En un café
En un café bien puede fusionarse el negro destino de uno.
con el regusto amargo de una visita desafortunada y fugaz.
Digo, ya que frente a mí ella dejaría su pocillo a media noche,
tan fría y turbia como esos momentos nublados de las sinrazón.
El pocillo quedó, y en su fino borde, el rojo de su boca apretada,
mordaza tenaz, mientras me escuchaba sin preguntar siquiera porqué.
Y en su asa vi las huellas de esos dedos constreñidos cuando se lo dije,
claramente, sin retaceos, sin querer guardarme nada para un pronto después.
En el platillo, algo de café derramado también, cuando temblorosa lo asimilaba,
Como si pudiera hacerse algo todavía, otra cosa más que aceptar una abierta realidad.
Hasta que se levantó con la indignación viva en la cara, y la cucharita en su mano fue bisturí,
filoso y pronto a arrancarme el corazón y llevárselo consigo si arreciaba una palabra más de mí.
Pero ya sin inmutarme, lentamente bebí mi tibio veneno mientras ella de pie enmudecía su rabia.
Ese café se paladea a solas y bajé la mirada, o quizás para no verla pasar a mi lado por última vez
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