El maestro Eduardo estaba dictando una conferencia en el auditorio Leon de Greiff de la Universidad Nacional de Colombia. Les mostraba cómo el espíritu lo lleva a uno no donde la personalidad quiere sino donde él decide. Así se expresaba: - Me fui del país en barco y llegue a Europa y como no tenía sino dos años de escuela primaria terminé de barrendero en la Orquesta Filarmónica de Berlín. La orquesta ensaya todo el día y, al final, yo limpiaba el auditorio. Para mí verlos ensayar era un polo magnético irresistible. Cuando ellos se iban a almorzar y por las noches, yo curioseaba los instrumentos y los tomaba, y sin permiso, los hacía sonar. Me enamoré del violín. Comencé a hacerlo a hacerlo sonar y tuve éxito. Se me hacía muy fácil. La orquesta llevaba un año ensayando a Paganini y el director peleaba todo el tiempo con los músicos. Yo me aprendí la obra y la tocaba toda. Nadie sabía porque lo hacía a hurtadillas. Un día mientras tocaba llegaron los músicos sin que lo advirtiera y cuando terminé sentí un susto muy horrible porque me sorprendieron pero estaban aplaudiendo enfurecidamente. El director subió y pensé que me iba a regañar o a cobrarme por tocar esos preciosos instrumentos. Al contrario me ofreció puesto en la filarmónica. Me designó un docente de solfeo. El solfeo con puntos, comas y arabescos me asustaban. Al cabo de un año me designó violín principal de la filarmónica. En Berlín me jubilé y regresé a Colombia.-