CULTURA / ESPECTACULOS › PRIMER LIBRO DE SEBASTIAN OCAMPO
Con voz propia
Por Beatriz Vignoli
En la XXXVIII Feria Internacional del Libro de Buenos Aires se presentó, el 4 de mayo del año que termina, el primer libro de un rosarino, premiado y publicado en San Luis. ¿Querés que juguemos? (San Luis Libro, 2012), de Sebastián Ocampo, ganó en 2010 el tercer premio del concurso nacional del proyecto San Luis Libro. Con un jurado formado por Angélica Gorodischer, Ana María Shua y Alicia Steimberg, el certamen tuvo en el primer puesto a otra rosarina: Patricia Suárez.
La vida de Sebastián Ocampo (Rosario, 1977) es más interesante aún que las de los personajes de ficción que habitan los trece cuentos de su libro. Formado como bachiller internacional en Estados Unidos entre 1995 y 1997 en el colegio Armand Hammer, el sexto de los Colegios del Mundo Unido (UWC, por sus siglas en inglés), a su regreso estudió Medicina, brindó asistencia con otros estudiantes a comunidades de Tafí del Valle (Tucumán), puso un maxikiosco, se fundió, fue alumno dilecto del taller literario de Alma Maritano, escribió sesenta cuentos, se recibió de médico en 2011 y se especializó en Psiquiatría, y para 2013 espera publicar su segundo libro por Río Ancho Ediciones.
Ocampo logra en ¿Querés que juguemos? un pulso narrativo vibrante, impetuoso, con un dominio fluido del lenguaje coloquial y del ingenio de la calle. Su picaresca rosarina se nutre de los apuntes del natural que pesca en bares casi desiertos o en estadios llenos gracias a una mirada entrenada en captar lo extraordinario de lo cotidiano. Cinco de sus cuentos (El canaya, La rusa, Se hubiera quedado en el molde, Dios es una mujer y Cacería) forman un combo tan indestructible que si todo el libro tuviera ese nivel, superaría con creces a todo lo que se está publicando en la ciudad. Allí el temperamento de Ocampo lo lleva por los firmes carriles de una voz propia, que va contando en primera persona al interior de la historia, y con gran empatía por sus personajes, las aventuras tragicómicas de unos hombres que se lanzan fierro a fondo tras una liebre, una mujer o una mera corazonada, jugándose la vida por jugársela. Los relatos más logrados de Ocampo son veloces con la urgencia del cronista deportivo, salpicados por imágenes agudamente vivaces gracias a la certera pincelada de la metáfora ("pezones como escarapelas"; "miré al cielo y vi caer un pato como si se le hubiera acabado el combustible"). Su genio para recrear el pulso del narrador oral lo convierte, en lo mejor de su prosa, en una especie de Fontanarrosa más cincelado, mejor forjado al calor de la influencia de Hemingway, Conti o Cortázar. En otros tramos, el libro transita por dramáticas viñetas de perdedores que podrían ser capítulos de una misma novela.
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