CABECITA BLANCA

Conocí a Doña Julita Palacios, la mamá de Edgar, así es como se la conocía en Loja a aquella mujer tan especial que tocó mi corazón, llenándome de admiración. Una mujer firme y tierna a la vez, de ideas claras, que miraba de frente y hablaba claro, sonriendo y mirando a la cara.
La conocí de cuando mi mamá Lida cultivaba flores en el jardín de nuestra casa y Edgar llevaba esas flores para que doña Julia las transforme en ramos, coronas, guirnaldas… verdaderas obras de arte.
De tarde en tarde, mi mamá y Doña Julita se reunían en la Floristería Julia para poner al día las cuentas de su negocio y es allí cuando pude ver juntas a dos mujeres de mi tierra, dos mujeres de casta valiente y decidida, libres de formalismos, de obligaciones, de actos que persigan solamente “quedar bien”, mujeres con ese espíritu que se remonta hacia las cumbres más altas.
Nunca las vi darse por vencidas, al contrario, cualquier acontecimiento que tocaba su debilidad, parece que las hacía más fuertes, más seguras, más afanosas, más fraternas y firmes, como roca en su sitio; seguras de que es el lugar en el que deben estar, y del que nada ni nadie conseguirá moverlas.
Recuerdo una de esas tardes cuando ellas estaban reunidas haciendo cuentas de sus flores. Doña Julita invitándome a tomar el “entredía” con su típico buen humor y entre carcajadas me decía:
-Hijita: la vida ha sido dura para mí, he tenido que trabajar fuerte para sacar a mis hijos adelante.
-Pero bendito trabajo, me he ganado la vida de ramera, ¡Así es, de ramera hijita…!
Yo, seguramente debí haber puesto mi cara de asombro por lo que escuchaba, cuando ella sin parar de hablar continuó:

-Ramera a mucha honra y, para que sepas chinita, ¡la mejor de Loja!
-Toda mi vida he hecho los más bonitos ramos con las flores que cultiva tu mamá.


Zoila Isabel Loyola Román
ziloyola@utpl.edu.ec


Loja Ecuador 10 de Enero de 2013