En el capítulo anterior, Chabela, la gata, narraba a sus amistades el romance que había sostenido con Domingo, un policía encubierto que trabajaba para la Brigada de Homicidio y Asuntos archiespeciales...
“¿Qué pasó ese día?” –preguntaron entusiasmadas las gatas.
-Era un caluroso día de Enero. Yo estaba en el tejado de la señora Chinda, una solterona maniática que siempre había querido adoptarme pero nunca di mi pata a torcer porque esta extraña mujer vivía con tres perros de diferentes razas, un par de cacatúas que se pasaban todo el santo día parloteando, una iguana, figúrense ustedes, dos canarios, una paloma mensajera que ahora no ejercía por culpa de los mails y dos arañas peludas que se paseaban como pedro por su casa. Una situación intolerable, como ustedes comprenderán. Pero volvamos a mi relato. Repito que estaba dormitando bajo un tejadizo, cuando de pronto escucho un grito. Copuchenta como soy, asomé mi cabeza por la ventana del señor Motta, un italiano gordinflón que lo único que sabía hacer era cantar esas espantosas y archirepetidas canzonettas con su voz de barítono trasnochado que a mi personalmente me provocan una urticaria de padre y señor mío. El asunto es que el tal señor Motta no se encontraba allí, es decir, si se encontraba, pero tendido de espaldas sobre una alfombra roja que ahora era el doble de roja por la sangre que se escurría como río por la testa del italiano.
“Guau” dijo Carlota, una de las gatas, de ojos tan increíblemente azules que parecía que el firmamento había encontrado una nueva residencia donde vivir. “Tu historia se pone realmente interesante.
“Ni que lo digas” afirmó la gata angora, toda una diva con su collar dorado y una hermosa pulsera de plata en la pata delantera derecha.
“¿Estaba muerto el italiano” preguntó una gatita negra y enjuta y por lo mismo de bastante poco perfil.
“Piano, piano” dijo con picardía la gata relatora y procedió a rascarse el lomo con su pata adiestrada para ello.
“Ya pues, cuéntanos que nos estamos muriendo de curiosidad.” dijo la Carlota, que era muy
impaciente.
“¿Qué les parece que les siga hablando de mis romances?” preguntó graciosa la coqueta gata.
“Noooooooo” repitieron a coro las gatas auditoras y una señora que estaba cerca de allí gritó: ¡Incendiooooooo! pensando que el coro aquel correspondía a la alarma de los bomberos. El desbarajuste fue total, la gente salió a la calle mirando para todos lados y tratando de ubicar el foco del presunto siniestro. Indiferente a todo, la gata Chabela –que así se llamaba- sonrió complacida por tener un auditorio tan cautivo que ya se lo desearían los principales canales de televisión.
“Bueno, les cuento” repuso la doña. “El italiano estaba RIP, es decir, sumamente tieso y eso lo supe cuando llegaron los detectives con toda su parafernalia a cuestas. Revisaron todo, tomaron fotografías, uno de ellos dibujó con tiza el contorno del cadáver y el más viejo, el que parecía el mandamás, se dedicó, libreta en mano a interrogar a los vecinos. Yo, como ustedes comprenderán, corría de aquí para allá y de allá para acá, siguiendo los acontecimientos y en una de esas, estuve a punto de caerme del tejado. De este modo, me enteré que el bachicha era un antiguo jefe de la mafia siciliana que se había retirado hacía ya varios años y que ahora atendía una carnicería. Yo acudí varias veces a su negocio pero el me echaba de allí a lo que es escobazo, puesto que era un tipo muy desagradable y tacaño hasta decir basta. Se decía que estaba vinculado con el tráfico de drogas pero nunca pudo probársele nada. El departamento del difunto estaba limpio y los detectives no encontraron ninguna pista. Yo con así unos ojos mirándolo todo cuando de pronto mi corazón dio un salto. ¿Adivinen gatúbelas copuchentas a quien veo?”
“¡A tu amante perruno!” dijeron a coro las mininas.
“Exacto” Era él en persona, insoportablemente buenmozo con una capa azul sobre su lomo tan sensual. Agudo como es, se percató de inmediato de mi presencia y al mejor estilo de un galán, me lanzó un beso con esas patas grandes y gordas que tiene”
“¡Guaaauuuu!” dijeron las gatas, interesadísimas en el relato. La Chabela sólo sonreía maliciosamente mientras se desperezaba alargando al máximo su esbelto cuerpo.
“Ya tienen claro, por supuesto que el perro no es perro sino un gato montés camuflado.
“Si, si, pero sigue que esto está super interesante”.
“Domingo comenzó a olfatear por todos los rincones de la casa y pasó varios minutos en ese afán hasta que de pronto…”
“¿De pronto queee?”
