En ese mundo vacío, oscuro e infinito que se encuentra a mi alrededor, solo tiendo a caminar.
Camino y veo siluetas que hacen lo mismo, solo vagar. En zigzag, en círculos o líneas rectas, cada uno es libre en eso, se puede vagar como se quiera. Las siluetas son solo fugaces, la oscuridad las absorbe y las aleja de mí. Más de una vez intenté seguir a una, guiarme. “Por favor que alguien me guie”. Pero era inútil.
No puedo gritar, las leyes lo dicen, el sonido no se propaga en el vacío. Estamos incomunicados, todos…
En ocasiones otras sombras me rozan sin querer, digo otras porque para ellas yo soy una sombra más, es un poco de calidez, me reconforta. Nunca lograré llegar a las sombras que vislumbro.” Tal vez todo es azar”. Pero siento que quizás conocí a las que sí lograron contactarme, pasan por lo mismo que yo.
Otras veces he caído, golpeada por la inconsciencia de alguien, que se atrevió a ir demasiado rápido. Solo una vez que yacía me pisaron, nunca entendí si fue a propósito o si fue solo un desafortunado error.”Aún así dolió”.
Ya me ha pasado que alguien se aferra a mí, tomándome del hombro, y pretende que lo conduzca; es gracioso sólo el pensarlo: “Soy una ciega que guía ciegos ¿O son ellos los que me guían a mí?” Pero se cansan y pronto me abandonan. “No obstante siempre agradecen.”
Lo que casi nunca pasa, en este mundo de locos, solos y ciegos es que alguien decida acompañarte, sin importar nada.
Sola como estaba, él tomo mi mano, esa fría y temblorosa mano, que enseguida sujetó la cálida y fuerte mano que en actitud sumisa se ofrecía. No la rechacé. Ambos seguimos caminando, errando en ese mundo, pero juntos. Aprendí a interpretar lo que él sentía de acuerdo a la firmeza del agarre, la temperatura y humedad de su mano, la fuerza con la que me tomaba.
Yo, entre todas las sombras lo conocía. “Estúpida”. Asidos de la mano íbamos como iguales. Nuestro camino estaba enfrente. Cuando alguien me empujaba, él evitaba mi caída, si yo aún así caía él me ayudaba a levantarme. La soledad no se hizo sentir.
Llevo años caminando, me quedan muchos más. Manos han pasado. Algunas agresivas, de las cuales rehuí, otras tranquilas buscando lo poco que yo podía ofrecer.
Yo que me ufanaba de haberlo conocido, yo que sentía que él y yo éramos casi uno, casi lo mismo “¡Estúpida, estúpida!”. Ahora lloro, lamentando mi inconsciencia, porque esa vez en que él cayó, esa vez en que no volvió a levantarse, fue la primera vez que toqué su cara y fue esa vez en que caí en la cuenta, de que solo conocía su mano.
R.A.D.S 14/05/10
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