El Misterio del Crimen de la Alfombra Roja


“Muchos amante he tenido”, dijo doña gata lamiéndose una pata, “pero el más singular fue Domingo, el perro policial”
Ohhhh!!! Dijeron sus gatunas compañeras sorprendidas. “¿pero como?”,”¿pero cuando?”, “no es posible” le decían boquiabiertas y con cara de incredulidad.
“El mejor de todos”, decía sin inmutarse.
“Cuenta, cuenta”, “tienes que contarnos todo” le dijeron, acomodándose sobre sus pomposas colas y alargando las orejas.
“Qué manga de curiosas, ¿y por qué tendría que contarles mis secretos?” les decía la Chabela mirándolas con aires de superioridad, pero con los ojos brillantes, no había cosa que le gustara más que contar con una audiencia ávida de historias, aunque solo se tratase de un grupo de viejas gatas curiosas y copuchentas.

“Bueno, si mi público me lo pide, la historia de mi amante les contaré, pero sin interrupciones se los advierto”. Se sentó de medio lado, sobre una alfombra roja arrumbada en la azotea desde hace un tiempo, estiró sus patas y a medida que se acomodaba calvaba sus uñitas en el tapete.

“Allí va”: “Domingo trabajaba para el departamento de policía, en la brigada de homicidios y otras veces en asuntos archi especiales. Todo un personaje, algo así como un James Bond, nos enviábamos recaditos con don Juan Palomo, recaditos bastantes inflamados por lo demás. Cada vez que yo recibía una nota suya me sentía como una Mata Hari o como una Marilyn Monroe, aunque les aseguro que jamás me reveló ningún secreto de su oficio, ni de nada de lo que hacía. Esa mezcla de pasión, amor y misterio me volvía loca, me pasaba largas horas fantaseando con mi secuestro y que Domingo vendría en mi rescate, llevándome a una isla paradisíaca para consumar este amor que hervía a miles de grados.
Toda una aventura y con el mayor de los sigilos. Aprendí a caminar sobre mis patas traseras para no despertar sospechas o a deslizarme sin dejar huellas, él era un policía y yo era su amante, nadie podía sospechar siquiera de ésta relación porque si se sabía a él le costaría su puesto y a mí la reputación.”

¿Y como lamía” dijo la gata más coqueta que la miraba con ojos afiebrados. “Si, si, queremos saber” dijeron las otras con maullidos entrecortados y desfallecientes, “¿Sus patas eran fuertes y sedosas?”, dijo la gata Carlota que tenía fama de libertina.
¿Y sus ojos?¿eran negros como la noche o amarillos como el Sol”, preguntaba la Rocío, quién era la más romántica de todos, pues su amo era un poeta que gustaba de los versos color rosa.

“¡Ehhhh! Bueno no lo sé” dijo la Chabela.

“¡Ohhhhhhhhhh!!!! ¿pero como no lo sabes, de qué estas hablando entonces?¿explícate? la increpó la Lucy, la más vieja y autoritaria de todas.

La Chabela con desdén dijo: “La verdad la supe después, sucedió que era un gato montés que trabajaba encubierto y prestaba servicios para el departamento de asuntos extrasecretos. Así que nunca le vi la cara y la única vez que acordamos encontrarnos, tuvo que partir a una misión secreta y nunca más supe de él, hasta que un día...”