Capítulo 24: “Mar Caribe, Mar de Mi Amor”.
Nota de Autora: Ando poco creativa, así que sólo les pido que lean escuchando la canción “I’m Yours” de Jason Mraz.
El día siguiente… Hoy sí ando más creativa. Mañana termina el campamento de inglés y habrá un show de talentos, pretendo tocar flauta. Así me despediré de todos. ¡Gracias por los geniales momentos que me hicieron pasar! Y bueno, hasta las vacaciones de invierno, dónde nos volveremos a reunir.
Hoy es el cumpleaños de mi hermana… ¡Así que el capítulo va dedicado a ella!
Era el mediodía en la ciudad de Macapá, en el estado brasileño de Amapá. Ya iniciaba, de hecho, el mes de agosto, el verano se presentaba con toda su fuerza en Brasil.
En la zona costera de la ciudad, había una pequeña cabaña con techo de paja tejida y muros de madera de bambú, la cual estaba asentada entre muchísimos cocotales a sus lados, el cielo azul sobre sí, la arena bajo suyo y a su frente el mar, el hermoso y eterno mar.
Un rayo de sol se filtró por entre una ventana recubierta con una cortina de conchitas de mar iluminando el rostro de un extremadamente dormido Arturo.
El muchacho, tras pestañear un poco, consiguió abrir los ojos, sólo para darse cuenta de que Esperanza no estaba dentro de la cabaña. Solamente estaban los dueños de aquella casita y su hija menor, ya que sus dos hijos mayores habían salido a la ciudad.
Arturo salió y lo primero que se topó fue a Esperanza caminando dentro del mar, con la profundidad que éste le permitía al andar, vestida con un bikini de la hija del amable matrimonio que los había recibido y tapando sus piernas con un pareo, lo que cabe acotar era bastante extraño en ella.
La muchacha caminaba completamente tranquila, percibiendo el aire marino en su rostro, en completa paz, sintiéndose feliz.
Las aguas de color turquesa tenían el placer de acariciar sus tobillos, al menos eso fue lo que pensó Arturo.
No pudo evitar reprenderse a sí mismo. ¡¿Cómo era posible?! ¿Por qué, de todas las personas en el mundo, tenía que sucederle eso justo a él?
Primero, rompía con su regla personal, la que todo cristiano que se precie, debía tener: levantarse temprano y trabajar arduamente para quitarle peso de los hombros a aquella cortés familia que los había recibido.
Segundo, ahora su percepción de Esperanza Rodríguez había cambiado, de aquella joven capitana pirata que lo había ayudado a huir del infierno en la Tierra, el cual él calificaba antes como el Cielo. Su percepción de ella estaba comenzando a cambiar.
No era justo, para nada que era justo, ni para él ni para ella. Ella no merecía ser tratada de ese modo tan vulgar, como si fuese una cualquiera, ella merecía ser tratada eternamente como la gran persona que era, a pesar de que era atea. Y él sabía muy bien que jamás tendría una oportunidad con ella, pues Dios jamás se la daría por lo mala persona que había sido el último tiempo.
La miró una vez más, la brisa jugueteaba con los cabellos de la chica, quien afortunadamente estaba de espaldas y no podía verlo, de hecho ni siquiera lo había sentido llegar.
No, no podía arruinar el momento, pero, ¿qué hacer? No le quedaba más remedio que esperar a que aquella horrible ilusión desapareciese y que le dejase volver a ser quien realmente era: un fiel servidor de Dios.
No, no podía arruinar nada. Debían permanecer alerta. Habían dejado a la Zeven Provinciën con las ganas de pleito y habían huido, habían salvado a la Roma de los Negros de una masacre segura, habían puesto viento en popa a toda vela, se habían refugiado en un lugar inhóspito, el cual podía dejar de serlo en cosa de segundos.
Bastaba tan solo que los holandeses fuesen capaces de seguirles el rastro y los encontrasen en aquella ciudad paradisiaca, alejada de la mano de Dios y ese sería el fin de la aventura.
Habían conseguido alejarse de las garras de Holanda en un momento en que jamás se lo hubiesen esperado. Entonces habían huido hasta ese lugar. Una vez en la costa la familia Ferreiro, es decir, los parientes del Contramaestre del Medianoche Blanca, los habían recibido a ellos dos por razones obvias: estaban en grave peligro.
La miró perdidamente. Tenía que confiar en el Altísimo para olvidar lo que comenzaba a sentir. Su futuro y su pasado, su presente y la vida, habían cambiado en cosa de segundos, había bastado tan sólo con verla de aquella manera tan deslumbrante.
