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El invernadero de orquídeas de mi tío Donato


Mi tío Donato tenía un libro que se llamaba, El cultivo intensivo de orquídeas en ambientes turbulentos, y daba clases particulares de botánica a varias vecinas de la vecindad, a pesar de que en mi casa había un bajísimo nivel cultural, según decía mi madre, que se salvaba gracias a esa exótica afición del tío por el cultivo doméstico de orquídeas y por la docencia.

Mi tío Donato había construido un invernadero de madera en la azotea, con techo y grandes ventanales de cristal, cuya apertura se podía regular y con un sistema de cortinillas que tamizaba la luz. Había que jugar siempre con las dos variables independientes, repetía con bastante prosopopeya, la temperatura y la humedad. Manteniéndolas en valores constantes estaba asegurado el crecimiento de las plantas, que era en términos de estadística descriptiva, la variable dependiente. En un rincón del invernadero había colocado una especie de sofá enorme de cretona estampada, lleno de cojines de las más variadas telas colores y formas. Yo le preguntaba para qué quería un sillón tan grande y él me contestaba que para recostarse a pensar y a leer y para las clases de botánica. Mi tío Donato también me daba a mí clases prácticas de botánica casi constantemente.

—Lo más importante en botánica —me decía gesticulando ampulosamente no se sabe muy bien hacia dónde, sabiendo que yo era todo oídos— es conocer el nombre científico de las plantas, la familia, el orden y la especie. Todo lo demás son tonterías. Por ejemplo ¿Ves aquella Spathodea que está, milagrosamente, en medio de la calle con las flores abiertas y rojas como sexos? —yo asentía y me ponía también rojo como un tomate, prefiriendo en ese instante desaparecer bajo la tierra—, pues nunca la llames Tulipero y menos aún, Tulipero del Gabón, tienes que llamarla por su nombre científico, Spathodea Campanulata, porque tú el día de mañana serás un botánico de fuste, como yo, y no un chisgarabís, como todos esos que andan por ahí, ¿comprendido?

Entonces me mandaba abajo, a dormir la siesta, y él se quedaba en el invernadero para empezar las clases particulares de botánica.


Juan Yanes

Texto agregado el 07-01-2013, y leído por 191 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-01-2013 Lo más importante en esta página — le digo sin pestañear — es reconocer el talento de las personas, (el suyo) la acendrada dosis de humanismo que suda, el orden en que jerarquiza los valores y la fórmula especial de su tinta que logra renglones tan perfectos. Todo lo demás son tonterías. Hay que llamar a las cosas como son, porque el día de mañana usted brillará aún con más fuerza y no será un chisgarabís, como alguno de esos que andan por ahí, ¿comprendido? ZEPOL
07-01-2013 Imagino que el tío tenía solo alumnas que desfloraba en su sofá. Newen
 
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