EL NAUFRAGO
Ser escuchado, escuchar, Un abrazo, una mirada.
Eso era lo que más extrañaba.
Había perdido ya la cuenta del tiempo: no sabía si hacían semanas o meses que había naufragado en aquella isla desierta.
Fue una desgracia con suerte: el lugar rebosaba de vida, alimentos, y jamás había encontrado nada ni remotamente agresivo que lo pudiera poner en peligro.
El clima era benigno, y todo allí era hermoso.
Un paraíso digno de compartir.
¡Compartir! ¡Cuánto anhelaba compartir!
Lo único que había logrado rescatar del desastre, era un radio transmisor de onda corta, y para no agotar la batería, se había propuesto encenderlo muy esporádicamente, por apenas unos minutos, y enviar algún mensaje de auxilio.
Mientras tanto su vida transcurría en pescar, cazar, recolectar frutas, investigar, crear, y sentarse a pensar viendo el atardecer, en paz, con tranquilidad, sin apuro de ningún tipo.
Antes, cuando era un ser "civilizado", no tenía tiempo para eso. Hoy sentía que se había reconciliado consigo mismo.
Que hasta se disfrutaba, se quería, se entendía.
Un día, después de mucho tiempo de haber dejado de hacerlo, encendió el radio transmisor. Notó que la batería estaba en el mínimo, juntó fuerzas, y emitió el que iba a ser su último mensaje: "Si alguien me escucha, por favor conteste. Naufragué en una isla, y tengo las coordenadas... por favor, alguien responda...".
Una voz respondió: "Aquí lo escuchamos claro y alto, díganos ya sus coordenadas y lo rescataremos lo antes posible".
Su asombro lo dejó mudo.
Quizás algo más que mudo: paralizado.
Como un autómata, su mano reaccionó: tomó una gran piedra y decidió por sí misma.
Ya había encontrado la felicidad, se repetía, mientras la piedra no dejaba de destruir aquel maldito radio transmisor...
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