La Salida
“Quizás suene un poco obvio, pero para mí el tiempo siempre ha sido una invención del hombre para darle un orden a las cosas. Ese orden se convierte en sentido si se mantiene prolongadamente, en común acuerdo. Pero, ¿es acaso posible? Nos hacemos por costumbre, nos transformamos en un ejercicio de constancia para entender que si envejecemos, debe ser por algo, algo que nosotros mismos determinamos. ¿Y ese algo qué es? Porque para mí dejó de tener sentido, hace casi 8 años atrás. Fue una noche en invierno. La más oscura de todas.”
Escribía sin prisa Ansel en su habitación. Su nombre no era común, tampoco el lugar que habitaba. Es difícil pensar que cuatro paredes correspondían a su propiedad. Ansel vivía en un recinto de menores de una congregación religiosa. Estaba allí desde los 9 años, antes había estado en otro recinto desde los 3 años, cuando su madre lo abandonó y su abuela ya no podía hacerse cargo de él. No supo sino hasta la última visita de ella que su madre había muerto a causa de una sobredosis. Ansel no quiso hacerse cargo de ese pasado, y al poco tiempo su abuela también falleció. No parecía perturbarle, la muerte era algo que no le incomodaba en absoluto.
“(…) Su nombre era Mauro. Sabía poco de sí mismo, siempre inventaba historias sobre su origen, sobre sus hermanos, su familia, y en general acerca de todo. Creo que era su forma de resguardar el dolor, como si supiera que su vida duraría muy poco como para pasarla llorando.
Era rebelde, siempre lograba la forma de arrancar de las cuidadoras y burlar el peligro. Recuerdo que siempre discutíamos por cualquier cosa. Y a pesar de su fuerte carácter y liderazgo, era muy alegre… incluso cuando nadie iba a verlo en días de visita.
Esa noche, no sé exactamente por qué, pero Mauro permanecía pegado mirando por la ventana. Probablemente la lluvia llamaba su atención, pero esa noche, era como si por primera vez hubiese visto el invierno y su oscuridad.
- ¡Shhh!- eso fue lo único que dijo. Ni tiempo para ponerme una chaqueta, con suerte tuve para calzar las zapatillas y salir en silencio. Caminamos al baño, con el ruido de la lluvia las cuidadoras no notaron nuestras pisadas ni menos la puerta del baño cerrándose.
Mauro entró a la última cabina y trepó al estanque y luego a la puerta. Yo le seguí. Abrió la ventana y sacó sus brazos por los barrotes, como buscando algo. No sé cómo él lo sabía, pero uno de los barrotes con el óxido se había soltado y logró sacarlo. Me miró de reojo y sonrió, para luego saltar. Entusiasmado lo seguí y desaparecí también."
Se detuvo un momento mientras escuchaba a sus compañeros de cuarto peleando con las almohadas. Se rascó la cabeza molesto y resopló. Estaba incómodo. No había ventanas en ese recinto, su vista reposaba en la pared blanca pegada a la vieja mesa de madera donde escribía.
“Caminamos por el barro, trataba de guardar silencio para no delatarnos, aunque era absurdo, la lluvia era suficiente como para cubrir cualquier ruido. Tenía entonces 9 años.
Llegamos al cerco que dividía la Casa de las hermanas con el hogar. Sabíamos cómo pasar al otro lado, no había niño en ese hogar que no supiera. Tuvimos que hacerlo entre los dos, sabíamos que estaba prohibido y la lluvia no nos ayudaba para nada. Pero lo logramos y corrimos más rápido. Llegamos hasta un viejo jardín abandonado por las ancianas monjas, donde había una pileta que en sus mejores años tenía peces y ranas. Esa primera lluvia de invierno rebalsó la fuente y estaba poblada de hojas secas. Mauro me miró riendo y saltó en ella. Yo sonreí y le seguí. Nos tirábamos agua, sumergíamos nuestro rostro como si estuviésemos en el mar. No sentimos ni los perros ni los pasos, sólo una voz tronó en la oscuridad.
- Chiquillos de mierda- Mauro volteó y con su mano me advirtió que no me moviera - ¿Qué hacen aquí?-
Mauro permanecía en silencio, sólo se oía la lluvia y la respiración de los perros que llevaba atados en las correas el cuidador.
- ¿Y? ¡respondan! –
- Mauro vámonos-
- No tengo miedo. Sólo estamos jugando-
- ¿Jugando?- Los perros comenzaron a ladrar y yo no aguanté el miedo. Me puse a correr hacia el hogar, sin mirar atrás. Ni siquiera me preocupé de entrar por la ventana del baño, sino golpee con descaro la puerta que conectaba el patio con la casa. No recuerdo quién salió, ni por cuánto tiempo duró el castigo. Sólo sé que esa noche fue la última vez que vi a mi amigo.
