Ormuz y Arimán
Un tal K (sin relación con la política argentina) dijo de ella que es prepotente y mediocre y la joven aceptó de inmediato el segundo de los atributos, al que recibió como un halago: ubicarse en el centro de la distribución de frecuencias no está nada mal para una aprendiz, pensó.
Pero... ¿prepotente? El diccionario le había enseñado que ello significa ser muy poderoso o bien abusar, o hacer alarde del poder.
¿Qué obsesión o complejo impulsaría al Sr. K para pensar de inmediato en el poder? ¿Tal vez no poder? Y en todo caso, ¿cuál sería la acción causante de su reacción?
Marisa se preparó un café y se dispuso a jugar un rato con ese puñado de interrogantes.
No tardó en comprobar que el trastorno de personalidad del señor era la esquizofrenia: anotó “Arimán” y se dispuso a buscar al Ormuz que, muy probablemente, rondaría por allí, muy cerca.
Y lo encontró, registrando “Ormuz = Z”, tal vez en alusión al personaje de la célbre novela de Vassillis Vassillikos, o tal vez no...
Pensó en proclamarlo abiertamente, que es lo que se debe hacer con la verdad, pero pensándolo mejor, seguramente condicionada también por el espíritu navideño, decidió preservar a Ormuz, en honor a su calidad, que reconocía muy superior a la suya. Y a su talento, por qué no decirlo,
Cuando tenga la oportunidad, decició, le dejaré un mensaje en alguno de sus ahora cerrados libros de visitas, sobre todo para tranquilizarlo, y de no ser así le guardaré el secreto: dicen que no existen secretos de tres, pero en este caso los tres sabemos que somos dos.
Y de esos dos hay una, siguió pensando, que ha perdonado la travesura y espera seguir recibiendo las visitas de Ormuz, por supuesto. Pero también de Arimán. Es divertido, concluyó.
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