Sin duda Emma era una mujer inteligente. Para desgracia suya, no era bella físicamente bajo ningún concepto. Eso le habían dicho sus tías (su madre había muerto hacía algunos años).
Emma tenía un hermano, que era toda galantería, pero, para su desgracia era estúpido. Su nombre era Rafael. Él, en su estupidez, sabía de las dotes intelectuales superiores de su hermana.
Ambos vivían en una aldea lejana, entre cuatro grandes montañas.
Una mañana –fría y lluviosa –Emma decidió salir a visitar a una amiga que había dado a luz la noche anterior.
Llovía, así que ella se vio en la necesidad de ir por el camino largo, para no ensuciarse por completo en las charcas.
Anduvo bajo el paraguas largo rato, admirando la naturaleza húmeda. Sus ojos viajaban de los árboles empapados a las cumbres semi-ocultas de las montañas. Había neblina que corría lentamente, cubriendo los valles y ahogando los ecos.
Entonces, a medio camino, encontró a un viejo tirado, quejándose de terribles dolores. Ella, impactada, corrió en auxilio del viejo caído. Era un viejo, un hombre demasiado viejo en verdad para pensar que podía caminar. Vestía un harapiento traje negro, manchado por el barro. Sostenía con ambas manos la rodilla derecha y en su rostro se mostraban las muecas que provocan el dolor.
Ella lo ayudó un logró sentarlo en un área poco húmeda (bajo unos grandes y viejos pinos), allí ella inspeccionó la rodilla, y, versada en las artes médicas, determinó que no había fractura, quizá algún problema muscular; para ellos utilizó las manos y le dio un masaje que atenuó el dolor en el viejo.
Él, agradecido, dijo:
-¡Gracias, querida, gracias!, ¡Creí jamás poder andar por el anchuroso mundo!, pero tus manos sanadoras, me han devuelto la capacidad de andar. Créeme, me siento absolutamente agradecido. Por ello, te recompensaré, esto dicho, ¿Qué podría desear una joven como tú?
Ella, sin esperar aquellas palabras, dijo en tono de broma:
-¡Oh, viejo amigo!, sin duda no necesito dinero, pues, ¿Qué puedo yo comprar en estas soledades?, ¿Tampoco abrigo o comida?, pues mi padre es prolífico en sus negocios. Si deseara algo, eso sería un poco de belleza. No ser, quizá, tan inteligente, porque viviendo siempre con personas menores en inteligencia es una mortificación; comprendo que hay variados tipos de inteligencia, yo tengo, inteligencia espacial, si mal no entiendo la catalogación de las variadas inteligencias, quizá, si tuviera otra, como la musical, sería feliz. En fin, no deseo aquejarlo con mis padecimientos, pues adivino que muchos usted tendrá.
-Para nada, querida, para nada. Yo soy, sin duda, el hombre más feliz del mundo, sí, eso soy, el hombre más feliz del mundo. Y, como veo que sufres, veremos si podemos hacer algo por ti. Veamos –y el viejo se detuvo pensando largo rato, entonces extrajo de su bolso decrépito dos brazaletes de plata -. Soy, aunque lo dudes, un alquimista que ha vivido muchos siglos, así que en esos siglos en aprendido mucho. Con estos brazaletes, obtendrás lo que quieres. Ponerte uno, y el otro a tu hermano. Así se arreglarán tus problemas.
Ella tomó los brazaletes y se puso en pie (durante todo el coloquio había estado sentada junto al viejo). Admiró unos momentos el brillo de los brazaletes y volvió el rostro. El viejo había desaparecido.
Regresó a su casa sin visitar a su amiga, excitada por la curiosidad, llamó a su hermano. Le dio el brazalete y el otro –el cual hacía rato se había puesto –y esperó a ver qué ocurría.
Entonces ella sintió un hormigueo en el rostro que bajó por todo su cuerpo, él, al parecer, sintió una sensación similar. El rostro de Emma se volvió más bello, el rostro de Rafael se volvió menos agraciado, las curvas en el cuerpo de Emma se acentuaron, el cuerpo musculoso de Rafael se volvió menos fuerte. Sus dotes se equilibraron. Ella perdió algo de su inteligencia, y él la ganaba.
Así, el sortilegio quedó establecido.
-Seremos felices y exitosos –dijo ella -. Pero ello durará mientras tengamos puestos los brazaletes.
Ella se casó al poco tiempo.
Él fue exitoso en los negocios, y adquirió muchas riquezas.
Vivieron lejos, uno de otro, temerosos del poder que portaban los brazaletes, decidieron verse lo menos posible. El uno era para el otro un terrible recordatorio de lo que eran en verdad, de sus carencias.
Ella tuvo algunos hijos.
Él adquirió muchas propiedades y compró barcos que navegaban los mares entregando sus mercancías.
Pero ocurrió lo que tenía que ocurrir. La mala suerte, o el azar.
Rafael había comprado una gran finca al norte del país, donde sus campos eran bañados por frías lluvias. Era un día frío, nada propicio para los paseos, pero él, cansado de estar dentro de su espaciosa casa.
Era un hombre ambicioso, y quería ver las tierras que con las suyas colindaban. Un viejo era propietario de aquellas tierras, más fructíferas que las suyas. Las había ambicionado largo tiempo y solía pasearse para verlas.
Se trataba de un viejo, demasiado viejo –según él –demasiado viejo para ser propietario de “algo”. Era éste un viejo famoso, pues se le creía sabio. Muchos hombres ilustrados le visitaban. Muchas mujeres prudentes le visitaban.
Ese día, se encontró con el hombre, el cual cayó al suelo y se quejaba de un terrible dolor en la espalda.
Él se acercó, mofándose del viejo y le insultó.
-Viejo, ¡Qué viejo eres en verdad! –y rio.
-¡Ayuda!, ¡Ayuda para un viejo herido!
-Te ayudaré, mírate, la lluvia torrencial se acerca y sin duda con el frío morirás. Te propongo esto, dame tus tierras y te salvaré.
-¡Oh, pero que hombre tan ambicioso eres!, así pues –dijo iracundo –yo te despojo y agitó la mano derecha.
El brazalete que Rafael tenía en la muñeca derecha enrojeció por efecto de un gran calor. Él sintió el dolor y se retiró el brazalete.
Inmediatamente, su rostro se hizo hermoso, sus miembros recobraron fuerza, pero su inteligencia se vio radicalmente reducida.
-El brazalete es tuyo, yo no soy un ladrón, pero cada vez que te lo coloques, te quemará, pues el metal estará al rojo vivo. Te maldigo, a ti y a tu ambición.
Y el viejo desapareció.
Muchas millas al sur, Emma perdió su belleza, pero recuperó su inteligencia. Su esposo no la despreció y con la inteligencia ella lo auxilió para salir de sus problemas económicos. Ella no volvió a colocarse el brazalete… mucho después se enteró de los infortunios de su hermano.
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