Llegaron los primos del sur, las tías de Santiago, el hermano de Europa y el cuñado de Uruguay. Nadie, pero absolutamente nadie se quería perder el acontecimiento del año. La ceremonia quedó fijada para el primer sábado de la primavera.
Martín, el novio, se caracterizaba por ser altamente detallista y un romántico por excelencia, profundamente enamorado, quería perpetuar ese día como el majestuoso sello del gran amor que existía entre Carmen y él.
Lilium, Rosas, Tulipanes y Calas decoraban el altar improvisado en el que la civil de terreno promovería el contrato de matrimonio. La orquesta Santa Clara sería la encargada de generar el romanticismo ambiental, el chef André, respaldaría la calidad del banquete que se ofrecería. La tarde sería de lujo, de traje y de esperanzas.
Y así comenzó todo;después de los protocolos, la lectura de artículos, responsabilidades del contrato y la voluntariedad de las partes, se firmó el documento en el que se unía legalmente a Martín y Carmen, después de entregar los anillos llegó el momento esperado por todos, la jueza del registro civil llamó a los novios a besarse para culminar la ceremonia, lentamente se acercaron y de forma titubeante sus labios hicieron contacto; tras el echo, los presentes estallaron en aplausos.
Cuando se besaban, ambos no pudieron contener el llanto.
De los ciento cincuenta invitados presentes, sólo dos sabían que las lágrimas de Carmen, la novia, no eran de felicidad. |