En un patio tras la casa, sobre un corredor de tierra gastada mezclada con arena, un rosal, crece sobre un oxidado cantero armado en viejas latas de aceite, muy cerca, descansa la romboide estructura del viejo cometa.
Los flecos del tronco de caña resecados por el tiempo, frágiles tiemblan con la tenue brisa que trae la marea.
Esa mañana en particular, la brizna sopla con esencia a mar, a rocío, a bruma de saladero, a pan casero, a leños, chicharrones y chimenea.
Arrodillado sobre la arena, el viejo mide las varas de caña verde, corta la tela, trenza los lienzos, asegura el tamaño exacto de la cola y amarra el cordel a la estructura de la pieza.
A su lado un universo pequeño de cabellos ensortijados se distrae acariciándole las orejas, en tanto con sus dedos, bosqueja marionetas invisibles sobre las canas del viejo.
Abstraído en su tarea por construir, el sonríe dócilmente.
El universo pequeño... inventa sueños, imagina filibusteros, magos, princesas, palacios, fortalezas y en su quimera inventa duendes.
Sus pupilas brillan con la ternura inocente de quien no teme nada, y sin temor se deja llevar, se sumerge en el prodigio que arman las manos del anciano que incitan a vivir un nuevo sueño.
La mirada de ambos traslucen el brillo intenso del amor. Esa inquietud por dar y recibir que los mantiene atentos.
La mañana sensible, participa con un hálito suave y tibio.
Ambos, abuelo y nieta aprovechan, se levantan, corren sobre la arena y lo sueltan.
Espuma de mar, salpicaditas de olas sobre el caracolero, gaviotas que intentan imitar ese vuelo que se eleva sobre aquel sortilegio que asegura entre sus dedos la pequeña.
Tapiales de sol, calles de arena, crestas verdes en la copa de pinos en el vivero, hilos telefónicos, pizarra negra sobre el techo del faro sureño, todo se engancha...
Se engancha como en un cuento a la cola del cometa al levantar su vuelo..
Y bien en lo alto, junto a la blanca humedad de las postreras nubes, detiene su marcha sobre un cielo celeste, tan celeste que con sus alas las aves no pueden marcar el vuelo.
El cometa espera. Los mira a ambos tomados de la mano, sustituye el silencio danzando solo para los ojos de ellos. Repara desde lo alto, que esos dos corazones que unidos laten, transforman esa danza, en un nuevo sueño.
Utopía saciada de amor, de pasión que crece cuando se contemplan sin palabras, un abuelo y su nieta.
Amor sujeto en ese cordel que sostiene entre sus manos transpiradas la pequeña. Fantasía que hace real lo imaginario.
Espacio vibrante de hilo blanco a través del cual dialogan libremente una niña y su juguete.
El tiempo hará que la historia se vuelva a escribir.
Mudarán las horas, los meses y los años, y el reloj del tiempo invertirá los roles.
El anciano se transmutará en cometa.
La pequeña intentará descubrir su figura tras el brillo de una estrella.
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