NATURALMENTE
Tropecé con la pierna de aquel sujeto que yacía en el suelo. Tendido ahí, sin mas remedio contra una pared de ladrillos, llena de pedazos de lo que parecía propaganda política. Quejándose, lleno de mugre ya casi sin dientes con los ojos perdidos en el tiempo, con las uñas encarnadas, amarillas, los dedos largos, secos, marrones, pero con la agilidad inigualable para armar los porros que lo mantenían “vivo”.
La llovizna empezaba a caer suave pero molesta, la gente corría sin sentido, como si quisieran salvarse de algo, el caos total; se salpicaban de barro al correr, se iban de cara, como sapos contra el suelo se oían los ¡splash! El vida hijueputa.
De derecha a izquierda, con los niños arrastrando, llenos de barro, como si el juicio final hubiera llegado, así corrían, no les importaban los carros, las calles, los huecos, no les importaba nadie.
Las finas gotas llenaban una tras otra, los orificios de la pierna del hombre, que inmutable seguía solicitando la ayuda de cualquiera. Su pierna atravesada por un par de tornillos largos y oxidados, dejaba ver sanguinolentos trozos de carne descompuesta, piel, luego carne negra, amarilla, blanca, pus, escaras de años y un aroma particular de putrefacción humana.
Regodeándome en la morbosidad, mientras seguía allí, tuve los mas bajos deseos de saber si mi dedo índice cabia por completo en el gran agujero descompuesto de la pierna de aquel repulsivo ser, aciago sentimiento interrumpido por el ruido de las monedas que el hombre sostenía con su mano derecha diciendo que era un desplazado.
Eso era, un desplazado de la ciudad, de la vida, de la “gente”.
Yo seguía parado allí, mientras la lluvia arreciaba, parecía que iba a ser una gran tormenta, de esas de cada dos días con rayos truenos e inundaciones en el sur, perdidas de vidas, casas, animales, desbordamientos de quebradas, fétidos olores y llanto.
Tormentas de esas de los noticieros, donde la señora con sus botas pantaneras trata de salvar el colchón, llevándolo al hombro cuesta arriba por la loma, mientras su fiel mascota, un perro “criollo” lleno de barro juguetea sin entender la cruel tragedia donde perdieron la vida un par de los nueve hijos, una nuera y el esposo de la señora, que era pensionado de la Edis, le había comprado hacia veinte años un lote pirata aun concejal de vieja data, que hoy es canciller, con lagrimas en los ojos será entrevistada, dirá que es culpa de la naturaleza y de su Dios que la castiga, sin darse cuenta que fueron sus excrementos, basura, neumáticos y botellas de Postobon no retornables, arrojadas a la quebrada por ella y cien mil familias igual o mas numerosas que la suya, para dar luego paso a la antítesis de la noticia, presentada con una sonrisa, nieve en el norte, las imágenes de los niños con sus chaquetas de invierno, como si fuera Boston, haciendo muñecos de granizo en el antejardín de sus casas con sus padres, que dicen al periodista con su tono neocachaco que se les adelantaron las vacaciones de final de año a New York.
Esa es mi ciudad.
Es difícil vivir bien aquí, es difícil hasta morir bien aquí, en Europa uno muere naturalmente, aquí lo matan, tengo mucho frío, la espalda me duele cada ves que doy un paso. Llego a una esquina, desde allí se veía un gran arco iris que atravesaba el oriente montañoso, desde los cambuches hasta los hermosos edificios rodeados de bosque, encriptados en los cerros. Se desvanecían los últimos rayos de sol rojo junto con el arco iris.
La calle empezó a oler; ese olor particular de esta ciudad, ese olor a polvo, a piel, a carne, a humo, a gente, a perro.
Callo la primera gota en mi rostro, no me pareció malo y seguí caminando por el borde del andén, me gusta pensar que voy por una cuerda floja a miles de metro de altura… luego de unos minutos mis ojos empezaron a arder y mi cara ha picar. Eso de cantar bajo la lluvia era mentira, comprendí además por que la gente corría despavorida a refugiarse.
Empezaba a desesperarme, la respiración se hacia rápida y mis músculos se fruncían, seguía caminando sin rumbo, tenia miedo de quedarme quieto, no me gusta quedarme quieto.
Las calles se llenaban de autos enfurecidos que botaban humo por sus chimeneas, los pitos al unísono, como un grito de ayuda que nadie oía, se confundían con el ruido penetrante de las gotas contra los parabrisas empañados de vida, caía la noche, el cielo estaba gris pero los rayos se reflejaban de ves en ves en los ventanales de los grandes edificios, los faros de las calles se encendían uno tras otro, avisando a las putas que su turno comenzaba.
De cada esquina, despacio y entre las sombras gran variedad de culos y tetas, reales o imitaciones emergían.
Yo caminaba aun, totalmente empapado, cansado y sin tener a donde ir. Mis viejos zapatos no dieron mas, se habían roto unas cuadras antes, la tarde era azul casi morada, el frío calaba hasta los huesos, mis pies emparamados ya no querían seguir.
