Amor y punto final
Atisbando casi el ocaso de mi vida, las circunstancias han venido a aderezar mi condición de padre con la de compañero de piso. A estas alturas del camino comparto vivienda con mi hijo mayor. Él estudia y yo trabajo. Me encuentro, a la inversa, en la misma situación que viví a los veintitantos, cuando yo estudiaba y compartía piso con compañeros que ya trabajaban (un taxista y un comercial) y otros que estudiaban como yo. Mi convivencia con ellos fue gratificante, formadora, inolvidable, llena de experiencias que han marcado lo que soy. Él también la ha vivido en la universidad pero ahora nos encontramos, él y yo, ante una situación nueva que supone todo un reto para los dos.
Nos desenvolvemos en un marco claustrofóbico impuesto por la exigencia de su dedicación y la falta de contacto con el exterior (las salidas escasas, los amigos lejos, la familia separada). En este “Gran Hermano” de dos no contamos con la curiosidad de descubrir al otro – ya nos conocemos o creemos que nos conocemos-. Nos parecemos a esos matrimonios de muchos años en los que la novedad consiste en ahondar en la evolución personal del compañero a lo largo de la vida, pero contemplando esa evolución desde la cercanía de los sentimientos, del amor, o quizá del odio o la frustración.
El descubrirá a su padre ya mayor, en las puertas de la decadencia física e intelectual, al que se le olvidan las cosas, que ya no tiene todas las respuestas que antes sí tenía, que ya no juega al tenis como antes aunque lo intenta, que está pidiendo a gritos dejar de ser el jefe de la manada, que, de protector, parece necesitar que lo protejan. Pero irá descubriendo a su “nuevo padre” desde la ternura y el cariño. No es la primera vez que cuando irrumpe en el salón para preguntarme algo y me encuentra dormitando en mi sillón, se me queda mirando unos segundos con una media sonrisa que a mí, que lo observo sin que se de cuenta, me trasmite lo que piensa (“pobrecito”).
Yo, cuando miro a mi hijo, veo a un hombre hecho y derecho, en la plenitud física e intelectual, aunque aún le queda mucha experiencia vital que atesorar para acabar su etapa de total maduración. Qué lejos aquellos primeros pasos, sus primeras palabras, las carreras tras la bici sujetándola del sillín para que no se cayera hasta que un día se produce el pequeño milagro de seguir solo, o con la primera moto, ya en la adolescencia (hoy no me deja la que tiene porque teme que me caiga yo).
En esta tesitura nos une, además de lo que somos por naturaleza, el derecho y la creación literaria que nos proporcionan algunos de los pocos momentos de relax que el estudio y el trabajo nos deparan.
Ansío que llegue el momento en que me deje y lo temo sobre todo por mí.
Cuando se vaya, significará que ya tiene su propio nido, que alguien le dará el amor que yo no puedo darle. Ambas clases de lo que los hombres y mujeres llamamos amor, en realidad, son instintos naturales envueltos en la capacidad de elucubración intelectual y de proyectar sentimientos de nuestra especie. Son los instintos básicos de procreación y de protección de las crías los que nos hacen “querer” a nuestros hijos y a la mujer que nos los da o al hombre que implanta la semilla.
Yo, cuando se vaya, ya estaré en la última curva del camino de mi vida. Espero disfrutar de mis nietos que últimamente me obsesionan (Papa, ¿los quieres para dentro de nueve meses?).
Mientras tanto, ya sabes, procuraré hacerte la vida lo más fácil y feliz que pueda, como siempre. Responderé a tus dudas jurídicas aunque para hacerlo me las tenga que estudiar antes, te daré los consejos que me dicte mi experiencia en todos los aspectos de la vida, aunque no me hagas caso o quizá alguna vez sí, jugaré al tenis contigo mientras las rodillas me aguanten, fregaré los platos después de comer “las delicias culinarias” que tú preparas y compraremos juntos en el súper.
Eso sí, no podrás evitar que lea tus relatos y los disfrute más que los míos, que me sienta orgulloso cuando veo que comprendes a la primera lo que a mí me costó tanto esfuerzo entender, que viaje contigo cuando buscas lo que aquí no tienes y que sea feliz cuando vea que tú lo eres.
Ya te lo he dicho alguna vez: “Ahora, mi vida la vivo en ti”.
Punto final.-
Me ha salido esta reflexión un poco triste, quizá porque es uno de Noviembre pero, para quitar a los lectores ese mal sabor de boca, quiero que sepáis lo que yo pienso de la muerte:
para mí no se acaba de morir nunca. El período vital entre el nacimiento y la muerte de una persona es una fase de la vida imperecedera y universal de las generaciones. Nuestros hijos somos nosotros y nuestro recuerdo permanecerá siempre en ellos.
Únicamente cuando no quede en la tierra un solo ser humano, habremos muerto.
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