COMO SIN CORAZÓN . El hombre nunca había sido muy pródigo en buenos de sentimientos. Y cuanto más viejo, menos, ya no le quedaba ninguno. Últimamente estaba tan insoportablemente duro e insensible como quien no tiene corazón...
Sus nietitos que lo conocían así lo esquivaban, mantenían distancia. Sabían que nada podían esperar de él. Si cada vez que necesitaban su consejo, un favor, o simplemente el regalo de una caricia, se los guardaba en el bolsillo impunemente. Egoísta y e inhumano era, pero astucia no le faltaba. Tenía la mejor manera de evadirse de esos compromisos con premeditada habilidad. Acá podría pensarse hasta con malicia pura, ya que siempre postergaba la repuesta a estas solicitudes contestando: - “Miren, lo tengo que pensar un poco, Esta noche lo consulto con mi almohada y mañana les contesto temprano”. Cuando ya se sabía de antemano que al otro día llegaría su invariable y rotundo “Por ahora no, chicos, todavía no lo sé...”
Por suerte para su entorno nadie puede vivir mucho tiempo siendo así. Mas cuando al fin murió, todos ocultaron ese alivio. Pero no la sorpresa de encontrar bajo su almohada expiatoria una cosa reseca, más chica que un puño. Algo que todavía guardaba la forma de corazón.