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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / Brisingamen, el Futuro del Pasado: Capítulo 23.

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Capítulo 23: “La Vida del Pirata… ¿Será Para Mí?”.
Nota de Autora: Lean este capítulo escuchando “Parlay”, un soundtrack de Keith Richards para la película Piratas del Caribe: En el Fin del Mundo.
El tres y el cuatro de este mes fueron mis primeros días como liceana. ¡Fue genial! Soy muy feliz en el Liceo Abate Molina, siempre quise ir ahí para hacer la Media. Incluso ya hice amigos. Soy alumna del 1º “G”, con jefatura del profesor de Música, muy buena onda.
Además, desde el lunes siete que voy al English Summer Camp de Talca, con sede en mi antigua escuela, de la cual estoy aprovechando de despedirme definitivamente. Ha sido una experiencia interesante, es vivir un idioma haciendo cosas entretenidas, divirtiéndote. ¡Saludos a todos los campistas!
Gracias, ahora con vosotros, milores y miladis, el capítulo.
Salvador de Bahía, 20 de julio.
La noche comenzaba recién a caer en las hermosas costas de la no menos bella ciudad de Salvador de Bahía. El Rosa Oscura y el Medianoche Blanca habían sido anclados.
-Caminá por acá, movéte rápido-les indicaba Hopkins a Esperanza y a Arturo.
A la primera no le gustaba que le dieran órdenes, para nada le gustaba, pero ésta vez no le quedaba otra salida que no fuese obedecer a su par pirata.
Caminaban por los extensos y altos cocotales, donde la obscuridad era perenne y la desorientación hacía mella hasta en el más conocedor de aquellos parajes. Nada de luz se filtraba por entre las gruesas ramas de palmeras, ya predecían que posiblemente era de noche.
La delegación era pequeña, conformada por cuatro personas. Del Medianoche Blanca venían el Capitán Hopkins y el Contramaestre Ferreiro, mientras que del Rosa Oscura estaban la Capitana Rodríguez y el Contramaestre Gómez.
Avanzaban a paso rápido, con Hopkins a la cabeza y Ferreiro a la retaguardia. El trasandino cortaba cuanta rama podía para avanzar más rápido de lo que iban ya. Tenían prisa, pero era una prisa movida por el miedo, por el terror si así se quiere.
Al fin salieron a la costanera. Una extensa y ancha calle.
-¿Lista?-preguntó Hopkins.
-¿Por quién me tomas?-replicó Esperanza.
La respuesta fue tomada como un “sí”. Los cuatro, en patota, cruzaron hasta la otra acera. Sin poder evitar ser vistos por toda la concurrencia que a esas horas salía de las oficinas. Los atuendos de los tripulantes del Rosa eran de por sí algo estrafalarios y los tripulantes del Medianoche irradiaban una fuerte desconfianza a la gente, quienes preferían darse un enorme rodeo antes que toparse de boca con ellos.
“Raro, esto no me gusta… ¡Saben quiénes somos!”, pensó Esperanza, abriendo los ojos progresivamente, aunque lo trataba de evitar para no llamar más la atención.
-Hopkins-llamó la atención de su compañero mientras caminaban. ¡Qué suerte que la mayoría no sabía español ahí!-. Deberíamos cambiarnos de ropa antes de ir a hablar al municipio. Saben quiénes somos-confesó la chica.
Arturo abrió los ojos cuán grandes pudo, con eso simplemente estaban arruinados. Ferreiro cogió instintivamente el mango de su pistola, sólo por si acaso, mientras que Hopkins se volteó a Esperanza completamente irónico.
-¿Y qué sugieres? ¿Ir a una multitienda cuando la vendedora sabrá quiénes somos y terminaremos en una sucia celda? ¿O ir a un hotel para encerrarnos por nuestra propia decisión? Todo eso mientras que Salvador de Bahía es destruido. No debemos, ni podemos-replicó Hopkins, tan ufano como siempre.
-Sugiero ir a una parte apartada y cambiarnos con lo que tenemos para luego ir a dar aviso-contestó ella furiosa.
-Tú cara no te la podés cambiar, nena, te lo digo de una. Además, ¿me podés decir dónde hay un lugar apartado aquí?-inquirió Hopkins.
-No tengo idea, tú eres el que conoce Brasil de punta a cabo, o al menos eso decía el folleto, amigo-replicó ella con sarcasmo mal ocultado.
