Son las tres de la mañana y a las ocho tengo que presentar un examen. Después de haberme tomado 6 coca colas y 5 cafés bien cargados, empecé a sentir mucho sueño. "Pero yo no puedo quedarme dormido, todavía me hace falta mucho por estudiar", me dije a mí mismo, como para darme animo. De todas maneras me dormí.
Soñé cosas extrañísimas y sin sentido; por ejemplo, que los libros me perseguían para matarme y cosas así. Me desperté a las siete de la mañana, y eso porque mi mama me levantó. Me fui entonces para la universidad, y mientras iba de camino, me alcancé a rezar tres rosarios enteros y empecé a invocar a Buda, Alá y Jehová, prometiéndoles fidelidad eterna si me sacaban de este momento de angustia y sufrimiento.
Llegué tarde, pero con tiempo suficiente para encomendarme nuevamente a los dioses. Cuando entré al salón, allí estaba Suárez, aquel enano y rechoncho profesor, quien iba a ejecutar la sentencia firmada por el destino en contra mía.
Me preparé, como, me imagino, se prepara el condenado a muerte y esperé el disparo final que pondría fin a mi vida académica.
"Les había prometido un examen"- Dijo Suárez, como percibiendo nuestro miedo interno.
"Pues no lo voy a poder realizar. Tengo una cita médica".
No sé cuál de los tres me hizo el milagrito, lo único cierto es que si yo hubiera conocido esto de antemano, no me habría tenido que soñar con libros que matan gente, ni me mataría estudiando hasta las tres de la mañana.
|