Acostumbraba ir todos los fines de semana al lavadero de coches del gitano Pérez, un original personaje, mezcla de catalán y andaluz, cuyo nombre era Jaume. Frisaba los sesenta años de edad, de buen porte, parecía representar cincuenta, a causa de no fumar, no beber alcohol, y no probar ninguna droga. Y, lo que más resaltaba de él, era su carácter, porque al mal tiempo le ponía buena cara.
En aquel lugar; trabajaban Carolina, hija de Pérez y las primas, Diana de 22 años y su hermana Lucrecia de 24 años, ambas encargadas de limpiar los coches por dentro y por fuera. La manera de ser que distinguía a Lucrecia podría encajar perfectamente, en esta popular copla:
“Julio Romero de Torres, pintó a la mujer morena, con sus ojos de misterio, y el alma llena de pena, puso en sus manos de bronce la guitarra cantaora y en su bordón hay suspiros y en su capa una dolora...”
Y, nadie podía entrar en su corazón ya que por desilusión, temor al fracaso, o protección, cerró sus puertas. Jaume, valiéndose de su experiencia, trataba de ganársela regalándole objetos variados. Pero ella no quería aceptarlos, él insistía y terminaba haciéndolos suyos. Un collar hermoso, un libro, rosas rojas, una caja de chocolates…
Cuando las chicas terminaban de limpiar su coche, empleaba muchos artificios con el propósito de quedarse hasta el cierre, pues sentía desconsuelo abandonar aquel lugar sin Lucrecia: la criatura ladrona de sus sueños.
Desechaba el esteriotipo del vulgo, de ser viejo verde, por el simple hecho de enamorarse de una mujer joven, decía para sí mismo, que tenía todo el derecho del mundo de amar tal como cualquier mortal. Se enamoró y los ojos negros de la jovencita, parecidos a dos trozos de carbón, encontrabanse adheridos a su esencia. Pérez, le admiraba, pero no era amor al chancho, si no a los chicharrones, puesto que al partir dejaba suculentas propinas.
Lucrecia sabía que Jaume la amaba, más no daba síntomas de poder corresponderle, a pesar de escuchar cada instante: ¡acéptalo!, ¡no seas pava!, ¡él te sacará de la pobreza!, ¡ni te imaginas cuanto dinero posee! Pero ella se hacía la que no escuchaba, concentrándose en su trabajo. Carolina y Diana, sentían envidia, pero disimulaban acertadamente.
Un sábado friolento, dejó de acudir, no llamó por teléfono para que su hora fuese ocupada por otro cliente. Pérez y su mujer llenos de preocupación, le llamaron a su celular, pero no había cobertura, o lo tendría apagado. Carolina por fastidiar, decía:
—Tal vez estiró la pata—, haciéndose la graciosa.
La hermana más recatada, permanecía callada. Lucrecia realizaba su trabajo aparentando despreocupación, porque no le daba importancia a la ausencia de Jaume. Hasta que llegó el otro sábado y no apareció. Pérez llamó a varios amigos, nadie le daba razón de su paradero, en el restaurante, donde acostumbraban a desayunar, tampoco le habían visto. Resignado retornaba cabizbajo, sin decir nada, Lucrecia después de escuchar muchas barbaridades, encamínese al baño y allí a solas dejaba que algunas lágrimas brotasen de sus ojos.
Jaume, comprendió que su deseo no podía materializarse y lleno de dolor, optó por no ir más porque era un suplicio: los años que tenía acuestas le martirizaba y hasta llegó a pensar que quizás la criatura amaba a otro hombre. No deseaba sufrir, de ahí la decisión de olvidarla. Pero despertaba a media noche y veía su rostro en la pared, en el espejo, doquiera que fijase la mirada. No…no podía olvidarla, formaba parte de su ser y no verla, le causaba daño.
Así que; decidió regresar nuevamente, antes compró un oso de felpa exageradamente hermoso y de manera estratégica, camufló lo que escribió con mucho sentimiento, en la noche durante su insomnio. Por el camino compró la acostumbrada caja de chocolates.
