Para empezar nací de una.
Sé que el lector despabilado opinará que esto no es una rareza, pero no quisiera empezar mi relato sin hacer una concienzudo análisis de la influencia que tuvieron "mis mujeres" en mi vida para conformar el ser que hoy soy.
No es poca cosa nacer de una mujer, no digo que haya muchas otras alternativas, pero desde ya este hecho me marcó profundamente.
Vivir en su vientre, salir justo por "ahí", amamantarme de sus pechos en forma directa... quiero decir, tomar conocimiento carnal, a tan temprana edad de la sexualidad de una mujer, justo con una señora mayor y encima mi madre, creo que fue ciertamente una experiencia traumática.
Casi simultáneamente conocí a otra mujer. Mi abuela.
Esta, todavía mayor que la anterior, se complementaba con mi madre para alimentarme limpiarme y bañarme, hecho no menor, que las autorizaba a recorrer todo mi cuerpo con manos y esponjas, y muchas veces reírse con ternura de mi incipiente pequeña sexualidad.
Entre ambas se ocuparon de educarme. Esto es, comer así, defecar y orinar así, sacudir así, no expeler gases, no eructar... Es decir, intervinieron con rigor formándome hábitos, que según pretendían explicarme me harían un ser culturalmente sociable, aunque siempre sospeché que bajo ese piadoso manto de generosa bondad, yacía oculto en lo más profundo el deseo de imponer su superioridad a este pobre ser indefenso que no compartía su género. Tenga el lector en cuenta que la edad a la que me refiero es quizás la mas critica de un pequeño niño impresionable. Francamente no entiendo que mierda le pasó al pobre Edipo.
Lentamente, pude irme desprendiendo de ambas con el correr del tiempo, hasta que nació mi hermana.
Mi hermana no solo vino a quitar mi espacio en el hogar sino que encima vino a imponer mas condiciones y restricciones. Mi niñez fue de terror, la niña hacia lo que quería con mis juguetes, y encima como castigo yo, su hermano mayor, debía velar por su bienestar y no hacerla llorar. Todavía recuerdo las veces que pensé en encerrarla en un armario amordazada.
Los años pasaban lentamente, felizmente en la escuela conocí amigos, de mi mismo sexo y que compartían mi misma rebeldía hacia las injustas reglas impuestas por las mujeres, claro, la felicidad no podía ser completa, allí también conocí a mi maestra.
¿Que puedo decir de ella?. ¡Era un maldito apéndice de mi propia madre abuela y hermana sumadas!. Era como el largo brazo del almirantazgo Británico del que nadie escapaba. La malvada poseía ojos en la nuca y la rara habilidad de detectar cuando nos portábamos como nos gustaba ("mal" según la maldita bruja, y su juicio era inapelable). La estúpida esperanza de que al año siguiente no la tendríamos a ella se difuminó porque quien la reemplazo fue una versión más radicalizada de la anterior.
Aun así los mejores recuerdos de mi vida siempre vuelan a esta edad previa a la adolescencia donde con mis amigos, ya fuera del "cole" y de nuestras casas, nos escapábamos a "vivir la vida", las pocas horas de libertad eran un dulce recuerdo que nos permitía sobrevivir otro día.
Las cosas cada vez iban mejor cuando, como un rayo fatídico nos cayó la adolescencia. Mi "status quo" y el de mis amigos cambiaria para siempre. Empezaron las fiestitas.
Era inútil resistirse. Esto contaba con la complicidad de mi madre y hasta de mi propio padre (otro varón domado...ahh! el dolor de la traición...).
Otra vez las reglas, como vestirse, como comer y beber, como sacar a bailar a la "niña" de turno... todo un verdadero calvario. Poco a poco fui notando horrorizado la creciente domesticación de mis amigos, espantado vi que a algunos hasta les gustaba, hasta que apareció María.
Algo en mi cambio, definitivamente. Un maldito instinto incontrolable me hacia soñar con ella, bailar, llevarle flores y bombones solamente para poder tomarle la mano y soñar con algún día besar sus labios. De forma algo confusa también cambiaron "otras" cosas en mi. Fue bailando con ella, que de pronto experimente la sensación de que el pantalón me quedaba muy apretado y un extraño calor me subía por el cuello. Aun sin entender que me pasaba, tomé coraje y la bese.... y allí recibí mi primer sopapo.
Por pudor y respeto al lector no ahondare en detalles de cómo perdí mi virginidad, pero que le baste saber que no fue con una princesita virgen como yo sino con cierta dama mayor cuyas habilidades aun hoy recuerdo y me sorprenden.
Retomando el hilo de mi educación por las mujeres de mi vida, y por lo visto no conforme con mis experiencias previas finalmente conocí a mi esposa. No sin antes haber fracasado reiteradamente y con todo éxito en mis relaciones anteriores.
En este espacio debería dedicar unas palabras a otra de mis mujeres, mi suegra, que como es lógico vino junto con mi mujer (todavía no entiendo como no lo vi venir...). Pero, como aun mantengo mi estado civil con mi esposa, he preferido omitir todo comentario por miedo a represalias.
Creí que había aprendido de mis experiencias previas con mujeres. Ella era una rubiecita menudita, 6 años menor que yo y que me miraba como si yo fuera su príncipe azul. Dos años después me di cuenta de que el proceso de domesticación no solo no había terminado sino que continuaba con mayor rigor.
"No dejes las cosas tiradas", "bajá la tapa del inodoro", "No ronques", "Estas gordo, no comas tanto", "que te pasa??? otra vez???"... "ahora no, estoy cansada", etc. etc. etc.
Los hijos vinieron y luego de tres varones llego mi última mujer, mi hija.
A veces pienso que mi camino hacia la santidad no podría haber estado mas plagado de piedras y espinas.
Mi hija no solo tomo control de nuestra relación desde el principio sino que la manejo con un rigor que haría "palidecer" a Idi Amin Dada (y esto no es un eufemismo).
Pero la verdad es que con el correr del tiempo nuestra relación asimétrica que caracterizó a su niñez, simplemente solo se acentuó.
Como juez supremo y socia incondicional de su madre, se dedicaron con una pasión envidiable a corregir los "últimos defectitos" que me quedaban.
"Como te vas a poner eso??? te queda horrible", "Estas gordo no comas eso", "porque miras a esa chica?, pareces un viejo verde, podría ser tu hija!"...etc. etc. etc.
Hoy llego a mis 61 años y miro hacia atrás, y resulta inevitable aceptar las huellas que dejaron "mis mujeres" en la formación de quien soy.
No puedo dejar de admitir que, como buen varón domado, Estoy feliz con el resultado.
Sea este relato mi reconocimiento hacia ellas. A todas las he amado.
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