¿Pero entonces, te gustó o no te gustó el cuento? La adolescente allí sentada, en ese auto con olor a nuevo, insistía a su abuelo para que le diera una respuesta concreta. Su opinión le importaba mucho, considerando que su abuelo no sólo era un escritor, muy bueno cabe decir, de poesía; sino que a la vez era su abuelo. No ese abuelo que mima sin parar al nieto, que lo abraza y besa el suelo que su nieto pisa; no, ese abuelo que, si bien elogia los logros de uno, sabe hacer notar los errores, y ayudar a corregirlos. Por eso a ella le importaba tanto su opinión sobre su cuento; ni el primer premio de un concurso de colegio, ni una madre profesora en literatura y letras, ni sus amigas y familiares diciéndole que era un buen cuento la hacían sentir del todo segura. No porque fuese un mal cuento, para nada, era un cuento digno de menciones; más aun considerando que la chica tenía apenas 15 años. Pero estaba ese algo; ese no-se-qué que se le instaló en la cabeza desde aquel escueto “sin comentarios” que le había dado su abuelo luego de leer el tan mencionado escrito. Todo esto, por supuesto, no quiere decir que si la opinión fuese mala el cuento fuese a ser denigrado para la escritora; pero realmente quería saber, si le gustaba o no el cuento.
- no es malo, para nada malo, pero es demasiado gris, demasiado triste, demasiado deprimente. Mira, es simple, cuál es tu color preferido? - preguntó el querido mayor girando el rostro para mirar a la chica.
- bueno, depende; mi color preferido para qué? Para vestirme, para pintar, para mi cuarto…? –
- para cualquier cosa, cuál? –
- el verde – respondió entonces la muchacha
-entonces, tenés que empezar a escribir verde, verde de esperanza, de felicidad, verde, pensá en verde, escribí en verde, escribí algo que termine bien, algo feliz; no mates a todos tus protagonistas, no los dejes en coma, no mates a sus familias. Escribí verde. –
Desde esa conversación que la frase le anda dando vueltas en la cabeza, escribí verde, no era algo que acostumbrase hacer, sus finales felices le parecían insulsos, vacíos, como si les faltara algo. En cambio, matar gente en todas las diversas maneras del suicidio le resultaba más fácil, las cosas malas en la vida solían ser más que las buenas, las enfermedades, la soledad, las pastillas, los cuchillos, las pistolas; todas soluciones fáciles que la gente toma a diario. ¿Cuántos por día ven más fácil apretar el gatillo, tomar una pastilla de más, saltar de una ventana, sentarse a esperar algún tren en una vía alejada de la gente? Pero hoy, esta tarde que se me convierte en noche, esta noche que se me pasa a madrugada, este ruido de tecleo en el medio de un silencio de una casa dormida; esta luz de pantalla que me ilumina en un cuarto oscuro, esto me hace plantearme, ¿tan difícil es escribir verde? No, definitivamente, la vida, como cualquier moneda, tiene dos caras, y plantea la fabulosa posibilidad, de que nosotros decidamos de qué lado cae. Y hoy, en esta reflexión que comenzó en una noche de fin de año, yo plasmo mi propósito, de empezar a escribir verde; porque tengo la fortuna, de que mi moneda en la vida, cayó en el lado que corresponde a ese color.