-Vaya, vaya, con que mirando perdidamente a tu capitana, ¿eh?-exclamó Hopkins pícaramente.
Arturo, al encontrarse sorprendido in fragante, sólo atinó a mirar a su captor completamente aterrado y, luego, a salir corriendo en dirección a los cocotales, los cuales chocaron ruidosamente entre sí ante su huracanado paso.
Sólo en ese momento, Esperanza se volteó. Lo único que consiguió ver fue las alborotadas ramas de palmeras chocándose entre sí y a Hopkins de pié, mirándola con una sonrisa picarona en los labios.
Bufó fastidiada, ¿acaso no podía tener, ni siquiera en ese lugar, un momento de paz y tranquilidad? Salió del agua, a sabiendas de que no volvería a entrar nunca más.
Al pasar por el lado de Hopkins, éste le sonrió sarcásticamente.
-Idiota…-masculló la muchacha, completamente furiosa.
De inmediato ingresó a aquel bosque de palmeras, piedras y muchísimos insectos.
Por entre las ramas vio a Arturo correr desesperado, tratando de alejarse de la playa, de Hopkins, de ella, de lo que sentía. Lo que pasaba por su cabeza ni él mismo lo comprendía.
Lo siguió con el mayor silencio que pudo, tratando de hacer el menor ruido posible para no alertarlo de su presencia y así evitar que saliese huyendo despavorido. Deseaba poner sus manos en el cuello del muchacho. Ella por si sola jamás se habría internado en aquel bosque, la sola idea de que algo pudiese ocurrirle en aquel lugar alejado de la civilización le paraba los pelos, lamentablemente eso era muy posible.
-¡Arturo, vuelve aquí!-exclamó al dar la vuelta entre un pequeño sendero que se perfilaba entre los árboles.
Él la estaba obligando a subir un cerro, uno lleno de lianas, humedad y ramas a medio caer y otras en el suelo que entorpecían el paso de cualquier curioso.
Llegaron a la cima y Arturo lanzó un grito que salió desde lo más profundo de su alma para luego caer de rodillas consternado. El silencio retornó al cerro y el único ruido que se escuchó fue a una caída de agua que llegaba hasta la mitad de la elevación.
-Aquí estabas. ¿Me puedes decir qué demonios sucedió, Arturo Gómez?-inquirió la muchacha con un tono furioso que rayaba en lo impersonal que al muchacho le rompió el corazón en mil pedazos.
Lo único que la muchacha sintió fue los gemidos del muchacho y de inmediato supo que él estaba llorando. Rodó los ojos y se sentó en el suelo, justo al lado de su compañero de travesía.
-¿Qué pasa?-preguntó ella.
-Algo que usted no entendería, capitana-contestó él, muy triste.
El tono de voz del muchacho la hizo saber que de verdad a ella no le gustaría saber lo que pasaba con él.
-¿Cómo llegaste hasta aquí?-preguntó ella.
-Anoche me dediqué a recorrer-dijo el muchacho.
De verdad que le era imposible guardarle secretos a su capitana, no podía mentir, no podía seguir llevando una vida así.
-Podría haberte pasado algo-dijo ella.
Él la miró extrañado. ¿De verdad le importaba a Esperanza? Una pequeña ilusión comenzó a crecer dentro de su corazón, pero se rompió cuando ella, al mirarlo a los ojos, pensó que su mirada era de duda acerca de los peligros que la zona ofrecía.
-¿Acaso eres tan idiota como para dudar que si vienes a un bosque como éste de noche podrías perderte o incluso te podrían asaltar?-dijo ella con poca paciencia.
-No, capitana-contestó él.
-¿Entonces?-replicó ella.
-Sólo quería conocer el lugar, si va a ser nuestro hogar durante…-fue interrumpido.
-Ni te sueñes que vamos a quedarnos en tierra. Recuerda que hay trabajo que hacer-contestó ella.
-Eso sí, es un excelente refugio para cualquier catástrofe. Está apartado del mar, todo irá bien-dijo, tratando de creer en sus palabras.
-Sólo que olvidaste el pequeño detalle que es peligroso y que hay árboles que pueden caerse encima-dijo ella.
No se habló más, sólo se dedicaron a mirar el horizonte marino, a escuchar el silencioso ruido de la cascada y a sentir en sus rostros el salino aire.
De pronto, un pequeño punto en el horizonte comenzó a crecer, formándose cada vez más grande.
-Capitana, ¿ve eso?-preguntó Arturo.
-¡No puede ser! ¡La maldita Zeven Provinciën! ¿Cómo demonios supieron que estábamos aquí?-preguntó ella.