Dos semanas encerrado sin recibir visitas ni nada, salí del cuarto oscuro pensando que Mauro estaría también castigado en alguna habitación del corredor. Pero no estaba. Busqué a una de las cuidadoras y pregunté por él. Vanessa, la más joven, me tomó de la mano y me llevó a la recepción. Allí había un panel con mensajes para Mauro, todos de los niños del hogar. Mauro estaba en el hospital agonizando. El escape lo enfermó, por culpa de la lluvia y el frío, dijo ella.
- Pero se va a mejorar. Nadie muere de gripe- Vanessa me miró con dulzura y me abrazó llorando.
Mauro murió dos días después. Nunca pude entender por qué. Los niños decían que el cuidador le habría golpeado. Yo pensaba que quizás era cierto, que alguno de sus perros le habría mordido o algo así. Pensé tantas cosas, incluso que se había escapado del hospital y andaba escondido por las calles. Entendí entonces con el tiempo, que Mauro sabía que moriría de todos modos y quiso que lo acompañara para ser feliz esa noche. ¿Por qué yo? Bueno, ¿y por qué no? Éramos amigos, incluso a veces enemigos. Lo abandoné ante el peligro, de eso me arrepiento y mucho. Pero qué iba a hacer, era un niño. Lo fuimos.”
Sonaba la puerta, los muchachos se tranquilizaron y se pusieron de pie. Ansel guardó rápidamente los papeles en sus bolsillos y volteó. Es un muchacho alto y delgado, de cabello oscuro y ojos castaños. Su rostro inexpresivo observaba al hombre bajito y robusto que permanecía en la puerta.
- Ansel y Javier ¿tienen las cosas listas?
- Sí Señor- contestaron.
- Vamos-
Ese día Ansel debía abandonar el hogar, a ojos del sistema, los 18 era una edad suficiente para auto-sustentarse. Había recibido una educación técnica que le permitía realizar algunos trabajos, pero ese no era su futuro. Quería ser escritor, quería dejar fluir esa imaginación que le acompañó en sus años de encierro. Quería revivir la adrenalina de soñar, de emocionarse, aquella alegría que se esfumó la noche que le arrebataron a su amigo. Tenía que escaparse de las disposiciones que un programa estatal le deparaba, odiaba la idea de integrar una sociedad que lo había abandonado.
Les habían arreglado una pensión y un trabajo a ambos para comenzar. Tenían que asistir dos veces por semana a la psicóloga del hogar y recibir una visita semanal de la asistente social para ver su progreso. Mientras los compañeros se despedían de Javier, Ansel permanecía en silencio, con la mano en el bolsillo. Levantó la vista lentamente como advirtiendo una presencia que se aproximaba. Una mujer entró por la puerta. De cabello rojo, tomada de sus manos apretando suavemente sus dedos, vestía un sweater azul de lana, unos viejos jeans y un bolso de tela blanco. Con la mirada buscaba algo o alguien y entonces cruzó su vista con Ansel.
Sorprendido se aproximó a la mujer embriagado por su perfume. Su corazón se agitó con tal violencia, que por primera vez sus compañeros presenciaron la sonrisa que el joven llevó por tanto tiempo oculta.
- Vanessa-
- Ansel- La mujer lo abrazó con fuerza. Ansel cerró los ojos y sostuvo con sus manos el cabello de ella. Tras unos segundos se separaron ansiosos.
- ¿Cómo supiste que salía hoy?
- No lo sabía con exactitud. ¿Cómo has estado?
- Bien, o sea… sí, bien-
- Me alegro-
Ansel abrió la puerta mirando reiteradamente a Vanessa, quien le siguió con calma.
___________________________________
La carta
Vanessa permanecía en silencio sentada mirando el mar. Ansel movía las rodillas nervioso, disfrutando el aire, observando la gente que paseaba por el muelle.
- Has crecido- Ansel asiente con la cabeza y la observa.
- Tú estás igual-
- Gracias. Eres muy amable, sé que estoy más vieja… -
- No, no, para nada- interrumpió el joven. Vanessa rió. Ansel la miró con insistencia, ella parecía evitarlo.
- Sé que tienes mucho que preguntar Ansel- sorprendido mantuvo la vista casi sin pestañear – Y vine por muchas razones a encontrarte. Sé que no podrás entender… y trataré de aclarar todo lo que pueda y lo que esté dentro de mis conocimientos. Pero-
- ¿Qué pasa?-
- Tengo que entregarte algo antes… - Vanessa busca rápidamente en su bolso de tela. Parece abultado y lleno de objetos, Ansel desvía la vista hacia el muelle. La mujer logra sacar una caja de madera oscura, amarrada con un cordel para evitar que se abriera. El joven recibe la caja y rápidamente desenrolla el cordel. Levanta la tapa y observa su contenido. Un papel amarillento doblado en seis partes junto a un pequeño saco de terciopelo azul permanecían allí. Ansel saca el papel y lo abre.
