Ghost
Llegó abochornada, con la piel vestida de latidos, después del escarceo a la que fue sometida. En el baño, los ojos iban sobre las burbujas que se llevaban las caricias y los suspiros entrecortados. ¡Cuánto daría por irse tras ellas! Mas el agua fría de la regadera la fue calmando.
Vestida con una bata de algodón, mecía su cuerpo de mujer madura en la poltrona. Reflexionaba lo sucedido en las últimas semanas. ¡Todo fue tan rápido! Había sido un día aburrido, y compró un libro en el bazar; a la vuelta encontró un café. Se introdujo por una puerta minúscula, caminó por un pasillo con piso de tablones, sombras y luces que emanaban de lámparas que parecían de juguete. Se sentó en un lugar apartado.
Las pastas del libro le provocaban escozor en la yema de los dedos y sin pensarlo los llevó a la boca. Respiró profundo y empezó la lectura. Un hilillo de palabras fue removiendo el tedio de los días. Las imágenes corrían nítidas y poco a poco se hizo partícipe de ellas. Acudía por las tardes y casi por instinto acariciaba el lomo terso y rosado del libro; su corazón daba un salto y la imaginación se prendía al ver cerca el desfile de pasiones. Siempre iniciaba después de que el mesero atendía su pedido: café con leche y licor de vainilla; abría el libro y vivía.
Hubo una vez que las luces se tornaron diminutas, destellaron, pero ella seguía con la piel, la piel de la protagonista. No se inmutó cuando percibió unas manos que le tomaron de los hombros, una suave respiración cerca de su cuello y después el rechinido de la silla cuando es ocupada. Leía acerca de pasiones intensas y se reflejaba con tal nitidez en su cuerpo que tuvo miedo de que pudiera ser observada. Para su fortuna, la oscuridad la convertía en una sombra y sólo oía el crujir de la madera. Ella, días después escribiría en una libreta vieja — con letra poco legible— la experiencia.
…Sin pedir permiso te sentaste y me ofreciste una plática deliciosa. Fue la primera de varias, ¡me habitaste! Me pregunto ¿qué ha sucedido conmigo? Jamás hubiese imaginado hacer todo lo que he hecho. Es como si no fuera yo; una transformación que se da en mi vida cuando estoy a tu lado. Eres un deseo que no he podido controlar. ¡Ni quiero! Yo misma he sido mi diablo. Me mata la curiosidad de saber lo que estás pensando al atreverme a tanto. Te comparo con Esteban. Es un señor que deja saber de alguna u otra forma que le gusto. Pienso que si te hubiese conocido como a él, todo sería distinto. Cuando estoy sola en una reunión él trata de ofrecerme su compañía. Me ve con la mirada lejana y ausente, desea interpretar mi ensimismamiento; ¡si supiera que estoy pensando en ti y deseando que llegue la hora de la cita en el café! Al entrar al salón no me quita los ojos, hasta lograr que lo vea. Me sonríe y fija su mirada en la mía, yo en cambio diviso para otra parte. En algún momento cuando menos espero, lo tengo cerca cantándome alguna canción, luego suspira y me saluda con un abrazo y un beso en la mejilla. Me hace preguntas o me cuenta algún chiste y no puede ocultar que las palabras tiemblan…
Otra parte sobre lo mismo la redactó en la computadora personal, en un archivo que hablaba sobre lingüística, palabras que estaban al final del texto.
…Aquella vez, tu olor de varón y el contacto de tu piel con mi oído me estremecieron. Mis pechos gritaban ingurgitados y el filo de la tela se plegaba a mi pezón produciéndome un placer doloroso. No pude más, fui al baño, me quité la braga y regresé. Había una mesa lejana donde jugaban un partido de ajedrez. Un saxofón se escuchaba en el centro y los bajos iban entre espumas, pompas que al romperse, dejaban caer su cuota de intensidad. Mi vestido amplio, oscuro y la poca luz ocultaron lo que hacía contigo. No fue difícil sentarme arriba de ti. Cuando me atreví, el mesero hizo una seña, como interrogando si deseaba algo y con un ademán le di a entender que no. ¡Nadie podría quitarme ese orgasmo tan soñado! ¡Siento la carga en mi pecho! Es culpa, miedo y algo más que no defino. ¡Me insulto! tal vez sólo trato de defenderme de lo que creía imposible hacer, tal vez sólo limpio mi conciencia, Me maldigo porque quizá un día no me importen los veinte años de matrimonio ¡Se irán por el desagüe! Si te hubiese conocido como a Esteban, nada habría pasado.
El aire fresco de la terraza revolvía su pelo y respiraba dilatando las alas de la nariz como si éstas fuesen a volar de un momento a otro. El esposo, con su corpulencia, hundía sus pisadas en los escalones, haciendo ruido con el propósito de que fuese notada su presencia. Carraspeó cuando la vio en el sillón con los ojos entrecerrados y una mano sobre su vientre y la otra sobre el pecho derecho.
— ¿En qué piensas? —le dijo.
— ¡Me asustas!
— ¡Estás sudando mujer! Tal parece que tienes fiebre. Deberías ver a un médico. Deja de tomar tanto café, dale descanso a tus ojos. Quita esa cara de preocupación. ¡Un cambio de rutina le vendrá bien a tu alma! Por cierto, el viejo libro que lees, se ve interesante. ¿Me lo prestas cuando termines?
El día que lo termine, haré una hoguera y lo quemaré. Antes de que el sol llegue lo veré renacer y al hojearlo encontraré que tiene retoños en las palabras.
—Por supuesto que te lo prestaré cuando lo termine.
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