RESPONSABILIDADES FAMILIARES
No sé si será su elegante delgadez, su estómago plano o esos famosos ojos turquesa en contrapunto con la dentadura perfecta, resaltados ambos por la piel bronceada de mi abuelo, pero lo cierto es que tiene mucho arrastre entre las mujeres, lo que conjugado con su condición de impenitente desorejado da por resultado una combinación problemática.
La semana pasada, cuando recién salíamos del lío de la señorita embarazada, vecina de Lara y prima de Eugenia, ambas amantes de mi descocado ancestro, tuvimos que defender la casa del ataque del marido engañado de turno, quien llegó acompañado de un grupo de familares, uno de los cuales murió, infortunadamente, al colisionar su cabeza con la cachiporra que blandía con furia Yamil, mi bisabuelo, cuya fuerza es hercúlea.
El abogado que lleva las causas civiles del abuelo no quiso tomar la de su padre, alegando que “no hace penal”, de manera que hube de contratar a otro para tramitar la libertad condicional del bisabuelo.
Creo que lo logrará, no por brillante sino por los desmanes que está provocando en la prisión su nuevo cliente, lo que entre paréntesis también me costará unos cuantos miles en concepto de reparaciones.
Tampoco puedo desatender en un momento tan particular a otro de los hombres de la familia: para un padre es muy duro ver preso al hijo, y mi tatarabuelo no es la excepción, aunque muchos crean que esté insensibilizado por el alcohol que consume a toda hora.
Nada de eso: por el contrario, no solo se interesó vivamente por las situación actual y las perspectivas del hijo, sino por las de su propio padre (viene a ser mi chozno) que en su opinión debería moderarse con el consumo de tabaco y otras sustancias.
Le prometí ocuparme, aunque bien podría hacerlo él, pero prefiero dejar que disfrute del juego, que lo apasiona y al que le dedica muchas horas diarias, aunque no diurnas, sino más bien nocturnas.
Pero la verdad es que no me quejo: supongo que en todas las familias sucederán cosas similares, y por mi lado debo reconocer que mis hijos y nietos no me dan más problemas que aquellos propios de sus tiernas edades.
Sin embargo no soy tan solidario y diligente como se podría suponer: al padre de mi chozno no me lo banqué nunca, cuestión que estoy trabajando con el analista, para erradicar el sentimiento de culpa que a veces me embarga.
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