Me levanto, me miro al espejo y tú, estando detrás, quizás en sombras entre la niebla y vuelves, para mí, para sentir que estás conmigo, que siento el amor colgando de una pendiente, que siento el sol persiguiéndome para no dejar mis latidos morir, que te vas, te vas para que una fiebre de locura me ataque, me someta a lo que no es, de lastimarme, de que no estés detrás del espejo y me intoxique de todos los momentos que no pasamos juntos. Tú y tus ganas de llorar, tú y el que no estés, me dice que el corazón espera más que un simple consejo, para bañarse en amor, en una encrucijada amorosa, en un paisaje que le gustaba y que no está. No voy a pedir silencios entre los dos, no voy a pedir compasión esta vez. Ya no te lastimaré. Me iré como quién se va con nada pero sin todo, para no seguir intentando verte detrás del espejo, para que mis llantos no se confundan con mi alegría, porque no tengo ni la más mínima idea de mis sentimientos. Ten por seguro que por las mañanas no tendré compasión de mí y te extrañaré, como siempre, como toda tuya, en una configuración de anhelos, que no supimos describir, en un ensayo de nuestras fantasías, en la metáfora que fuimos, en el poema que escribimos y en la fórmula que inventamos para ser lo que fuimos. Y siempre, al levantarme, te veré detrás del espejo, con la forma que más me gustaba de ti, tu presencia omnipresente.