-Pues, no lo hay. Lo mejor es ir así, en son de paz, tal como dijimos a nuestras tripulaciones, a avisar que la Zeven Provinciën ha vuelto al ataque-indicó Hopkins.
Siguieron caminando por entre edificios compuestos de vidrios y fierro, los más modernos de América del Sur. A esas horas, los estudiantes salían de las cuantiosas universidades ubicadas en toda la ciudad.
Miles de personas de color salían de las bien iluminadas calles salvadoreñas hacia la playa para festejar, como todas las noches, cualquier cosa que pudiesen celebrar, desde el placer de estar vivos hasta cualquier cosa. Así le hacían honor al apodo de la ciudad “La Roma de los Negros”.
Hopkins apuró el paso. Sabía que era cuestión de minutos que el navío de Holanda arribase a la costa y masacrase a toda esa multitud. A ellos no les iba a importar nada, lo iban a ver peor que a un nido de pirañas: como un nido de piratas.
Y al fin, rodeando por un lado la hermosa plaza, llena de palmeras y piletas, bellos asientos, con una multitud de gente conversando en su interior. Flanqueada por sus cuatro costados por modernos edificios de gran belleza y sofisticación arquitectónica, se encontraba la Municipalidad.
A pesar de ser de la Época Colonial era completamente hermosa. Su fachada era rosa y tenía multitud de ventanas, algunas eran enormes ventanales que cubrían casi desde el techo de tejas hasta el suelo y eran cubiertas por barrotes.
Un servicial guardia de la policía local les abrió el portón de madera gentilmente, dejando pasar a nuestros cuatro protagonistas. Y cuando éstos iban pasando por el lado de una pileta sintieron unos cañones.
-¡Es el Medianoche!-susurró Hopkins.
-No vengas con que no te lo advertí-dijo Espe.
Una vez que ingresaron al ala del edificio que hacía las veces de Alcaldía, la secretaria del Alcalde se dirigió a Espe, sólo para decirle la siguiente palabra:
-Acompáñame-dijo la mujer.
Esperanza no se movió ni medio palmo, ni loca entraría sola a la oficina del Alcalde, mucho menos cuando la secretaria sabía quién era ella y cuando la gente la reconocía en la calle al son de los cañones del Medianoche.
-No entrará sin nosotros-replicó el trasandino.
-Entren, adelante-dijo la mujer, llamando a la puerta y tras recibir el permiso de una voz ronca abrió la puerta y, tras cerrar, desapareció.
El hombre no estaba solo, de hecho eran tres sin contar a nuestros queridos piratas y a nuestra querida chica pirata. Espe miró a su alrededor, contemplando las mil y una versiones de la frase “Debemos pelear para luego huir”. Y en eso, el alcalde la miró a los ojos.
-Esperanza Rodríguez…-dijo, paseando por el salón con los brazos cruzados a la espalda.
-¿Para qué la busca?-replicó Espe, no iba a caer en la trampa de decir “Capitana” y dejarse al descubierto.
-Eres tú, no finjas, pequeña-dijo el alcalde acariciando la barbilla de la muchacha.
Arturo se escandalizó y su mente viajó hasta su fugaz encuentro con el Trauco, Hopkins analizó la situación y, en medio de sus cavilaciones, no pudo detener a Ferreiro, quien apuntó con su espada al alcalde.
-¡Suéltela!-bramó el garroto y, al ver que el hombre no se movía, estuvo a punto de golpearle en la cara.
-¡Quieto!-dijo Esperanza, alejándose de ellos. Si Ferreiro causaba pelea en ese momento, no podrían evitar caer tras las rejas y ver a Salvador de Bahía consumido por el fuego.
-Vinimos a negociar-indicó ella.
-No vale de nada negociar cuando no sabes si los otros cumplirán su parte del trato, pues no sabes quiénes son-dijo él sabiamente.
-Entonces comience por decirnos quién es usted-replicó Esperanza, honestamente, sus compañeros no esperaban menos de ella.
-El Alcalde de Salvador de Bahía y ellos, dos excelentes policías a cargo de la seguridad costera de la ciudad, pequeña-dijo el hombre mirando picaronamente a Espe a los ojos.
-Deje de llamarme así-dijo la chica, con el tono que lo dijo sus compañeros supieron que trataba de controlarse, pero que si el Alcalde volvía a llamarla de ese modo ardería Troya en ese lugar, algo para nada alentador…
-Entonces dime tu nombre, pequeña, para poder llamarte como la dama que supongo que eres-dijo el hombre sonriendo impunemente.
