FAustino siempre había querido tener un cochazo, el seiscientos "BRUTO" como ponía en su pegatina era lo mejor que había podido conseguir, hasta hora por lo menos, y siempre le quedaba un rictus de angustia en la cara, como un indiano que regresa de América con una mano atrás y otra delante, cuando ve el carrón de su amigo Arsenio.
Un domingo cualquiera, llevó a Mari Puri a merendar al campo, prepararon las fiambreras con tortilla de patata con y sin cebolla, la carne empanada y La Casera con vino peleón.
Mari Puri había sido una mujer muy guapa, pero ahora, con sus cincuenta y un años, quedaba poco de aquel cuerpo otrora gentil y delgado; ella y él dormían con sus calcetines gruesos, tapados hasta el cuello y no dormian con las zapatillas de felpa porque habría que lavarlas y secarlas cada día, y por ese entonces, ninguno delos dos estaba por la labor de mover un dedo, y menos el uno por el otro; se acostaban con un beso en la boca y a dormir espalda con espalda, soñando que volvieran aquellos alegres tiempos, cuando aún se querían.
Volvieron a casa al caer de la tarde, casi empujando al achacoso Pancracio que estaba en la reserva, y ese día ni siquiera vieron Los Vengadores", se había hecho tarde y el lunes había que ir al ayuntamiento y la biblioteca a trabajar.
El cabrón de Arsenio, en cambio, se casó con Miss Guadalajara, y siempre estaba pasándole por las narices a aquella beldad tropical, a la que doblaba la edad, para mayor desgracia de nuestro amigo.
Arsenio había aprovechado bien sus vacaciones en Santo Domingo, NADANDO CON LOS DELFINES Y CON LAS "SIRENAS DE PIEL TOSTADA", LAS MUJERES MÁS BONITAS SOBRE LA CAPA DE LA TIERRA, PENSABA Faustino.
Un lunes frío de febrero, Faustino y Arsenio se encontraron en la plaza mayor, y como era habitual en esos años, fueron a tomar el café a la Botica Indiana, a platicar de sus cosas; indefectiblemente el tema de conversación siempre lo derivaba Arsenio hacia su "bendicíon", su Aurora, Aurora por aquí, Aurora por hallá...
Faustino no aguantaba más, sobre todo cuando venía a su cabeza la imagen de su mujer con la crema de pepinos en la cara y la suya propia curtida de miles de soles al campo de Jaén y a la aceituna; pero el no era altivo, ni esbelto siquiera, su barrigón kilométrico...
Continuará...
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