Cuando vieron el Mercedes todos salieron a recibirlo, le hicieron mil preguntas, pero no contestó a ninguna. Dirigió sus pasos hacia su amada y le entregó los presentes. Ella le miró y sus labios por vez primera dibujaron la sonrisilla que él tanto esperaba. Lleno de felicidad, invitó a Pérez a desayunar.
Pasaron varios meses y Jaume sin saberlo iba robando el corazón de la chavalilla, por su comportamiento, nobleza y cariño. Pero no se enteraba ya que ella seguía comportándose de la misma manera que acostumbraba, sin mostrar ningún interés. Él esperaba la respuesta a su cartita, pero la muchachita parecía ignorarlo. Y, después de mucho meditarlo decidió alejarse y dejar ese calvario porque él no era Jesús que iba ser crucificado.
Cuando llegaba el fin de semana, deseaba morirse por no ver a su amada, mas aguantaba estoicamente pensando que era mejor sufrir ahora y no estar esclavizado por un amor inalcanzable. Realizaba muchos trabajos con el único fin de tener su mente tranquila, así fue que un día quitándole el polvo a las estanterías, le vino un fuerte estornudo, y cuando quiso alejarse, en un rincón vio una revista muy antigua. Estuvo ojeándola por varios minutos, de súbito, un artículo llamó su atención, hablaba de las grandes facultades de los chamanes, detuvo el hojear y comenzó a leer despacio. Aprendió que estos señores realizaban viajes chámánicos, además, que contactaban con el mundo de los espíritus, por último, para su perfecto desarrollo, tenían que morir y a volver a la vida. Dejó la revista y fue directamente a su ordenador y después de navegar por horas consiguió direcciones de agrupaciones chamánicas del Brasil y Perú. Salió a caminar, así estuvo dando vueltas, mirando escaparates y de regreso a su casa sentía dudas, si ir a Perú, o a Brasil. Y antes de llegar; se inclinó por el Perú, porque recordó que en el norte, vivió el Señor de Sipan, Rey de los mochicas, aquellos que dejaron como herederos de los conocimientos atávicos, a la cultura de Lambayeque, donde desembarcó por mar el todo poderoso Naylanp con su ídolo de piedra color verde llamado Llampayec. En el análisis de sus ávidas lecturas, recordó que el chamanismo en la antigüedad fue practicado por una misteriosa elite sacerdotal y los actuales herederos de esos conocimientos ancestrales, eran los chamanes agrupados en la ciudad de Chiclayo.
Sin darle más vueltas al asunto, hizo maletas para enrumbarse a ese lugar mágico, pensando siempre en un terrible plan mil veces trasnochado que debía ejecutar con ayuda de esos merlines modernos. Tuvo un viaje placentero y por momentos dejaba de pensar en su adorada Lucrecia.
En Chiclayo contactó con personajes misteriosos a punto de propinas, y éstos le indicaron el camino donde se encontraban los más renombrados. En su búsqueda, topase con un anciano amable y éste le llevó a su pueblo.
Luego de una larga caminata, llegaron, el chamán le invitó a su casa, Jaume sin miramientos entró y quedó alucinado, en el punto que vio gran cantidad de objetos rituales. El misterioso personaje sin decir nada, abandono el recinto. Jaume entró en un proceso nervioso jamás experimentado, y la espera se tornaba interminable. Por fin regresó el anciano convertido en chamán, vestía impresionantes atuendos. Le miró a los ojos y le dijo que le explicara su problema. Él argumentó en la necesidad de cambiar de cuerpo en vida. El sabio chamán sentenció, que su petición conllevaba a un riesgo, la misma muerte. Pero no era improbable. Así mismo, se tenía que conseguir en poco tiempo un cuerpo que su espíritu se haya descarnado por accidente, y eso requería de suerte. Mientras tanto, tendría que prepararse haciendo ejercicios meditativos, tomando pócimas mágicas y pagar por el trabajo.
