-He venido a matarte. Me dieron una recompensa por hacerlo. Por eso debes morir.
El hombre con el arma estaba tranquilo, su pulso no se había acelerado con el primer disparo, el cual había acertado en el pie izquierdo de don Carlos Juárez, quien a su vez yacía acurrucado, con la mirada oculta tras las manos.
El hombre herido temblaba.
-No debes temer al dolor. Lo haré rápido, soy todo, menos un sádico.
Afirma el arma en la diestra mano, sus ojos no muestras dolor, pero sí una cierta ternura, extraña ante la situación.
-Es mejor así, yo te encontré primero.
-¿Qué quieres decir? –el hombre herido se sienta, respira agitadamente y siente que ya ha aceptado la muerte. Le duele el pie, pero, su corazón se acelera, esperando el clímax, el momento final.
-Hay otro buscándote. Su nombre no importa, lo que importa es que él es cruel. No arrebata vidas con métodos veloces y, hasta cierto punto, indoloros.
El día muere lentamente en un mar de sangre y lamentaciones. Los astros, las esferas lloran al día que muere. Las sombras se tornan elásticas y se estiran velozmente, casi vivas criaturas que se acercan a sus presas, las sombras bajan y suben, cubriendo los techos; los altos edificios hace mucho rato que proyectan sombras. Ahora, al cobijo de la noche, las luces del alumbrado público se encienden titubeantes.
Juárez suspira.
Se ha atado el cinturón para evitar el sangrado. Ahora siente dolor, pero desea saberlo, antes de partir.
-¿Por qué yo?
El asesino niega con la cabeza.
-Nunca importa, solamente tu muerte es importante. Al menos para quien nos ha contratado.
-No hay forma de un arreglo entre nosotros.
-No lo hay.
-¿No es cuestión de dinero? –cuestiona Juárez.
-No, no lo es. Es cuestión de lealtad. Uno hace un buen trabajo.
-No crees en el cielo ni en el infierno, ¿O sí?
-Hace tiempo, cuando era niño, cuando mi madre me llevaba a la iglesia… pero nunca tuve fe. Dios siempre fue una nulidad para mí.
Juárez medita.
-Por favor, no le hagas daño a mi familia. Sé quién te manda.
Juárez extrae una tarjeta del saco gris y se la entrega al sicario.
-Es una cuenta en el extranjero. Hay medio millón de pesos. Si alguien hace daño. Asesina a quién lo ordenó y al asesino mismo.
El asesino toma la tarjeta.
-Lo haré. No tomaré ese dinero. Pero, si alguien hace algo a tu familia, lo juro, los asesinaré.
Juárez, pálido sonríe y dice:
-Esperemos que eso no pase…que nunca tengas que acceder a esa cuenta.
-Si es tu deseo, espero verlo cumplido.
Entonces el asesino apunta a la cabeza, Juárez abre los ojos, pero lentamente recupera la tranquilidad. Los brazos antes tensos del hombre ahora se han relajado. Mira directamente al asesino a los ojos. Siente esa extraña tranquilidad, , piensa Juárez.
El asesino tira del gatillo.
La bala sale, pero no hace ruido. El silenciador emite un suave chasquido.
Juárez forma un arco con su espalda. Cae en el empolvado suelo del cuarto piso del edificio abandonado. La sangre emerge a borbotones, burbujeando.
El asesino toma una fotografía del cuerpo y la envía al número que le han indicado.
Un mensaje aparece.
“Grupo de “desaparición” en camino”.
Con lentitud sale del edificio algunas calles. Tiene hambre. Ya sabe de la familia del objetivo. Si mueren o desaparecen tendrá que hacer su trabajo.
Toma un cigarrillo y lo lleva a los labios.
-Bueno, un trato es un trato.
Y espera, una semana después, la hija menor de Juárez desaparece y es encontrada dos días después, muerte, víctima de violación y mutilación. Él se encontraba en un hotel de mala muerte cuando advirtió la noticia. Con ceremonia, saca la valija que yacía bajo la cama, la abre y observa las armas, busca la tarjeta y la encuentra.
-Un trato es un trato.
Aquella noche duerme tranquilo. Mañana debía ir a asesinar, por ello debía estar descansado.
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