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Ve cosas que pasan rápidamente. Ve a unos niños descalzos salir de entre la niebla cerca de Pancorbo. Recuerda el sabor a tierra amasada con los dedos. Es un niño y de fondo se escucha el sonido de una ocarina. Ve gitanas corriendo por el Sacromonte y la Cuesta del Chapí. Ve al abuelo enloquecido persiguiéndolo por la casa para matarlo. Los pantalones cortos con tirantes. Las portentosas figuras de hierro de Chillida. Los dedos buscando el bulbo de las papas en la tierra. El golpe certero en la nuca de los conejos y el hilillo de sangre que baja por la nariz. Olor a pan recién horneado de la panadería de Pedro Patita. El sonido del mazo contra las cuñas que parten la madera de olivo en el Mirador de Rolando. El llanto de su hija, la belleza de sus ojos. Los majestuosos robles del Paular en el Valle del Lozoya por donde paseaba Antonio Machado. La imagen del tío Guarapo vendiendo dátiles en una lata por la ciudad. El mar de nata, las olas gigantescas y él, tiritando envuelto en una toalla blanca. Los campos de girasoles de la campiña andaluza. Toda la noche en una mano bailando apretado en el teatrillo de la mina de la Camocha. El silbido penetrante del padre de los Rubenes, que los llamaba como si fueran perros. Las manos artríticas de Ingemar pintando al óleo y su barba roja como Barba Roja. La areola negra de los pechos de su madre cuando daba de mamar a sus hermanos. El Confiteor Deo omnipotenti de cuando monaguillo. El olor a tierra caliente, recién abierta, atravesada de infinitas galerías de lombrices. La mirada hosca del hombre del carro de la basura, pegándole sin piedad a la mula. El abrazo con Manuel, después de 30 años. Los monos enjaulados del parque García Sanabria, mostrando sin pudor los genitales. El gofio con leche caliente que su madre le servía en una taza por las mañanas. Julito desmayándose 17 veces en comisaría, con el riñón partido por los golpes de la social. El primer beso que le dio a La Kollontay, que parecía que no iba terminar nunca. La sensación del limo entre los dedos de los pies en los remansos del Guadarrama. La bisabuela con su hatillo de ropa y su escupidera de peltre andando por la calle. El Valle del Jerte cubierto de cerezos en flor. El corazón dislocado de una liebre cazada a manos en el monte de Batres. El estiércol esparcido con el bieldo de dientes de hierro, como un tridente infernal. Los homúnculos de Manolo Millares estampados contra las telas. La gente con maletas de madera atadas con una liña. La montaña donde subían él y Fernando a tirar la cometa, horas y horas y no se cansaban de verla volar. Los tentáculos de la noche moviendo las cortinas en el dormitorio de la infancia. Cientos de gaviotas chillando enloquecidas en el muelle de Malpica. La mujer que ama, sus ojos verdeazulados, su jadeo, su cintura. Eso es lo que recuerda. Imágenes que se desvanecen en un instante, inconstantes rostros de la memoria. |
Texto agregado el 06-01-2013, y leído por 96 visitantes. (0 votos)
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