, sin que la violencia y la rapiña confieran derecho a nada. Como dijo John Locke en el siglo XVII, cada hombre es dueño de su persona y de su trabajo y todo lo que saca de la naturaleza y lo mezcla con su trabajo se convierte en propiedad suya. Y ya para terminar, no debería su majestad echar en saco roto el posible efecto benéfico que sobre su conciencia podría tener la devolución del tesoro, habida cuenta de que sus antepasados poseían en régimen de monopolio las minas explotadas en tierras americanas y los concesionarios estaban obligados o entregarles en concepto de tributo una cantidad equivalente a la décima parte de lo extraído.

Nuestro Señor guarde a su majestad largos años y que estos sean más venturosos que los que los tan accidentados que actualmente padece.

Texto agregado el 18-01-2013, y leído por 215 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-01-2013 jaja el comentario anterior me recordo esa canciòn de Serrat... bueno y pasando a tu escrito estoy COMPLETAMENTE de acuerdo contigo! serìa genial que se obrara en este caso con el dictado de la moral y el corazòn y no con el bolsillo u otros intereses. Cuando pienso en esos tiempos sueño y vuelo....me hubiera encantado o aterrado estar ahì.....te dejo un beso... tigrilla
18-01-2013 Más razón que un santo, te van a contestar "Santa Rita, Santa Rita lo que se da (roba, expolia, saquea,etc) no se quita. y lo que en casa está en casa se queda, y cosas por el estilo. !!En estos tiempos hablar de nobleza...!! ELISATAB
 
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