-Los barcos, estaban en la cueva-dijo él.
-Eso prueba que no siempre el lugar más apartado es el mejor-masculló ella.
De pronto, los cañones del Medianoche Blanca resonaron en el aire, como música cristalina. El capitán Hopkins había decidido salir a la defensa de la ciudad. Aunque era relativamente obvio que era el contramaestre Ferreiro quien había obligado a su superior a ser valiente y enfrentar la realidad.
Arturo miró preocupado a Esperanza, no por su propio destino, sino que por el que la joven pudiese llegar a tener.
-Hay que bajar-dijo ella, buscando el camino más apropiado para el descenso.
-Por ahí no, nos van a ver-dijo él-. Capitana, sígame.
Ambos bajaron por el camino más corto que pudieron y llegaron a la cabaña donde se hospedaban.
-¿Qué sucede?-inquirió la madre de Ferreiro.
-La Zeven Provinciën está atacando Macapá. Su hijo ha ido a pelear-dijo Esperanza.
-Todo un pirata-murmuró la mujer en un tono que no se podía descifrar como orgullo ni como vergüenza.
Esperanza fue a cambiarse de ropa y, al volver, e pronto, desde los más oscuros y tupidos cocotales comenzaron a surgir más y más hombres y mujeres de color. Todos portaban armas.
Los jóvenes retrocedieron un paso y Arturo se puso a la cabeza. No dejaría que nada malo le ocurriese a Esperanza.
-Tranquilos, venimos en son de paz-dijo una mujer que estaba a la cabeza y portaba un rifle.
-¿Qué desean?-inquirió Esperanza, haciéndole una seña a Arturo de que bajase su arma.
-Deseamos viajar con usted, capitana Rodríguez. Somos piratas, venimos desde Santos, pero vivimos en Salvador. Ahí peleamos contra la marina holandesa para que no atacasen su navío ni a nosotros-dijo la mujer.
-Han hecho un buen trabajo-dijo ella.
Un cañonazo del Medianoche resonó en el aire y, por la intensidad del disparo, Esperanza supo que Ferreiro estaba al mando de la artillería.
-Sabemos que no tiene tripulación y nosotros queremos vengarnos. Tan sólo llévenos a las Antillas y eso será todo-continuó la mujer.
-¿Y su barco?-preguntó Espe.
-Naufragó en el ataque holandés-dijo la mujer.
-Comprendo-.
-Capitana Marliesse Arantes-dijo la mujer tendiéndole la mano a Esperanza.
-Capitana Esperanza Rodríguez-contestó la muchacha contestando el saludo.
Otro cañonazo pasó sibilante en la atmósfera.
-Debe decidir rápido, capitana. O los esfuerzos de Ferreiro habrán sido en vano-indicó Arantes.
Esperanza pensó. Esa mujer estaba en la misma condición que ella. La una necesitaba de la otra y la Capitana Arantes era de confiar. ¿Por qué no?
-Bienvenidos a bordo del Rosa Oscura-indicó Rodríguez.
-Sea-dijo Arantes.
Todos corrieron hacia el navío que estaba siendo protegido fieramente por el Medianoche Blanca. Como estaba atracado en el muelle no tuvieron problemas para subir y, una vez abordo, Esperanza impartió rápidamente todas las órdenes necesarias.
Arantes, la segunda de abordo, se dirigió a la popa para cubrir la retirada disparando junto a unos de sus hombres, mientras que Arturo controlaba todo lo necesario a aparejos bajo las órdenes de Esperanza quien controlaba el rumbo. El contramaestre de la brasilera, por su parte, se encargó de mantener alerta a los artilleros de la cubierta principal.
Una vez pasado el peligro, sólo vieron al Medianoche peleando bravamente contra la Zeven Provinciën y alejarse a ambos navíos hacia el sur.
Y, cuando anduvieron un par de millas más en el transcurso de aquel mismo día, cortesía de la nueva tripulación que trabajaba como miles de ellos mismos, se sorprendieron a sí mismos.
Aún no vieron el atardecer cuando Esperanza y Marliesse detectaron un cambio en el oleaje y un viento diferente. El aire era más cálido.
Esperanza se subió a unas jarcias del palo trinquete y desde ahí anunció:
-Bienvenidos al mar Caribe-dijo en voz alta.
-Bienvenidos al mar de mi amor… mar de la aventura y de la libertad-dijo, pero esta vez para sí.
La tripulación comenzó a celebrar, sólo ella permanecía en su mutismo. Separada del mundo, como siempre… en su mundo personal lleno de realidad…
|