siempre le quise... admiré, amé... era mi hermano mayor... miraba mas lejos que yo y tenía la gracia de la vida y el mundo... caminaba de lejos... sentía que no había nada en común, exepto el haber nacido de los mismos padres... pero, el mundo se hace nuestros dioses y ellos, los padres, quedan atrás... bajo la sombra del miedo y la verguenza...
aún recuerdo sus golpes bajo mi cabeza hasta hacerme regar de rojo el resto de todos mis alientos... seguí mi viaje como lo hace el polvo bajo mis pies...
las tardes al lado de la unidad de toda la creación es un baile que se da sin sentido... tan solo un juego de planetas y criaturas que no entran en los pensamientos humanos, tan solo podemos oler su aroma, que es el aroma de la paz...
miraba a mi hermano y sentía que su dolor era innecesario... tenía que hacerle entender que somos mas que ira, dolor y pena... pero, no sabía el cómo... estuve frente a sus ojos en la mirada de todos los animales del mundo... tambié le hablaba a través del viento, de las olas del mar, de la risa de un bebé... pero no me entendía...
hasta que una tarde toqué uno de sus sentimientos con las uñas de mi amor... el se paró y vio sobre el fregadero de ropa el color de mi sangre... lloró y lloró como si fuera la herida mas profunda de la tierra... y de sus ser brotaba la lava de todo su dolor, ira, temor... luego, vino la calma y allí, en medio de aquel remanso, volvimos a amarnos, a perdonarnos... le dije que le quería... me dijo que me amaba, que le perdonase... yo le dije que me perdonara a mí porque no podía ver su dolor...
el tiempo pasó y una vez mas nos unimos como el polvo de una duna... jugamos a los planetas y en cierto sentido, comenzamos a vivir sobre la sombra de los sentimientos...