Estoy de pésimo humor, me sacaron un par de dientes en forma programada para colocar los famosos implantes.
Lo que en teoría es una operación sin importancia, indolora, y que no origina molestias a futuro, queda solo en la teoría.
En primer lugar las molestas agujas de anestesia que a nadie duelen pero a uno si. Que te dicen puede ser que el dolor sea producto de que tienes un “proceso” y en ese caso la infección hace que la anestesia no “se difunda” como debe ser, justifica que de ahí en más, por medio del lenguaje de los ojos le digas a tu dentista “me estás haciendo mierda cretino”.
A partir de ahí lo de indolora es parte del recuerdo, algo que si bien se te dijo, podría variar dadas especiales condiciones, lo que en tu caso por supuesto se da
Pero que puede hacer uno, anestesiado con el labio como un garrote, babeando y dependiente del succionador, además con un susto típico de cincuentón con malos recuerdos de los odontólogos de la infancia que manejaban esos aparatos de tortura con una tecnología de la edad de piedra, además una secretaria elegida que le queda bien hasta el barbijo maneja gasas para ayudar al odontólogo y vos que en la sala de espera la habías mirado con el cariño de un cachorro a su madre te querés morir.
Comienza la segunda parte, te tantean con el explorador pinchándote las encías como uno pincha el matambre a la cacerola para ver si está hecho, en este caso para ver si te tomó la anestesia, si le decís que no te duele ahí nomás mete bisturí y se te aflojan las piernas, si le decís que te duele, te mete otra inyección de anestesia, así que jugado por jugado te entregas y con una pinza que no querés mirar atrapan el diente y comienzan a tirar, sentís como que te arrancan una parte importante de tu vida, los asados que tiene ese diente te pasan por la mente encandilado por la luz del odontólogo que penetra hasta el estómago, luego el otro diente, la secretaria ensañada con el succionador y la gasa involuntariamente te apoya los senos en la cara como producto de la tarea, pero uno está ajeno a esos momentos que en otras circunstancias podrían ser motivo de gloria.
Un breve descanso y a colocar los implantes. Quien ha colocado en su casa alguna vez un tarugo me va a comprender. Mismo ruido de la máquina, distinta sensación, en este caso la pared son vos. Termina el túnel y colocan el implante que se atornilla, en este momento me mimetizo con el auto y lo veo al tipo como al mecánico. Me vuelve a la realidad solo la figura de la asistente que mira como diciendo el día de mañana si me recibo yo también lo puedo hacer.
Cuando tengo la boca totalmente anestesiada, la mandíbula dura después de una hora de tenerla abierta, los nervios destrozados y me siento totalmente humillado ante la rubia asistente, y pienso que ya todo terminó, el odontólogo me dice, bueno ahora cocemos y ya está. La costura casi va sin anestesia por el tiempo transcurrido y con el argumento que como me había dado mucha y sube la presión no era aconsejable dar más. Al fin termina todo, te dan las indicaciones, antibióticos a tomar, analgésicos y te pronostican que se te puede inflamar en ese caso aconsejan corticoides. Uno se quiere ir, se pone un poco tonto, agradece al dentista que hace un rato odiaba, saluda a la secretaria como despidiéndose para siempre, claro después que te vio en ese estado que se puede esperar, y parte raudo para su casa a reponerse.
A los dos días en la mesa del café con los amigos, uno dice, viste che, me estoy haciendo unos implantes, una pavada, ni te das cuenta, con el Dr. López y lo mejor, la secretaria, un avión, y como te trata, vas a querer repetir.
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