“De pronto –digo- se quedó con su nariz pegada al piso y de allí nadie lo movía”
“Ohhhh”-dijeron las gatas.
“Los policías comenzaron a sacar las tablas de ese lugar y apuesto que no saben lo que encontraron”
“Noooo, dilo pues, dilo pues”
“Coca”
“¿Coca Cola?” –preguntaron las tres al unísono.
La Chabela comenzó a reírse que era un gusto de esas gatas simplonas que no entendían nada de nada.
“Coca, pichicata, droga. ¿Entienden ahora, cuchas lesas?
“Ohhhhhh”
“O sea que el señor Motta continuaba en sus malos pasos”-afirmó la Carlota que abrió tamaño hocico”
“Eso no es nada. Ahora viene lo peor”
“¿Todavía más? ¡Esto no lo aguanto!”
“¡Cuenta, cuenta! ¿Qué más pasó?
“Ni se lo imaginan”
“No seas cruel! ¡No juegues con nosotras!”
“Bueno, bueno. Pero esta información que les voy a dar es absolutamente confidencial y eso cuesta plata”
“No tenemos dinero, no seas lesa”
“Algo tendrán para regalarme entonces”-dijo la Chabela, entrecerrando uno de sus ojos”
“¿Te sirve este lápiz labial?”
“¿Y este frasco de Channel 5?”
“Yo te puedo pasar este tarro de sardinas y la dirección de unos cuantos ratoncillos gordos”
“Bueno, sea. Algo haré con todas estas bagatelas. Lo que les voy a decir ahora si que las va a dejar pasmadas.”
“Ay”–gimieron las tres gatas a coro.
“Bueno. Decía que los detectives encontraron cocaína para abastecer durante tres años a todos los adictos de la ciudad de Nueva York. Tal era la cantidad que estaba oculta que sacando bolsas y más bolsas, se encontraron que bajo el departamento del italiano había un largo túnel que colindaba ¿adivinen con que?”
“Con quéeeeeeee”
“Con el departamento de la señora Chinda”
“¡Nooooooo!”
“Eso es. La mujer estaba coludida con el señor Motta para efectuar las entregas y ¿saben como?
“Ni me lo imagino”
Utilizando a Pita, la paloma mensajera, que indudablemente no era una blanca paloma ya que viajaba por las noches llevando las bolsas atadas a sus patas a los lugares solicitados.
Aquí viene lo mejor ¿Alguien tiene un chocolate que me regale?
“¡Toma, toma! Pero continúa contándonos que pasó.”
“Que la vieja discutió con el italiano porque se dio cuenta que este la estaba engañando con las cuentas. Entonces –y eso lo descubrió mi Domingo, que tampoco era un gato montés sino un lobo blanco que había sido enviado de las estepas rusas, pero esa es otra historia- ella entró subrepticiamente al departamento de Motta y le destrozó la nuca de un santo martillazo.”
“¡Que horror!”
“¡Y que pasó después!
La Chabela pegó un tremendo salto y se encaramó en el tejado.
“Cuéntanos que pasó después, tenemos derecho a saberlo” –reclamó la Carlota frunciendo sus lindos ojos azules.
“Mañana podría ser. Esta historia policial me ha demandado mucho trabajo”
“¿Qué estás diciendo, gata tramposa?”
“¿Has inventado todo esto?”
“Ni más ni menos”
“¡Eres una…..”
“¿Es decir que el perro que no era perro sino gato montés y que no era gato montés sino un lobo blanco, nunca pero nunca existió?
“Te mereces una paliza por embustera” dijo la gatita negra que estaba fuera de si y que quiso alcanzar a la Chabela pero con tanta mala suerte que arañó el aire y fue a dar de bruces en el tejado. Las otras gatas refunfuñaban entre ellas indignadas por no saber el final de la historia.
“Mañana les cuento como acabó todo esto” –dijo suavemente la Chabela que no se llamaba así porque ese era sólo su sobrenombre.
Las gatas se quedaron mirando a esa gata traviesa que casi siempre les hacía lo mismo pero ellas, cándidas, siempre se prestaban para el juego.
Mientras la gata fantasiosa se alejaba alegremente, pensando para si, si acaso sería muy redundante cambiar una vez más la identidad de Domingo por la de un cocodrilo que tampoco sería cocodrilo sino una mofeta que al final de la historia captura a la señora Chinda lanzándole una ráfaga maloliente, Carlota se quejaba amargamente: “Esto nos sucede por ser vecinas de la gata Christie, la más célebre de las escritoras de hechos policiales”
“Muy célebre será –dijo la gata angora- pero para nosotros es la más grande de las mentirosas.”
“Así no más es”-reafirmó la Carlota, mientras se pasaba coquetamente su pata por esa cara divina que tenía”.
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