Al borde del desfiladero, aguardando las campanadas, nos miramos a los ojos y por primera vez me veo reflejado en tus pupilas. Es un segundo, robado al conteo implacable que es gritado a coro por miles y miles de seres entusiasmados.
¡Diez! Yo no creo que vuelva a preguntarte en lo que piensas, eso no me inquieta en cuanto tu boca se ofrezca a la mía y tus ojos sean los espejos de mi propia alma. Aún más, siento ese pequeño temblor de tu piel, ese éxtasis que nos conecta en este preciso momento.
¡Nueve! Este es un amor loco, sin planes, sin cortapisas y sólo tendido en el suave respaldo de los sueños. Yo te amo, tú sonríes sorbiendo ese vino suave y mirándome con turbadora fijeza; nos tendemos a la espera de esa frontera furtiva.
¡Ocho! ¿Cuántos sueños caben en la palma de una mano? Todos.
¡Siete! Nuestros cuerpos se entrelazan ante la certeza que un instante cósmico rozará nuestras almas, seguiremos siendo los mismos, pero, mucho de todo eso cambiará. Te beso y siento tus manos aferradas a mi espalda.
¡Seis! ¿Me amas? ¡Con locura!
No importa quien haya preguntado, ni quien haya respondido, algo habrá muerto en segundos, aunque sigamos latiendo.
¡Cinco! ¿Mi último deseo? Que locura si todo vuelve a comenzar. Pero si así fuera, si todo terminara en segundos, sólo deseo que lo último que vea sea tu rostro y tu sonrisa.
¡Cuatro! Brindemos, por nuestra eterna locura.
¡Tres! Nos asimos de las manos. ¿Saltemos? No, mejor bebamos de nuestra copa.
¡Dos! Te amo, te amo amor mío. La eternidad no puede trozarse con nada.
¡Uno! Nos abrazamos y caemos de espaldas en el lecho, el que cruje indolente tras nuestra caída. Nos abrazamos y besamos hasta que la noche se destiñe. Las evanescencias de los fuegos de artificio, los gritos de la gente y la música estridente, ya nada significan para nosotros…
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