Los días pasaron, Jaume ingería toda pócima por más amarga que fuese, nada le importaba, sólo terminar con lo que había empezado. Pues con el devenir de los días, iba perdiendo peso y facultades sensoriales, ya no era ni la sombra del Jaume fuerte y robusto. Su piel parecía pegársele a los huesos y ya le era dificultoso caminar. El veterano chamán le insinuó que dejase el experimento, no quiso. Prefería morir ahora, que más tarde de sufrimiento.
Transcurrió un mes y un viernes caluroso, llegaron a la aldea un grupo de turistas franceses, uno de ellos, tal vez el más joven, desobedeció al guía y cogió un vehículo llamado moto taxi, hizo oídos sordos de la advertencia del guía: vehículos peligrosos. Y, tuvo mala suerte el francés… la rustica movilidad se estrelló y salió disparado muriendo en el acto. De esto se enteró el sabio chamán e inmediatamente, hizo el ritual pertinente a lo convenido y trasladó el espíritu de Jaume al cuerpo inerte del francés. No pasó ni un minuto y el francés, se puso de pie, el chamán en ese punto, le clavó la mirada al rostro, y él habló:
—Soy Jaume, soy Jaume. Se hizo el milagro—, el chamán sonrió y dijo:
—No tengo duda, pero no divulgues el milagro.
inerte. Besó los pies del chamán, luego fue a reunirse con sus compañeros de viaje. Éstos cuando le vieron, al principio se llenaron de dudas, le creían muerto. Él no escucho las habladurías, y sin avisar se marchó.
Mientras tanto, en el lavadero de coches, ya se habían acostumbrado a pasar los fines de semana sin el amigo, pero en el fondo de sus entrañas, Lucrecia sentía congoja y en sus solitarias noches, soltaba algunas lágrimas, debido a que descubrió la nota de él y lamentaba no haberla podido contestar. Esas palabras tan tiernas se quedaron grabadas en su interior, y le daba pena… porque ella quería decirle que no le importaba que fuese mayor, el que dirán, ya que también le amaba.
Un día en que nadie se lo esperaba, apareció el Mercedes Benz, todos rieron, aplaudieron, Lucrecia sentía morirse, la angustia y la espera le corroía su alma. Pérez dejó el trabajo, su esposa hizo lo mismo. Jaume estacionó el coche a unos metros del lavadero, bajo y caminó despacio en dirección de su adorada criatura. Los casamenteros quedaron atónitos y cuanto más se acercaba Jaume, iban perdiendo las facultades sensoriales: el que bajó no era Jaume. El tiempo se ralentizó. Pérez, su esposa y la sobrina quedaron atrapadas en el lapso. Jaume se acercó a Lucrecia que le miraba con desesperación y frente a frente le dijo:
—Soy Jaume.
Ella le clavó la mirada sorprendida, puesto que conocía la voz, pero le era insostenible escrutar a su amado en aquel mocetón. Volvió a escucharla y sentía que le traspasaba el alma, pero sabía que no era de su adorado Jaume.
—Soy Jaume.
La muchachita, ya no resistió más y vociferando dijo:
—Usted no es Jaume, ni se le parece, él es un ángel que amo con todas las fuerzas de mi corazón y no debería jugar, espero su regreso, sé que él volverá a mí. Por favor, retírese.
Se sentía terriblemente nervioso, pero porfiando volvió a repetir.
—Yo soy Jaume.
La chica corrió en dirección al lavabo y él quedó sólo por espacio de unos segundos, luego abandonó el local con los ojos enrojecidos, a causa de no brotar lágrima alguna, que refrescase sus ardientes mejillas. Por el camino se repetía:—Yo soy Jaume… yo soy Jaume—. En su casa, cogió un revolver que compró a un amigo de la infancia… revolver que conservaba su potencia de matar, porque así lo creó las manos involucionadas del ser humano, y llevando el cañón a su sien, quiso terminar con su vida, no lo hizo porque en esos instantes de súbito apareció la imagen de Lucrecia, la miro y pudo percibir que sus pestañas lloviznaban.
|