Entre la bestia y el ángel, prefiero a la bestia. Así: elemental, hosca, salvaje. Le ha tocado estar del lado de los marginados, de los que no tienen nada, de los que se desprecia, de los que no tienen amigos. Desposeída de belleza, el mundo le regala su rechazo. Por eso la prefiero, por rebelde, por insumisa, porque no se doblega ante nada ni ante nadie, porque es libre y solitaria, porque no sigue al rebaño. A la bestia le ha tocado el lado malo, el lado oscuro, ése en el que nadie quiere estar, pero que se desea secretamente.
El ángel no sufre, es el bueno, el angelical, el que todo hace bien y obedece sin cuestionar. No decide. Yo no quiero ser ángel ni ser bueno; prefiero la oportunidad de equivocarme, de cometer errores, de enfangarme en todos los pecados, de ser malo simplemente porque sí, porque puedo serlo. Me quedo con la capacidad de poder decir sí o no a los hechos, a la vida, al universo.
No deseo ser ángel ni demonio, sólo la bestia, de instintos libres, sin prejuicios, sin ataduras, como el solitario lobo de Hesse.
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