Hopkins sostuvo a Esperanza de los hombros, evitando así que Brasil tuviese un Alcalde menos, mientras que Arturo estaba pasmado y Espe y Ferreiro hervían de furia, rabia, ira o cualquier cosa que se le asemeje.
En ese momento la secretaria golpeó a la puerta y mágicamente los cañonazos cesaron.
-Adelante-dio su permiso el Alcalde.
La puerta se abrió con un elegante gesto de la dama, dejando ingresar a dos hombres fornidos, de tez y cabellos claros, muy altos y que hablaban entre ellos en una lengua extraña que Esperanza identificó como holandés. “La Zeven Provinciën”, pensó, sintiendo que estaba ad portas de cometer un asesinato.
-Alcalde, los navíos están listos para atacar en el muelle y dos barcos han estado interrumpiendo nuestro paso-dijo uno de ellos con un acento un tanto arrastrado, mirando significativamente a los cuatro piratas.
-Dé su permiso, capitán-concedió el Alcalde-. Por culpa de unos pocos piratas todos serán destruidos… ¡Una pena!
El capitán holandés de la fragata “Zeven Provinciën” iba a marcar en su radio de alto alcance para avisar a sus hombres que atacasen la ciudad cuando Esperanza, zafándose fuertemente de las manos de Hopkins, dio un paso al frente y gritó:
-¡Parlay! ¡Invoco el derecho a Parlay!-soltó Esperanza cuando todos creían que ella iba a golpear al capitán del navío holandés.
Al capitán de la Zeven Provinciën se le cayó la radio de la impresión: hacía mucho tiempo que no oía hablar a alguien así y le sorprendía aún más la palabra que la joven había ocupado: Parlay.
-Con que con esas palabras prueba usted lo obvio: es una pirata-dijo el Alcalde caminando por el salón con la calma que lo caracterizaba.
Esperanza no olvidó darse un bofetón psicológico y maldecir mentalmente a su estupidez.
-Mis palabras no prueban nada y sigo solicitando Parlay-dijo.
-Usted dirá-contestó el capitán holandés.
-A cambio de que nos alejemos de las costas de Brasil, ustedes deberán dejar a salvo a Salvador de Bahía, no la atacarán-dijo ella.
-Sigue probando lo obvio…-dijo el Alcalde.
-¡¿Se va a callar?!-preguntó ella con un tono que dejó helados a todos los presentes.
-¿Quiénes son ellos?-preguntó el Alcalde.
-Compañeros de travesía-contestó ella.
-El Parlay está aprobado, mis navíos se retirarán del área urbana y bajo ninguna situación batallarán en ella-dijo el Capitán, saliendo seguido de su Contramaestre.
Una vez que la puerta se hubo cerrado, el Alcalde, con paso aplomado, se dirigió a Esperanza.
-Con eso, usted sigue probando que es una pirata-dijo cerrando con llave la puerta.
Esperanza tomó aire con fuerza respiró hondo, todo en cosa de segundos. Y de un solo puñetazo derivó al Alcalde de Salvador de Bahía, quién cayó al suelo arrastrando todo a su paso.
-Esperanza, ¡cálmate!-bramó Hopkins.
Ferreiro corrió a ayudar a la capitana del Rosa Oscura. Levantó con una fuerza feroz al alcalde, aprisionándole las muñecas y colocándolo de cara a Esperanza. La muchacha desenvainó su Haenger.
-Ahora que estás bien calmadito, me vas a contestar algo. ¡Primero! ¿Por qué demonios nos hiciste venir aquí?-preguntó la muchacha colocando la espada en el cuello del político.
-Quería acabar con unos sucios piratas-respondió él.
-Pues qué mal que no te resultó-replicó ella intercambiando una mirada feral con Ferreiro-. Ahora bien…-¡¿Dónde demonios están las malditas llaves?!-preguntó ella haciendo que unas gotitas de sangre brotaran del cuello sudoroso del hombre.
-No contestarás, ¿eh?... ¡Responde!-.
-Mi bolsillo-.
Tras que ella registrase insanamente todos los bolsillos del alcalde, abrieron la puerta y se largaron, sólo para ver a la ciudad en llamas y a los africanos peleando junto a ellos para defender el lugar de uno de los dos barcos holandeses.

Texto agregado el 10-01-2013, y leído por 123 visitantes. (1 voto)


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