CONSIDERACIONES.
Pero en lo absurdo no todo es posible, porque el caracolito lentamente va caminando, dejando a su paso un camino lleno de baba, reluciente baba que se seca y brilla por la mañana, cuando nos lavamos la cara con la otra baba que sale por la cañería. Inocente suplemento de grandes caracoles que no poseen baba propia, que se contentan con dejar un caminito de esencia, de estúpida aura volátil que nadie aprecia, a no ser por uno que otro comentario de las vecinas cuando cortamos el pasto o cuando con gozo salimos a comprar el diario bien temprano. Y en domingo, las empanadas.
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Y volver a sentirse inútil, con la boca abierta y en medio de la calle. Esquivando los insultos que se nos vienen de tan lejos, pero que se nos pegan como el último chiste; y no hay otra cosa que darlo a conocer, que otros se rían. Que otros también se sientan inútiles con las manos a los costados y una infantil, cansada risa en la cara.
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Es cierto que nos miran, que todo es un contraste de miradas y guiños, que las voluntades se expresan con los ojos. El pescado fue presentado a la boca por los ojos y no lo comimos. La repulsión al gordo de la mesa vecina que come con deleite el plato que rechazamos. Lo miramos en su escape: el cuchillo profesional inserta, el tenedor un remolino que abre y se acomoda al bocado. La boca abierta, el pan, los últimos restos de su lejanía, a veces el vino. No lo miramos, otra distancia entre él y nosotros. Quizá un pequeño remordimiento de no haber probado ese cambio, esa otra simetría neurálgica de nosotros mismos. Entonces, ya es tarde.
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Tal vez no todo sea cadavérico ni concluyente, que una simple ambivalencia nos muestre el reencuentro a nuestro propio estado de ensoñación. Así tener la capacidad, el apartheid de ver nuestros actos a la defensiva. Extrañamente manifestarse ante la necesidad (o necedad) de no ser nosotros, extrapolarse mas allá del punto límite. No subir al escenario, pero ver nuestro teatro diario. Aplaudir o abuchear, reírse o llorar en el acto. Ver por fin, y fugazmente, la escena caótica y maldita de nosotros mismos.
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