- Es de Mauro- se adelantó Vanessa. Ansel miró seriamente el papel – fui a verlo al hospital el día que levantaron tu castigo. No podía decirte nada. No era el momento-
- ¿El… te entregó esto ese día?-
- Debía guardarlo, era una promesa-
- Nunca me dijiste lo que pasó realmente…-
- ¿Realmente? Ansel, él murió. Tenía gripe-
- ¡No puede haber muerto por gripe!- exclamó molesto
- Él sí, tenía sida Ansel.-
- ¿Qué?- Vanessa puso su mano en el hombre del muchacho
- Lo lamento, no ibas a entenderlo-
- Entender qué. Por qué nadie lo dijo antes-
- No podíamos, ni él sabía exactamente lo que tenía. O al menos eso pensé-
- ¿Por qué?-
- Esa tarde me dijo que él lo sabía. El psicólogo y su médico tratante nos dijeron que él sabía que estaba enfermo, pero no le habían dicho que era sida. Tampoco hablaron acerca de las complicaciones ni menos de su posibilidad de muerte. Pero él lo sabía. Por eso salió esa noche contigo. Él quería jugar una vez más porque sus días estaban contados. Pero, es extraño. Él recibía sus medicamentos, él estaba bien. Podía vivir más tiempo. Pero…-
- ¿Pero?-
- Te conoció en el hogar. Y algo en él cambió. Era un bebé muy tranquilo, con suerte abría sus ojos. No comía, no se movía. Y desde que tú llegaste, tomó vida. Fue algo increíble. Pensé… pensé que eras algo así como su alma gemela. Pero eran tan distintos. Y crecieron, crecieron juntos y él tomaba cada vez más fuerza, la enfermedad estaba controlada… Ansel-
Ansel angustiado se puso de pie y caminó hacia el muelle, apoyándose en la baranda. Después de un rato, miró hacia la banca sin poder creer lo que veía. Vanessa no estaba allí, ni la caja de madera. Ansel miró en todas direcciones, volteó mirando hacia la orilla de la playa y allí la encontró caminando descalza. Ansel guardó la carta en el bolsillo y corrió hacia las escaleras.
Jadeando logra llegar hasta ella y coloca su mano sobre su hombro.
- ¿Cómo…?- ella volteó rápidamente.
- No importa. No estás listo-
- ¿Listo? Para… ¿par-a qué? –
- Necesito que leas eso con calma, podemos encontrarnos en otro momento-
- Para, ¿cómo llegaste acá abajo?-
- Insisto que no es lo importante-
- ¿Qué pasa?- una ola alcanza a ambos, Ansel salta para evitar mojar sus zapatillas y pantalones. Cuando logró equilibrarse, Vanessa había desaparecido. Ansel incrédulo miró la arena; las pisadas de la mujer se habían detenido unos pasos más allá. No había rastros de ella sobre la arena. Ni en el muelle. Ansel caminó por media hora entre la playa y el muelle, rindiéndose ante la llegada del atardecer. Esa noche logró dar con la pensión que le habían indicado y se registró.
Estaba demasiado agitado como para comer. Tampoco podía dormir. Estaba inmóvil mirando el techo. Recordó la carta y se levantó apresurado para registrar los bolsillos de sus jeans. Aseguró la puerta para que nadie lo interrumpiera y abrió la carta. Exhaló con fuerza y comenzó a leer.
“Digno de todo el misterio que puedo entregarte y el cliché para este tipo de cosas, debo decir que si estás leyendo esto es porque estoy muerto. No te aflijas, aunque quizás es un poco tarde para decirlo. Para cuando te enteres, sé que estarás irremediablemente solo y nebuloso. No te culpo, soy un tipo genial ¿no?”
Ansel sonrió con tristeza
“No tuve tiempo de decirte nada. La verdad es que tampoco yo entendía mucho. Y sé que al leer esto sonaré como alguien que no tiene precisamente 10 años. Tengo más, por cierto, pero éste fue mi último trabajo. Yo tenía una misión, y la fui cumpliendo con los años y los cuerpos que me fueron posibles. Pero debía ya dejar de pasear. Era hora de descansar ¿no? Y ya estaba muy cansado. Te encontré (o debo decir, me encontraste) y sentí la fuerza increíble que traías. Eres un tipo reservado, yo lo sé, al principio también lo fui. Las primeras veces nadie me explicaba qué es lo que ocurría, hasta que Vanessa apareció para arreglarme las cosas. Sé que ella iluminará tu camino como lo hizo con el mío. Y perdona si alguna vez me llevé tus esperanzas de la vida conmigo. Estoy bien. Y lo que viene para ti será tremendo. Sé que podrás con todo y mucho más.
Esto mi querido amigo, ya no es un juego. Quería mostrarte por última vez, la libertad de vivir sin miedo. ¿Por qué tú? Bueno ¿y por qué no?”
|