Ese día me habían despedido. Mi trabajo desde hace quince años fue ser mensajero, caminar todos los días todo el día, debería estar acostumbrado ya, pero no era así, había visto a la ciudad desnuda, había recorrido pedazo por pedazo su cuerpo, le hacia el amor con cada paso.
Sandeces, pura mierda aquí los únicos románticos son los políticos, que le hablan a todos con sus lindas frases de campaña, el discurso moralista, pura mierda, la verdad es que aquí cada quien le cree a quien quiere creerle, uno puede ser güevon y seguir caminando por la calle a las seis de la tarde sin tener a donde ir ni que comer y pensar que puede opinar.
Camino despacio y trato de ver al suelo, se refleja la luz anémica de los faros, una tras otra también cansadas pero sin mas remedio.
¡Puta madre! Por andar mirando las luces pise mierda, aquí lo hijueputa es que fue con el zapato que esta roto y es mierda de humano.
Yo si estoy de acuerdo que maten a todos esos indigentes, para que sirven, ¿qué hacen? No trabajan, se la pasan caminando sucios y malolientes por todas las calles, se cagan en las aceras... tienen los zapatos rotos y piensan en cosas de la vida, vida que no les pertenece.
Quince años trabajando, caminando y caminando, aguantando hambre, durmiendo en la estera y tomando aguadepanela con calao, para que, para darme cuenta que mi vida la deje como la suela de mis zapatos, en la calle. Me acerco con el poco de dignidad que me queda donde la señora de la esquina, que carga amarrado al cuello una caja de madera llena de cigarrillos y dulces, le pido un cigarro con los últimos cien pesos que me quedan de la quincena pasada
Si hay algo que me gusta es fumar cuando hace frío, se siente bien ver salir el humo, ver como juguetea con el aire y toma formas caprichosas mientras desaparece y se eleva, así debe ser el alma.
Aunque el cigarrillo me trasmite tranquilidad, mi cuerpo no quiere tomarla, esta totalmente rígido y lo único que logra el cigarrillo es traerme un dolor de cabeza muy fuerte, sin embargo no lo dejo, doy plones cortos para que al contrario dure mas; esta puede ser mi comida así que lucho contra la lluvia y la brisa que me lo quieren arrebatar.
Mis hombros tan rígidos como una tabla, se quejan con picadas desesperantes, mi quijada se mueve sola de arriba abajo, es el ultimo soplo de cigarrillo, inhalo con fuerza para que el humo penetre hasta los pulmones, lo retengo un poco luego lo suelto despacio, la colilla la tomo entre mis dedos y la azoto contra la pared, cientos de chispas rojas arden por ultima ves en el aire que las consume rápido mientras caen al suelo.
Así debe caer el cuerpo luego de que el alma se va.
Tome la decisión mas sabia para ese momento, me suicidare, estoy cerca de la caracas caminare hasta allí y me arrojare a uno de los transmilenios.
No pense que mi vida fuera a terminar así, cuando era joven me imaginaba que iba a finalizar mis días de muerte natural, de viejo, por alguna enfermedad. Morir naturalmente, que cosa tan difícil de lograr aquí, si no soy yo ahora el que lo haga, no van a pasar muchas horas antes de que otro desgraciado igual a mi me arrebate lo único que siempre fue mío.
La respiración se acelera, cada palpito del corazón sucede mas rápido, no tengo miedo, estoy congelado, mis piernas ya no quieren responder, el frío no supera los cero grados, hay angustia y ansiedad en mi estomago que se retuerce de dolor.
La gente me mira, la lluvia empieza a pasar lentamente, mis manos sudan frío junto con mi rostro, veo borroso, me limpio la cara con la chaqueta, me falta el aire, un ñero me sigue y lleva en su mano una lata puntiaguda que resplandece en la oscuridad, me alcanza y me pide una gamba, yo camino mas rápido, sin querer lo empujo, ya voy a llegar.
La boca me sabe a sangre, en mi cabeza solo oigo un silbido, miro hacia atrás el ñerito se había caído, se levanta con rencor en los ojos, de nuevo me sigue, estoy en el separador, a menos de doscientos metros se ve la maquina roja, doy mi ultimo paso...
Suspendido en el aire veo mi cuerpo tirado en la mitad de la caracas, rodeado de gente que susurra, una ambulancia y una patrulla estacionadas en el siguiente carril, hay un paramédico junto a mi.
El autobús no me atropello, pero se que estoy muerto, hay sangre saliendo de mi boca, maldita sea, fue el maldito indigente que me apuñalo, ya lo sabia yo, es que ni me dejo suicidar.
Empiezo alejarme lentamente hacia la nada. Detrás del paramédico hay un policía con una maquina de escribir llenando un acta, le pregunta al paramédico la causa de la muerte, --Muerte natural por paro cardiaco, a este man se le estallo el corazón.
Mientras me voy, pienso que si, después de todo era lo mas natural.
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