Una infancia aritmética
Había cosas que subían y cosas que bajaban o que subían y bajaban a la vez. Por ejemplo, las escaleras. Las escaleras eran un de los artefactos más fascinantes de la existencia. Uno se abismaba pensando en las escaleras: un, dos tres, cuatro, cien, doscientos, mil. Mil escalones tenía la escalera de los Sindicatos Verticales de la calle Méndez Núñez. En todos los sitios había escaleras, su uso era universal. Alguien las habría inventado ¿no? Debería haber un día dedicado a su memoria. Pero ya sabemos que la historia es injusta y cruel. Nadie sabe quién fue el inventor o la inventora de la escalera, ni cuándo la inventó. Había también cosas que estaban numeradas de mayor a menor o viceversa u ordenadas de mayor a menor o según una regla arcana. Había celosías, rejas en las ventanas, en los jardines y en los balcones donde la repetición era la llave mágica que convertía aquellos objetos anodinos en seres dotados de hermosura. Estaba el teclado del acordeón del tío Macario, que lo único que tenía de cacofónico era su nombre, porque él, de por sí, era más bien dulce. Estaban las teclas del piano que tocaba mi abuelo, por las que subían y bajaban sus dedos transparentes. Todas estas cosas, de alguna manera, recordaban una escalera. Creo que la única cosa fantástica que me enseñaron en la escuela fue la perspectiva cabellera. Todo el universo, desde los objetos más pequeños a las más grandes, podía ordenarse de acuerdo a su distancia del punto desde el que se miraba. ¡Admirable! Las líneas de fuga me parecían las líneas más hermosas de la tierra (imaginarias, claro). Y, junto a ellas, la figura del cubo y los círculos horizontales y verticales para medir la latitud y la longitud, era algo que rozaba la perfección. Ahora que soy mayor sigo buscando cosas que suban o bajen, que establezcan una progresión o una regresión, que creen series en ascensos o gradaciones. Sigo buscando la perfección de las proporciones y de los números, para no dejar que se me escapen las escaleras de la infancia. Pero a estas alturas no sé si se trata de arimética, de geometría o, simplemente, de poesía.
Juan Yanes |