Juancho es un gato.
El Gato Juancho.
Pero no es un gato como los que estamos acostumbrados a ver apoltronados en los sillones,mirando televisión.
No.
El,por esas cosas de la suerte gatuna,escapó ileso de la sádica imposición del hilo de coser.
Por lo tanto,exhibe sin pudores sus felinos atributos.
Es fibroso,de aspecto sólido y feroz.Cuando camina,lo hace de una manera que parece uno de esos bravucones de barrio que van mirando como diciendo,¿Qué te pasa?.
Las cicatrices que lo condecoran,sirven de presentación clara e innegable.Hay una que le cruza la cara en forma oblicua desde el costado izquierdo hacia el derecho.Es imposible no imaginar la ferocidad del contrincante que le regaló semejante impronta.
El color negro arratonado de su pelo habla a las claras de su origen nada aristocrático.Y su conducta maleva condice con eso.
Cuando ya muy entrada la noche,vuelvo de mis andanzas,me lo cruzo volviendo de las suyas.
Como sabios calaveras,casi no nos miramos.Desde abajo,gira un poco la cabeza y me larga un ronco miau que me recuerda a un veterano cantante de blues .Sin demostrarle mayor atención,le mascullo un –Chau Juancho- y seguimos nuestros caminos.
A veces,cuando decido quedarme juiciosamente en casa,me gusta recibir la madrugada debajo de una casuarina.Con una copita de” vino fino natural”a mi alcance, escuchando alguna linda musiquita y tratando de navegar mi mar de irrealidades y sueños descocados.
Cuando el silencio de la noche deja de serlo por una impresionante barahunda de tachos de residuos volteados y maullidos combatientes y los alaridos de alguna gata complacida perforan la quietud,me digo:
-Ahí anda Juancho.-
Y Renato, mi perro, se extraña de verme sonriendo en la oscuridad.
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