La primera vez que recibí en mis manos la muñeca, sentí la emoción de recibir más una hija que un juguete.
Si mal no recuerdo fue un regalo de esos triples: día del niño, cumpleaños y reyes magos. Tal el estado de las cosas. En esos tiempos, los hijos, por suerte no éramos tan afortunados, y los regalos simplemente eran regalos. La gente no sacaba ni en cuotas, ni gastaba su sueldo en unos cuantos pares de zapatos.
Era la primera vez en mi vida que tenía un juguete tan costoso. Cuando llegó Carolina, de Rayito de sol en su caja, por momentos, me sentí cercana a Dios; un dios que hacía sentirme más importante de lo que era y mi corazón dando un vuelco de tanta alegría.
Jamás antes había considerado que una muñeca con la cual charlar me haría tan feliz. Caro tenía rulos y unos disquitos que se introducían en el pecho y ella hablaba, sus frases no eran poéticas, ni siquiera fuera de lo común, pero ese juguete parlanchín fue vanagloriado y todas las tonterías que decía me hacían sonreír.
Tenía un hermoso ajuar, consistente en unos zapatitos acharolados, una remera de marinerita y una pollera azul de raso. Y lo mejor es que no tenía que compartirla, simplemente era mía, sólo para mí.
Durante muchos meses la adorable muñeca era alumna, hija, hermana, y simplemente amiga. Concurría a la escuela, se adormecía en un camastro, paseaba por zoológicos y parques. Mi compañera de juego dormía a la par, durante las noches de frío frotaba sus rodillas heladas, quien sabe, tal vez consideraba que ella era capaz de sentir y percibir aún más mi cariño.
Hasta que un día no fue suficiente. Pensé que un hermoso corte de pelo le quedaría bien, y además consideré la posibilidad de darle un baño. (qué pena que la muñeca no era a prueba de estilistas infantiles, ni siquiera a prueba de agua)
Fue terrible.
El disco del habla no funcionaba, su sistema parlante comenzó a fallar, hasta arruinarse y para colmo de males, mi madre lo había descubierto. Su voz fue como una usina de dolor, al recordarme: -Arruinaste la muñeca!
Su pelo fue decolorado, salvajamente recortado, de modo que su calva se acentuó con el correr de los días.
Pronto, de algún modo, y sin recordar cómo el objeto tan preciado fue abandonado en el galpón del fondo…de hecho aún no recuerdo como su sistema parlante fue vaciado, con un gran hueco en su corazón y su cuerpo quedó desnudo y olvidado entre otros objetos rotos y obsoletos.
No quise saber nada de ella, para mí era historia vieja. Tal vez al verla me recordaba lo frágil que somos.
Será por eso, que muchos años después, tuve especial cuidado cuando le regalé el bebote de juguete a mi hija, quizás para que no fuera tan inalcanzable, y para que descubriera el valor de cuidar su muñeca preferida, poco a poco.
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