El Domingo seis de Enero, el mundo celebraba la llegada de los Reyes Magos, yo conmemoraba el primer aniversario del fallecimiento de mi madre. La misa en su memoria se realizaría en una iglesia del Santuario de Shöensttat en la comuna de La Florida, muy lejos de mi casa, barrio desconocido, un taxi y el metro tren subterráneo me condujeron hasta la estación indicada en el map city de internet. Alguien me dijo: - cuando salgas de la estación camina hacia el oriente –, fácil pensé, solo tengo que caminar hacia la Cordillera de los Andes.
Un viaje largo pero muy relajado, los vagones casi vacíos y por largos tramos, sobre el nivel de la carretera, un hermoso y caluroso día.
Atenta a los nombres de las estaciones hasta llegar a la indicada para descender del tren, muchas escalera que subir hasta salir a la superficie. La Cordillera, mi primer punto de referencia, no estaba incluida en el paisaje de edificios y carreteras elevadas que me rodeaban y como siempre dicen que preguntando se llega a Roma, detuve a la primera jovencita que pasó por mi lado sin audífonos o un teléfono celular en la oreja; me indicó la dirección a seguir, que no era precisamente hacia el oriente, todo lo contrario, era hacia el poniente una cuadra y dos hacia el sur.
Asistí a la hermosa y solemne misa realizada por tres sacerdotes ataviados con túnicas blancas, celebraban el fin de la Navidad y un responso por los fieles fallecidos en el mes de Enero de 2012. Terminada la Eucaristía visité el hermoso parque del Santuario y comencé a regresar por donde mismo había llegado, dos cuadras hacia el norte y una hacia el oriente.
De nuevo en el andén pero a la una de la tarde la multitud de personas era un panorama desalentador, en el sector central, en donde acostumbro a viajar por esas cosas de que nunca adelante y nunca atrás por si acaso, me dirigí hacia el sector en donde tendría acceso al primer vagón, no había casi nadie esperando, pero al subir constaté que el hacinamiento era el mismo, hombres, mujeres, niños de todas las edades, bebés, coches de niños, bicicletas, mochilas, patinetas; sin duda alguna, todos rumbo a disfrutar una hermosa tarde de día Domingo en familia.
El trayecto de regreso me pareció más largo y de pié, más largo aún, parada frente a la mitad de la puerta de salida, en la otra mitad una silla de paseo y una pequeña vestida de rosado, con su muñeca toda despaturrada, viajaba feliz y en su media lengua intentaba conversar conmigo, su joven madre me traducía y recordé aquellos lejanos años de la niñez de mis hijos, sobretodo la de mi único hijo que no terminaba nunca de aprender a hablar.
El pediatra me decía: - no tiene ninguna dificultad para hablar, pero mientras usted le entienda, no hará el esfuerzo – en realidad de niño, nunca se esforzó por nada, las hijas … bueno, esa es otra historia como tantas que deambulan por la mente cuando se viaja en el subte algo cansada.
Anuncian la próxima estación de arribo y es donde debo descender y buscar un taxi para el resto del trayecto de regreso a casa.
El tren se detiene, pero las puertas no se abren, miro por todos lados en busca de algún botón, no encuentro ninguno, se suma un señor a mi búsqueda, nada, la puerta sigue cerrada y el tren detenido. Desde la cabina del chofer sale un funcionario de la empresa, por los parlantes una voz ordena evacuar el andén, el funcionario tendrá que abrir manualmente cada puerta de cada carro, comunica lacónicamente: - alguien se tiró a la vía del tren – miro hacia el andén y las personas que se encontraban frente a la puerta del primer carro, la puerta por donde yo debía salir, estaban estáticas, con el rostro desfigurado por el horror.
Fui la primera en salir, un guardia parado en el lugar impediría que alguien se acercara, no recuerdo cuando fue la última vez que caminé tan rápido y subí las escaleras eternas sin darme cuenta hasta llegar a la salida en donde un tumulto de gente ocupaba toda la esquina de la estación, el ingreso estaba cerrado. - ¿ Qué pasó ? – me preguntaron, - un hombre se tiró a la vía del tren – respondí al pasar, como si yo fuera la culpable un joven me increpó - ¿ por que no van a matarse a otro lado estos w..... así no perturban la vida de nadie ? mientras yo casi corría a detener un taxi que se acercaba, en pocos minutos más la cantidad de gente que viajaba más las personas que no habían ingresado transformarían el sector en un caos.
Por tres horas el subte estuvo detenido hasta cinco o seis estaciones atrás, no quería pensar, pero era imposible no pensar, habrá una esposa, una madre, un padre, hijos, amigos del suicida, esos momentos que yo estaba viviendo, ellos aún no lo sabían.
Tendrían que llegar primero la ambulancia, los carabineros, los bomberos para el rescate, trasladarlo al Instituto Médico Legal, para su identificación y pasarían al menos dos horas antes que carabineros diera la triste noticia a quién correspondiera.
Depresión, desamor, frustraciones, cesantía, errores, en lo personal pienso que aunque la tristeza nos acompañe todos los días de la vida que nos queda por vivir, la vida es una sola y hay que vivirla hasta el último día dispuesto por Dios, por el destino, como quiera que se llame el momento del final. No conocía al suicida ni los motivos que tuvo para tomar tan drástica decisión, pero si tenía hijos les dejó el estigma de un suicidio, nadie tiene ese derecho si ha proyectado una vida y una familia que por el resto de sus vidas se preguntarán: - ¿ por qué ? -
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