Alguien alegaba que la tenencia de celulares, ipod, ipad y demases, le ha permitido a la gente aislarse del mundo circundante y escudarse en la pequeña o ya no tan pequeña pantalla para hurgar contenidos de la red y evitar de paso el contacto de los demás, sus miradas o cualquier otro tipo de manifestación.
Ese mismo alguien decía que la intromisión de estos tecnológicos aparatejos ha impedido que la gente que viaja en los medios de comunicación ya no entable entretenidas conversaciones con los demás pasajeros ni se creen incluso amistades con esos interlocutores al paso.
Yo disiento de esa crítica, porque recuerdo que mucho antes de que aparecieran estos aparatitos de comunicación móvil, la gente que se atestaba en los microbuses o en el Metro, se entretenía mirando por las ventanillas, en el caso de los autobuses, o agachaba la cabeza e intentaba una somnolencia que más bien evitaba mirar o sentirse mirado por los demás. En el ferrocarril subterráneo, la cosa no era mejor, ya que algunos se descoyuntaban los huesos del cuello mirando los carteles colocados sobre los ventanales, los releían y los volvían a releer, en una operación majadera que evitaba que las miradas atrajeran algún tipo de comunicación indeseada. O bien, se atisbaba indirectamente a través de los reflectantes cristales, la figura despampanante de alguna mozuela.
Un amigo me comentaba que en Venezuela la cosa es diferente y que todos conversan con todos, la gente es de carácter amistoso y ríe por cualquier cosa. En nuestro país, por el contrario, todos desconfiamos de todos, tememos que nos metan la mano al bolsillo, que nos asalten y las mujeres, que las acosen y pongan en peligro su dignidad. Tememos enfrascarnos en discusiones bizantinas, más que nada porque evitamos quedar en ridículo por la pobreza de conocimientos que nos asuela.
Quizás mañana, me refiero a esa jornada instalada en un futuro presunto, nuevas formas de comunicación harán posible la humanización de nuestra relación con las demás personas sea más efectiva. Por ahora, tenemos a mano esos aparatos minúsculos o en su defecto, el periódico gratuito, que olvidé mencionar más arriba, que hojeamos con delectación como propiciatorio parapeto para ocultarnos de los demás…
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