Mi cuñado.
Ya conté una vez que mi cuñado es sicólogo. Fuimos compañeros de secundaria en el Liceo de Valparaíso, donde el se destacó siempre por su dedicación al estudio y era el favorito de todos los profesores.
Su técnica era simple. Siempre estaba adelantado en todas las materias, porque estudiaba un día antes el tema que iba a desarrollar el profe. Durante el desarrollo del tema, por lo general, los profes acostumbraban a hacernos preguntas sobre lo que estaban diciendo, para agarrarnos a los distraídos, pero como él ya lo había estudiado, siempre se lucía y demostraba que estaba atento y que comprendía todo.
Éramos varios los que lo odiábamos, es especial los más vagos. En mi caso yo no era vago, sino que no estudiaba, porque me bastaba una simple leída un rato antes de cualquier prueba, para saber todo al dedillo.
Mi amigo del alma era Rafael Cromañón, quien en ese tiempo sentía por mí una admiración que rayaba en el fanatismo. Y todo era por mi hermana mayor que lo tenía hechizado.
Un día que tuve una discusión con Wilfredo (mi cuñado actual), Rafael se metió en mi defensa y arremetió contra Willy, dándole trompis y empujones, lo que le valió una severa amonestación.
¿Quién iba a decir que años después, Willy se casaría con mi hermana y que Rafael Cromañón iba a ser mi peor enemigo?
La verdad es que no sé bien por qué nos distanciamos. De grandes amigos que éramos, ahora ni nos saludamos. Éramos inseparables y la adolescencia, que es la época de la vida donde se forjan los verdaderos amigos, la recorrimos juntos, conociendo todo el uno del otro, sufriendo juntos nuestras penas y festejando nuestras alegrías.
Supe de su primer amor y de su primer desengaño, como así, él supo de los míos.
Fue él quien llamó a una ambulancia, cuando me dejó Elena por un cadete de la Escuela naval y yo me tomé una caja completa de Cafiaspirinas.
Fui yo quien se atrevió a entrar a esa farmacia y pedirle a la vendedora que me vendiera un profiláctico. La señora escandalizada llamó al farmacéutico, quien luego de darme un sermón, me enseñó a colocármelo.
Era para la primera experiencia sexual de Rafael, quien debutó con una “mujer que fumaba”. Así le decíamos a las prostis en ese tiempo. Al día siguiente, en el Liceo, Rafael era tratado como un héroe. Todos queríamos saber los pormenores, los detalles. Rafael contó una historia extraordinaria, pero a mí me contó la verdad. Llegó a las siete de la tarde a la casa de una vieja vecina, quien le iba a llevar una hermosa chica para que debutara. La vieja, de unos cuarenta y tantos años, según Rafael que tenía 15, lo hizo pasar a esperar a la chica que llegaría de un momento a otro.
Para que se le pasara el miedo le ofreció una copa de cognac. Después otra y como la chica no llegó nunca, a ella le fue fácil seducirlo y el pobre Rafael debutó con una sesión de sexo violento que le hizo olvidar colocarse el profiláctico y apenas salió de esa casa, vomitó en la vereda hasta las tripas
Suerte para mí, porque heredé el condón, que era muy difícil para los muchachos comprar, porque nos causaba infinita vergüenza pedirlo en la farmacia y a veces los negaban a los menores. Todos en mi curso sabían que yo tenía un preservativo y varios querían comprármelo, aunque fuera después de usarlo, solo que muy bien lavado.
Todos los días al llegar al Liceo, me preguntaban si había usado el condón y al obtener mi respuesta negativa, me pareció que comenzaban a mirarme raro.
La verdad es que no tenía con quien usarlo. A todas mis noviecitas les propuse hacer al amor, pero ¡eran otros tiempos! Algunas me trataron de degenerado, otras me acusaron con sus mamás, lo que me ocasionó graves problemas, ya que las madres comentaron entre ellas el caso y todas las chicas que yo conocía, tenían prohibido acercarse a mí.
Así que opté por cortar por lo sano. Abrí el sobrecito del condón, lo llené de agua y lo apreté hasta que quedó con el aspecto de usado.
Al día siguiente, llegué al Liceo sacando pecho y mirándolo con displicencia al Gordo Fernández le regalé el preservativo, diciéndole que ya estaba lavado. El Gordo no cabía en sí de alegría.
Unos cuantos días después nos dijo que había visto el cielo con una chica que se parecía a Natalie Wood y a su vez le regaló el condón al Colorín Vergara. Después le perdí el rastro al preservativo, pero ahora que lo pienso, no creo que alguien lo haya usado jamás.
Mi debut tuvo lugar dos meses después con la misma vieja cuarentona que hizo debutar a Rafael. Sólo le pedí que no fuera violenta conmigo, porque era muy sensible y me pondría a llorar si me asustaba. Se rió con alegría y ternura y fue para mí una experiencia maravillosa.
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