Reunión de Cuenteros en el Tortoni (final)
Me pegué a la pared y salí disimuladamente, mientras se detenían tres coches patrulleros en la puerta del Tortoni. Desde la vereda se escuchaban los gritos y ruidos de cristalería rota en el sótano.
Bajaron de los patrulleros como diez policías, pero no se atrevieron a bajar por el escándalo que se sentía. Parecía que abajo estaban peleando tres elefantes con otros tantos rinocerontes, por los golpes que se sentían.
Los policías pidieron apoyo por radio, asegurando que se trataba de una posible insurrección ciudadana.. Los transeúntes se habían agolpado en la vereda para curiosear.
De pronto se abrieron las puertas de rejas del sótano y aparecieron tres cuenteras del brazo, riéndose. Eran Achachila, Almalen2005 y Fea que se hacían las disimuladas a pesar que tenían la ropa hecha harapos, estaban desmelenadas y Fea tenía un ojo negro.
—¡ALTO AHÍ, SEÑORITAS!— les gritó el oficial al mando.
—¡Están detenidas! ¡Párense contra la pared!
Fueron saliendo más cuenteras del sótano y la verdad sea dicha, daba pena mirarlas. Nilda tenía los anteojos torcidos y la pintura de la boca se le había corrido tanto que parecía que se estuvo besando con un payaso. Estaba totalmente despeinada y rengueaba porque se la había salido un taco a su zapato.
Cuando salió MujerDiosa con su negra cabellera enmarañada y el rímel de los ojos corrido, la blusa rasgada que a duras penas tapaba sus senos, un policía la quiso tomar del brazo para empujarla contra la pared…—¡Oh, nó!—pensé yo, que conozco bien el carácter podrido de la susodicha. Efectivamente, MujerDiosa no soportó el empujón y se lanzó contra el pobre policía, mordiéndolo en un brazo, tan fuerte que le arrancó un pedazo del grueso uniforme, junto con un pedazo de carne. El pobre tipo largó el palo y se puso a gritar como loco. Rápida como la luz, a pesar de sus años, Carmen Valdés levantó el palo y se lo descargó con fuerza en la cabeza al oficial e inmediatamente todas las mujeres se trenzaron en lucha con los policías.
Pobres tipos. Eran solo 10 y las mujeres más de treinta. Además los policías, como la mayoría de la policía de Buenos Aires, eran unos gordos acostumbrados a levantar infracciones a los automovilistas, ya que para los tumultos está la Guardia de infantería, nada pudieron hacer frente a treinta mujeres enardecidas.
Había que ver a Yo leyla, a Lalalala-o, a Libélula que manejaba una botella como una experta, a Mariette que no sé de donde consiguió una escoba y la usaba con maestría. Lagunita había perdido la timidez y dos dientes y junto con Chilicote (Sí, el de Mar del Plata) tenían arrinconados a dos gorditos que pedían clemencia a los gritos.
Una de las últimas mujeres en salir fue MirandaPaez, que traía en sus brazos una enorme bandeja con sadwichitos. Total ya estaban pagados. Se fueron las mujeres y Chilicote caminando de prisa por la Avenida de Mayo hacia la Plaza de Mayo, donde frente a la Casa Rosada, se comieron el botín entre risotadas.
¿Y los hombres? Los hombres fueron saliendo de uno en uno y al ver a los policías por el piso, tratando de recomponer sus apariencias, buscando sus gorras, palos, etc. se fueron por la Avenida de Mayo en dirección al Congreso y la mayoría se metió en un bar. También eran como treinta. Los seguí y entré también al bar. Gatocteles me quiso impedir la entrada, pero le mostré la manopla y se hizo a un lado.
A Ergoszoft una mujer le estaba curando las heridas de la cara. Me pareció que era Sorgalim !Qué bueno que hayan hecho las paces!
Necoperata no largaba el zapato que le había dado en la cara en la reunión y miraba emperrado los pies de todos los cuenteros que estaban ahí. Pero no tuvo suerte. Todos estaban calzados. CarlosB le estaba contando a Perres de una vez que se quiso suicidar y éste mientras bebía un enorme chop y se echaba puñados de maníes a la boca, anotaba en una servilleta unas coplas que le vinieron a la mente.
También había varias mujeres. Una de ellas se me acercó sonriente y me dijo:
—¿Me invitás una copa? Perdí la cartera en el tumulto.
—¡Por supuesto! —le dije—¡Pide lo que quieras!
—¡Mozo!—gritó —¡Tráigame un whisky doble!
—¡Nó!—dije yo — Traiga una botella pero ábrala aquí…
El mozo frunció la jeta. No le gustó nada eso de abrir la botella en la mesa. Se fue rezongando, pero yo no me arriesgo a que me vendan cualquier whisky berreta , colocado en una botella de importado.
—¿Cómo te llamas? — le pregunté a mi amable compañera
—¡Cuando te diga mi nombre te vas a morir! —me contestó risueña.
—¡Dale! Decime tu nombre. A lo mejor te he leído…
—¡Claro que me leíste! Y hasta tuviste el descaro de robarme un verso y ponerlo en un poema tuyo. Pero debo reconocer que aclaraste la procedencia.
—¿Quién eres? ¿Mario Benedetti? ¿Borges? ¿Alfonsina Storni?
Se rió con ganas.
—Yo soy Isita-Paloma— me dijo con picardía— No estabas contento con robarme un verso, que hoy me robaste el nombre.
Me quedé helado. Cuando dije en la reunión que me llamaba Isita-Paloma, ella naturalmente sabía que yo estaba mintiendo, pero no dijo nada. Estoy en deuda con ella.
En ese momento llegó el mozo con el Patrón del Bar, un gallego enorme, con cara de perro malo, furiosos porque yo quería que abrieran la botella delante mío.
Empezamos a levantar la voz y cuando llegamos a los primeros gritos, ya todos los Cuenteros estaban atentos y expectantes. Me pareció que estaban sedientos de sangre.
Por eso y porque no quería más peleas, agaché la cabeza y le dí la razón al gallego.
Al ver que yo me había achicado, el gallego se agrandó y me ordenó que me fuera. Dijo que no quería mariquitas en su negocio.
Por desgracia, varios Cuenteros se habían levantado de sus asientos y el primero que le dio un botellazo en la nuca al gallego fue Necoperata que andaba con bronca contenida.
Del mozo se encargó Weissturner con una terrible patada a sus partes genitales y Petzenko se dirigió a un enorme espejo de la pared y le dio una patada de media vuelta, como en las artes marciales. “El espejo se derrumbó con toda la gente y las columnas que tenía adentro”*
Eso bastó para que empezara la destrucción sistemática del Bar. Volaban botellas, mozos, cocineros, platos, vidrieras que daban a la calle, etc.
Yo agarré la famosa botella de whisky y salí a la calle. No me agrada la violencia. La verdadera Isita-Paloma había desaparecido.
Me fui caminando hacia la Plaza de los Dos Congresos, donde les regalé la botella a un par de vagabundos que estaban muertos de frío.
A lo lejos se escuchaban las sirenas policiales.
Fin
Dedicado a Shosha
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